Obama se mantuvo como presidente de los Estados Unidos durante 8 años y llego a su puesto sobre los hombros de un movimiento social – el “Yes we can” – que vio en la posibilidad del primer presidente afroamericano de ese país, una esperanza de cambio que esa sociedad pide a gritos.
Juan Manuel Santos llegó por primera vez a la presidencia de nuestra república con la promesa de mantener la guerra que el hoy senador Álvaro Uribe Vélez había liderado durante los anteriores ocho años con él como uno de sus subordinados. A los cuatro años siguientes, con un giro de timón agresivo, el mismo Santos llegó a la presidencia con la promesa de mantener los diálogos de paz con las Farc que comenzó en ese primer gobierno y ganó esa segunda presidencia gracias a los movimientos sociales y populares del país, que veían en estos diálogos la esperanza de cambio que este país pide a gritos.
Obama fue reemplazado por uno de los líderes del partido que le hizo oposición durante sus ocho años de gobierno, blanco, multimillonario, machista y racista evidente en cada una de sus declaraciones, nada encantador, todo lo que no era Obama es hoy Donald Trump como persona.
Santos fue reemplazado por uno de los líderes de uno de los partidos que le hizo oposición durante la mayoría de sus ocho años de gobierno, a diferencia de Santos, Duque no tiene un apellido de la oligarquía de este país, paso la mayor parte de su carrera profesional como subordinado de ministros o de la mano de Álvaro Uribe Vélez, Duque es todo lo que no es Santos y representa todo lo que no fue el gobierno de Santos en relación a dialogar nuestros conflictos.
La esperanza de cambio en la era Obama se redujo a promesas incumplidas y más de lo mismo que el establecimiento en los Estados Unidos ha permitido para beneficio propio, guerras en el medio oriente, rescates financieros de los bancos con dinero de los contribuyentes, profundización de la exclusión de los excluidos – con un capítulo especial para los asesinatos de afroamericanos en todo el país por fuerzas policiales – y destrucción de las libertades e instituciones que constituyen una democracia decente.
La esperanza de cambio de la era Santos se redujo al desarme de una guerrilla que confió en un gobierno y unas instituciones que se comprometieron a hacer su parte y que no han cumplido ni cumplirán. La desigualdad en el campo colombiano se profundizará con las Zidres, la participación política se redujo a curules en el Congreso, la sustitución voluntaria de cultivos de uso ilícito no funcionará mientras se usen drones para volver a la fumigación con glifosato aumentando la presión sobre las comunidades y las victimas solo sabrán la parte de la historia que ya todo el mundo conoce y en la que las guerrillas son las culpables, mientras nos olvidamos de la responsabilidad de empresarios, terratenientes, paramilitares y fuerza pública.
En el último año de Obama y con la cada vez más clara realidad de que se venían cuatro años de Trump, se empezó a reforzar la imagen de un Obama y su familia ideal que todo ese país extrañaría desde unos medios afines a ese producto del marketing político que fue Barack. No faltaron las fotos que proyectaban la idea de “la pareja perfecta” entre Barack y Michelle, unas hijas encantadoras, siempre sonrientes y lindas que los medios no se cansaban de agradecer pero que las voces críticas de esa nación se preguntaban ¿de qué?
Con la certeza del retorno del uribismo al poder con UriDuque a la cabeza mucha gente empezó a manifestar que extrañaría a Juan Manuel Santos y su familia y hasta le agradeció por la paz de Colombia. Sus hijos y su esposa dieron entrevistas en diferentes medios y Juan Manuel hasta hizo un video divertidísimo para YouTube en el canal de Daniel Samper. Se instaló la idea de que Santos tal vez no fue el mejor presidente posible, pero si el mejor que habíamos tenido en décadas, lo mejorcito de lo peorcito, y que por eso deberíamos estar agradecidos y sobre todo no criticarlo.
Lo más grave es que esa idea de un Santos ‘obamizado’ al que debemos agradecerle su gobierno, empezó a ser repetida en muchos círculos de lo que algunas personas denominan el centro político, activistas ciudadanos por la paz y gente que en algún momento se autodenominó de izquierda, pero que hoy rechazan esa etiqueta porque al parecer quieren hacer una política multicolor de matices que no se vea secuestrada por esa lógica perversa del amigo-enemigo, en la búsqueda de copiar la experiencias de otros países en donde la izquierda y los sectores progresistas están disputando realmente el poder con las fuerzas del establecimiento.
Yo soy de los que también creen que parte de las razones por las que los mismos de siempre han gobernado este país, es porque lo que tradicionalmente se ha denominado izquierda en Colombia – desde lo más extremo y radical representado en las Farc, hasta lo más rosa y liberal –ha cometido errores de forma y de fondo que nos han llevado a ser autorreferentes y sin ninguna influencia real en la lucha por el poder. Capitulo a parte se merece el genocidio sistemático y los portazos en la cara para que se escuche nuestra voz. Para mí que Santos sea el presidente que firmo con las Farc su acuerdo, no es razón suficiente para ser condescendientes con él, aunque hoy sea odiado por Álvaro Uribe Vélez, precisamente por eso.
Personalmente creo que no se debe confundir guerra de posiciones con asumir sus posiciones, esa es una derrota de la que nunca nos recuperaríamos y agradecerle a JuanMa o hasta reconocerle sus “cosas buenas” es jugar en su terreno cuando, lo que deberíamos estar haciendo es construir nuestro propio terreno de juego. Juan Manuel Santos no necesita que le reconozcamos nada, absolutamente nada, para eso tiene a buena parte del aparato de propaganda del establecimiento empezando por Caracol radio y televisión.
No es gracias a Santos que se logró desarmar a las Farc, para mí fue gracias a movilizaciones sociales y populares que a lo largo de todos estos años han forzado a este país a hablar primero de intercambio humanitario (2009) y hoy en defender e implementar un Acuerdo que no se ha hecho realidad a plenitud, precisamente por la irresponsabilidad y desentendimiento de un gobierno que cumplió con su deber de clase, que fue acabar con la organización armada más antigua de Colombia para asegurar su dominación.
Una política desde abajo más allá de los dogmas de la izquierda tradicional no nos debe llevar a parecernos a los de siempre y confundir nuestras ideas o entregar nuestras banderas. Es cierto que nuestras banderas no son para envolvernos en ellas y sentirnos a gusto, sino para liderar una sociedad que merece transformarse, pero también es cierto que los de siempre si son nuestros enemigos. Que la teoría de la gravedad sea tan vieja como Newton no la hace inútil. Que debamos superar los dogmas no significa que si tuviéramos la ventaja estratégica, Santos y Uribe no dudarían un segundo en juntarse para aplastar sin condescendencias cualquier posibilidad de cambio real para las mayorías en Colombia.
Una verdadera política multicolor que reconozca los matices y se salga de los dogmas tradicionales de guerra fría de la izquierda colombiana es una política con los nadie, negritudes, indígenas y campesinas que buscan desde barriadas y la ruralidad seguir resistiendo a los desastres que han cometido los de siempre en nuestro país agobiado y doliente.
No voy a extrañar a Juan Manuel Santos, no soy tan ingenuo, el liberalismo de coctel y redes sociales no es el que nos llevará a la victoria, porque si, lo que se busca es ganar.
_______________________________________
Shameel Thahir Silva | @ShameelThahir | Amigo de la casa Hekatombe.
Politólogo y Magíster en Estudios Políticos Latinoamericanos de la Universidad Nacional de Colombia. Ciclista urbano. Enamorado de Bogotá y con ganas de servirle a su gente. Preocupado por un país en donde quepamos todxs.