Parte I. Ni herramientas geopolíticas, ni negocios del gran capital
En la ecología-mundo capitalista, las agresiones del capitalismo contra la naturaleza humana y no humana anclan la vida en el planeta, en las arenas movedizas de lo que Ulrick Beck ha denominado sociedad global de riesgo; una etapa del capitalismo gobernada por el capital financiero, en la que la producción de riqueza está acompañada de la distribución del dolor y el malestar derivado de catástrofes, pandemias y desechos.
La actual pandemia generada por el virus SARS-CoV-2 se ha encargado de desnudar la lógica con la que el capitalismo organiza la expoliación de toda la vida en el planeta para maximizar la ganancia. La lógica destructiva y violenta de lo que Jason Moore llama los siete baratos: naturaleza barata, dinero barato, trabajo barato, cuidado barato, comida barata, energía barata y vidas baratas, cuyos resultados se evidencian en el colapso climático, social, sanitario, ambiental, ético y político del mundo.
A continuación, propongo un análisis de las vacunas como un horizonte de disputa con la lógica de la ecología-mundo capitalista, por hacer de ellas un bien común de la humanidad.
La dialéctica de la vida en la ecología-mundo capitalista
Nuestros cuerpos son unidades [social y biológicamente construidas] interdependientes de los ecosistemas y los sistemas sociales, gobernados por la contradicción vida – muerte. A lo que llamamos el lapso vital es a un complejo proceso metabólico de construcción [homeostasis], destrucción [retroalimentación negativa] e intercambios, que permiten que los siete sistemas corporales: circulatorio-respiratorio, muscoesquelético, digestivo-excretor, nervioso y endocrino, reproductor y por último, inmunológico, se regeneren en medio del inevitable proceso de degeneración y transformación de nuestra materialidad biológica [incluido el pensamiento, los sentimientos, y nuestra red de relaciones sociales].
Nuestro sistema inmunológico está conformado por los glóbulos blancos, órganos como la piel, y la capacidad adaptativa del organismo para interactuar con los gérmenes [virus y bacterias], procesar información y convertirla en memoria corporal. El sistema inmunitario se fortalece con el ejercicio corporal, la buena alimentación, el control de la ansiedad y el sueño profundo. Condiciones que cada día son menos accesibles a millones de personas cuyas vidas son una pesadilla debido a la desigualdad y la explotación capitalista.
Lo que ha hecho el capitalismo es convertir las enfermedades en epidemias y pandemias, intensificar la velocidad del contagio e incrementar la frecuencia y diversidad de estos males.
Pero, debido a que la ecología-mundo capitalista viene desde hace seis siglos alterando especies y ecosistemas, los gérmenes tienen mayor probabilidad de mutar y encontrar en las poblaciones humanas huéspedes, cuyos sistemas inmunológicos no están preparados para el intercambio dialéctico, ya que la urbanización, la agricultura y ganadería capitalista, el extractivismo minero-energético y la intensificación del tráfico y tránsito de personas y bienes, altera las especies y arrasa o afecta de manera severa de bosques, glaciares, cuerpos de agua, en los que los gérmenes y otras especies convivieron con otras especies durante miles o millones de años.
Si bien, desde antes del capitalismo todas las sociedades enfrentaron enfermedades, lo que ha hecho el capitalismo, al realizar lo que Emmanuel Le Roy Ladurie entiende como la unificación microbiana del mundo, es convertir las enfermedades en epidemias y pandemias, intensificar la velocidad del contagio e incrementar la frecuencia y diversidad de estos males.
Para ayudar al sistema inmunológico a regular nuestro metabolismo, cada vez más desafiado por la ecología-mundo capitalista, se crearon las vacunas.
Vacunas y expropiación de saber
La narrativa occidental de la historia de la contradicción salud-enfermedad suele enfatizar que fue en la Europa ilustrada del siglo XVIII donde el médico inglés Edward Jenner experimentó con criados y vacas y creó la vacuna contra la viruela, dando paso a la virología y la epidemiología contemporáneas.
No pretendo desconocer el trabajo de Jenner, solamente discuto la narrativa occidental y la idea burguesa de que los descubrimientos científicos se deben a la genialidad de, casi siempre, hombres blancos adinerados asumidos como «personas excepcionales».
La virología ya existía en China en el siglo V antes de nuestra era común, así como en India y en el Imperio Otomano, mucho antes que en Europa. Particularmente el tratamiento de la viruela generada por el variola virus, se realizaba mediante la inoculación, vía respiratoria, de fragmentos de piel infectada por viruela, que fortalecía el sistema inmunológico. Estos tratamientos se intercambiaron a lo largo de la ruta de seda y por esa vía llegó a Europa. En 1700 Voltaire, en una de sus Cartas Filosóficas, se refirió a este procedimiento cuyo origen atribuyó a los alquimistas taoístas que vivían en las cuevas de la provincia de Sichúan.
… solamente discuto la narrativa occidental y la idea burguesa de que los descubrimientos científicos se deben a la genialidad de, casi siempre, hombres blancos adinerados asumidos como «personas excepcionales».
A lo largo del siglo XVIII, las élites ilustradas europeas promovieron la inoculación, pero se enfrentaron a debates de orden moral, como el rechazo a un sistema médico nacido en países bárbaros, y de orden científico, por los temores a que el método propagara la enfermedad. Así que el trabajo de Jenner de finales de esa centuria no se hizo en el vacío, sino que hizo parte de un programa de investigación, cooperación e intercambios de conocimiento y espiritualidades que terminarían por dar origen a la expropiación y acumulación de la ciencia en la cúspide social de la ecología-mundo capitalista.
Partiendo del método de inoculación, Jenner agudizó sus sentidos de observación. Se dio cuenta que una variante de la viruela se presentaba en las vacas y que los trabajadores del ordeño eran resistentes a la viruela humana, quienes sostenían que nunca tendrían las marcas de la viruela porque ya habían tenido la viruela bovina. Así que en 1796 experimentó con el hijo de uno de sus trabajadores, el niño James Phipps de ocho años, en perfecto estado de salud. Tomó pus de una ordeñadora de su hacienda que tenía viruela bovina y lo introdujo en los dos brazos del niño. Durante 9 días James tuvo fiebres y pústulas en sus brazos, pero no presentó otras dificultades. Al mes siguiente Jenner lo volvió a infectar con pus de un enfermo humano de viruela y el niño sobrevivió. Jenner se llevó los créditos, confirmó las aseveraciones de sus trabajadores, se apropió de sus saberes y con los años recibió el reconocimiento por su descubrimiento. Jenner acuñó el término «vaccination», vacunación, a partir del latín vaccinus que significa vaca.
Pese a las resistencias a vacunarse por el temor religioso a que el sagrado cuerpo humano fuera invadido por partes de vacas y los humanos resultaran con cuernos y ubres, durante el siglo XIX las potencias colonialistas construyeron robustos sistemas de salud para garantizar su expansión sobre África, Asia y Oceanía. Napoleón Bonaparte fue uno de los primeros en vacunar a todo su ejército, como parte de su proyecto expansionista.
Así, en términos médicos, por vacuna se entiende todo tipo de preparación con base en antígenos [toxoides, bacterias, virus atenuados, muertos o realizados por ingeniería genética y otras tecnologías], que se administran a las personas para generar inmunidad activa y duradera contra una enfermedad, estimulando la producción de defensas. Se trata de activar el sistema inmunológico para que cree anticuerpos sin que el organismo infectado desarrolle la enfermedad peligrosamente.