No tenía 40 horas de nacido mi hijo cuando ya estaba conociendo la hostilidad del transporte público en Bogotá; no solo tuvimos que esperar mucho tiempo sino que durante el trayecto casi nos bajan por la distancia de nuestro destino. Aunque el conductor evitara los huecos, su empatía no era suficiente, la ciudad está rota y es imposible esquivarlos todos. Las que han parido se imaginarán mi dolor en el útero, en las piernas y en el culo con cada salto, más la preocupación de sacudir una y otra vez a un recién nacido. No me imagino a las que les toca en SITP o en TM, y menos a las que ni a eso tienen acceso.
Durante el recorrido tuve que darle teta al bebé, me parece que es lo más normal del mundo, si tiene hambre se le alimenta y listo, pero por supuesto, no todas las personas lo asumen con normalidad.
Los huecos y las carreras de los taxistas me acompañaron más de una vez en esos primeros meses. Sin embargo, justo en el día 40 tuve que tomar un taxi desde la clínica en Chapinero hasta la casa de mi abuela en Kennedy; otra vez una hora de espera, cancelaban una y otra vez el servicio (sé que lo hacen por la ruta y por el trancón de la AV Ciudad de Cali), hasta que llegó un amarillo bravo porque “ya se iba para la casa” y porque cuando subiera al carro le iba a “ensusiar” todo con las ruedas mojadas del coche. Finalmente aceptó llevarme aunque de mala gana. Durante el recorrido tuve que darle teta al bebé, me parece que es lo más normal del mundo, si tiene hambre se le alimenta y listo, pero por supuesto, no todas las personas lo asumen con normalidad.
“Estoy que me compro un bocadillo para esa leche” y se relame la boca como un punto final para su frase de mierda.
A pesar de que cuando un bebé toma teta, no se ve nada, absolutamente nada, no falta el o la que le pone morbo a la situación y consideran que uno debe taparse incomodando al bebé. Pues el man seguramente es uno de esos, en cuanto puse al bebé comenzó a mirar con frecuencia por el retrovisor y a conversar sobre cualquier estupidez, yo permanecía callada, hasta que en el trancón de la curva de la 26 con Cali, mirándome por el espejo, bosteza y me dice: “Estoy que me compro un bocadillo para esa leche” y se relame la boca como un punto final para su frase de mierda.
En otro momento de mi vida sé que habría reaccionado por lo menos con un madrazo. Sin embargo, aunque sentía mucha ira, solamente pensaba en que no podía correr porque todavía me dolía mucho el cuerpo; tenía los puntos de la episiotomía; las tetas hinchadas con mucho dolor; estaba encartada con la maleta, el coche, las cobijas y, obviamente, tenía al bebé; así que, sintiéndome más vulnerable que nunca, me quedé callada esperando a llegar muy rápido al destino, sabiendo que el man seguía mirando con morbo por el espejo y pensando en que tal vez, por cosas como esas, muchas mujeres prefieren no dar leche en el espacio público. Al llegar a casa no dije nada, porque pensaba que me iban a reprochar por no taparme con una cobija como ya me habían dicho que lo hiciera.
Sin embargo, aunque sentía mucha ira, solamente pensaba en que no podía correr porque todavía me dolía mucho el cuerpo; tenía los puntos de la episiotomía; las tetas hinchadas con mucho dolor; estaba encartada con la maleta, el coche, las cobijas y, obviamente, tenía al bebé; así que, sintiéndome más vulnerable que nunca, me quedé callada
Como esas, he vivido muchas situaciones en los cortos 8 meses de mi hijo. Cada vez que debo salir en Bogotá, sé que para hacer una sola cosa, me voy a tardar todo el día y voy a llegar a casa de mal genio, cansada física y emocionalmente, después de transitar en una ciudad no apta para maternar con dignidad.
Los coches de bebé, en su mayoría, están diseñados para ciudades con rampas, sin huecos y para familias que cuentan con transporte propio y que lo usan solo para situaciones muy puntuales; además son pesados, difíciles de doblar y cerrar, muchos de ellos requieren dos personas para cerrarlos, y somos muchas mujeres las que debemos darnos mañas para abrirlos y cerrarlos mientras tenemos a nuestros bebés en brazos, la maleta en la espalda y cien ojos por todo lado para que no nos roben.
Otros coches son más livianos y se doblan como una maleta de viaje, sin embargo son poco resistentes a la subida y bajada de andenes de hasta medio metro de altura, o a las calles llenas de escombro de obras que van dejando piedritas en las ruedas y los frenos. Yo ando ahora con llave y un par de arandelas porque ya he tenido que hacerle un par de reparaciones.
Recuerdo haber leído en la universidad que una de las premisas del derecho a la ciudad es poder gozar efectivamente de los Derechos Humanos en escenarios urbanos. Como mujer no he podido gozar de estos, desde que era una niña, he sentido la ciudad como un lugar hostil, inseguro y diseñado para los hombres. Ahora como madre —que materno sin compañía— reafirmo cada día que el derecho a la ciudad no existe para nosotras y que se violan mis derechos, y los de mi hijo también.
¿Y es que cuántos niños tienen el derecho a alimentarse, en el lugar en el que les de hambre, con la leche que su mamá produzca, sin tener que esconderse, sin taparse ni taparlo y sin que esto implique que la madre sea violentada, juzgada o reprimida?
Por: Daniela Ivónne Bonilla @lalulupemilk. Licencia en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Asesora y Consejera en lactancia certificada por Edulacta. Desde que soy madre decidí acompañar maternidades haciendo lo que más me gusta: aprender y enseñar. Soy promotora de lactancia con leche humana, crianza con apego seguro, infancias felices, nacimientos libres y respetados.