We can’t do it anymore

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¿Recuerdan el cartel estadounidense “We can do it! (¡Podemos hacerlo!)”? Esta imagen fue creada en el marco de la Segunda Guerra Mundial en 1943, sin embargo, se hizo mucho más visible en la década de los 80´s. Durante mucho tiempo creí que esta imagen tenía que ver con lo fuertes que somos las mujeres, con nuestra fiereza y nuestro puño en alto. Sin embargo, como siempre cuando una es empeliculada, llegó la decepción.

Leyendo más sobre el asunto hace unos años, descubrí que la imagen había sido diseñada por J. Howard Miller para la empresa Westinghouse Electric, y que su finalidad no era inspirarnos a seguir en nuestras luchas, sino motivar a las mujeres a producir más y más duro, en vista de que muchos hombres estaban en la guerra y eran ellas quienes no podían permitir que la vara de la productividad se bajara. ¡Denso Lorenzo!

Si ponemos a conversar esa imagen y ese mensaje con los tiempos actuales, tenemos mucho por charlar. Las que habitamos esta época heredamos la victoria de los movimientos feministas que en el siglo XIX exigieron que pudiéramos ingresar al mercado laboral para obtener autonomía económica, lo que nos ha permitido una transformación vital importante. El hecho de que los trabajos de cuidado no fuesen remunerados nos obligó a llegar al mundo laboral para acceder a recursos económicos, aunque esta no fue la única razón. También ha existido una creencia de que hacer parte de la clase trabajadora nos pone en una igualdad relativa de condiciones con los varones. Hay más aristas de este nudo histórico en las que no profundizaré en esta columna.

En lo que sí me interesa detenerme es en el deseo. Los últimos días me he envideado leyendo a Alicia Valdés, una punki y politóloga española que publicó el año pasado su segundo libro titulado “Políticas del malestar: por qué no deseamos alternativas al presente”. Allí la autora recupera el malestar como clave para el trabajo político y colectivo, haciendo un llamado a descentralizar la razón y el yo del análisis. Además, pone en cuestión que en nuestra sociedad actual nos gobiernen los deseos a tal punto que creemos que otro presente no es posible, y que es más deseable, por ejemplo, endeudarnos con un banco a treinta años para tener una casa en lugar de adscribirnos a una cooperativa de vivienda o crear una, o que deseemos más a un presidente que va a arrebatarnos los derechos adquiridos con tal de sentir una sensación de seguridad que combata nuestros miedos.

En esta misma línea me pregunto: ¿en qué momento el deseo de ser trabajadoras para tener autonomía económica y luchar por nuestra libertad se convirtió en un potenciador de la autoexplotación y el hiper rendimiento? Poder entrar al mercado laboral ha hecho que podamos abandonar relaciones violentas, hogares que no son seguros, vínculos que son tóxicos y amenazan nuestra vida, y esto no debe dejar de ponerse en valor, pero ¿en serio vamos a seguir aceptando que nuestra propia valía dependa de qué tan productivas somos?

Como trabajadora del cognitariado universitario me hago esta pregunta todos los días hasta el cansancio. ¿Por qué tengo que seguir poniendo mi cuerpo como símbolo del sacrificio ante condiciones precarias? ¿por qué pago mis propios estudios para poder sostenerme en un espacio que no me reconoce una sola hora para estudiar? ¿por qué tenemos que dedicarnos a ser máquinas de la producción científica para hacer artículos que solo dos o tres estudiantes leerán o una élite académica hiperespecializada para la que básicamente soy nadie? ¿por qué mis estudiantes cada vez más acceden a hacer dos carreras al tiempo? ¿por qué nos metemos en mil proyectos y mil procesos que van a toda velocidad?

Podría sonar reduccionista mi lectura, porque muchos de esos escenarios o procesos en los que nos vinculamos también nos mueven y nos permiten construir sentido para seguir vivas, es lo que nos queda, sin embargo, rechazo la romantización de la hiperproductividad, propia de los tiempos neoliberales, solo para que otres reconozcan que “podemos hacerlo”, que somos poderosas, que supuestamente podemos con todo y que hay que trabajar tres veces más que los varones blancos heterocis para llegar donde estamos. ¡Basta!

No podemos seguir reproduciendo una lógica que nos está matando, que nos cansa, que nos enferma, que nos agobia y que nos roba el tiempo para lo realmente importante que deberían ser muchas más cosas que el trabajo. Pasemos del viejo “We can do it!” al We can’t do it anymore, No podemos hacerlo más, no deseamos hacerlo más.

Lo siento Shaki, lo siento Karitol, pero eso de que ya no lloramos porque nos dedicamos a ser lobas que facturan o a ser bichotas que todo lo pueden, lo que está generando es que nos veamos a nosotras como máquinas imparables que terminan sosteniendo el injusto orden actual de las cosas.

En un mes de marzo, como este desde el que escribo, del año 1911, un incendio en la fábrica textil Triangle Shirtwaist calcinó a 123 mujeres y 9 hombres. La mayoría de víctimas eran mujeres migrantes que apenas hablaban algo de inglés y que tenían entre 14 y 43 años. Los patrones de esta fábrica tenían a lxs empleadxs en precarias condiciones, lo que hizo que el incendio no pudiera apagarse a tiempo y que el fuego se extinguiera después de consumir tres pisos completos de las instalaciones. Los patrones fueron absueltos en el juicio penal y después fueron obligados a indemnizar a cada familia de las víctimas donde, según Amnistía Internacional, finalmente salieron ganando porque la aseguradora les pagó más dinero a los dueños por cada persona fallecida.

En memoria de cada persona que ha muerto y que sigue muriendo para que tengamos mejores condiciones laborales, deberíamos potenciar un deseo por la ralentización de la vida, por la destrucción de la cronopolítica que hace que el tiempo nos gobierne, y por una relación con el trabajo donde este no sea el centro, porque lo que nos dignifica no es trabajar… al contrario, es comprender que la dignidad es mucho más que creer que vendiendo nuestra fuerza es como nos “ganamos la vida”.

Por un 8M donde suene menos “Mujeres” de Arjona, nos den menos chocolates porque somos el pétalo más hermoso, y mejor nos detengamos todes a pensar y hacer posible cómo vivir mejor, más lento y trabajando menos.

Referencias

Amnistía Internacional. (2023). Triangle Shirtwaist: el incendio que hizo avanzar el reconocimiento de los derechos de la mujer. URL: https://www.es.amnesty.org/en-que-estamos/blog/historia/articulo/triangle-shirtwaist-derechos-de-la-mujer/

Valdés, A. (2024). Políticas del malestar. Por qué no deseamos alternativas al presente. Madrid: Debate.