Cuando se camina por las calles y los caminos empedrados y embarrados de la Colombia profunda, desde la experiencia práctica de vivir en los sectores sociales populares, se descubre que este es un país político y de gente trabajadora con esperanzas. Sin embargo, como es bien sabido en la televisión, desde hace décadas, se nos viene instruyendo que las decisiones importantes de nuestra sociedad en lo político, geopolítico, social, cultural, ecológico y ambiental, las toman los expertos del neoliberalismo y la globalización en el extranjero.
En ese sentido, el poder hegemónico y los politiqueros de turno del país arrodillan a la sociedad colombiana, en su conjunto, a los intereses del gran capital corporativo de las transnacionales, los banqueros y los grandes grupos empresariales nacionales, con el ejercicio beneficioso y lucrativo de su desgobierno.
El proyecto de la mal llamada “modernidad”, la cual nos trajo las enfermedades del progreso y el desarrollo de la pobreza, la ignorancia y el desamor.
Los intereses jugosos que persiguen los grupos poderosos son: el extractivismo material del suelo y los ecosistemas biodiversos; la especulación y explotación financiera; la inserción de nuestros territorios al capital por medio de la guerra, una guerra que genera despojo para vender los frutos de los territorios al mejor postor en las bolsas de valores; la esclavitud provocada por la pauperización de las condiciones laborales y de bienestar social en las clases trabajadoras; la privatización de los servicios públicos, la salud y la educación; entre otros intereses internacionales por parte de la supremacía geopolítica y militar en el continente del imperio del creacionismo y el Norte global.
El país hoy vive una profunda crisis humanitaria al desatarse la violencia de la guerra y un manejo bochornoso y perverso de la pandemia del covid-19. Al gobierno nacional (la derecha) la vida de los colombianos y las colombianas no le vale nada y nuestros niños, niñas y jóvenes reclutados por la infamia, son bombardeados sin clemencia y como máquinas de guerra, desde órdenes dadas a los mercenarios “Héroes de la patria”.
Si bien las elecciones parlamentarias y presidenciales del 2022 en Colombia arrancaron a comienzos del 2021, las políticas de la muerte, el colonialismo, el patriarcalismo y el capitalismo, arrancaron hace más de cinco siglos en estos territorios, con el proyecto de la mal llamada “modernidad”, la cual nos trajo las enfermedades del progreso y el desarrollo de la pobreza, la ignorancia y el desamor. En tierras en donde pensar y respirar era un mismo sentir del bien vivir y las autonomías.
Los mismos con las mismas, ahora impúdicamente se hacen llamar de “centro”, se ponen tenis y blue Jean, pero en el fondo quieren mantener las cosas en el mismo lugar. Es lo que está pasando hoy con el gobierno de Bogotá. Ahora bien, las representaciones políticas que quieren el cambio y buscan abrir posibilidades para alcanzar transformaciones y reformas para el país han presentado un proyecto denominado el Pacto Histórico, el cual busca construir un programa de gobierno conjunto con la ciudadanía, que se piense los cambios necesarios para el país.
Hasta el momento el Pacto Histórico se ha planteado en el plano electoral. Con él se pretende llegar a la Presidencia, así como el poder obtener mayoría de las curules en el Congreso de la República. Para ello, dentro de las fuerzas políticas y sociales que hasta ahora lo integran, se ha planteado hacer una consulta abierta y sin vetos para elegir un candidato presidencial y unas listas al Congreso de la República, cuya mayoría sea integrada por las mujeres. Muy bien, pero la transformación de la democracia no solo se traza, se organiza y se materializa desde el campo electoral que busca alcanzar la mayoría en la representatividad política parlamentaria y del ejecutivo.
Si los de abajo se organizan los de arriba se caen.
El que crea a estas horas del partido que el sistema político colombiano se transforma simplemente con el hecho de votar, o es un ingenuo o es más de esa politiquería clientelista de la que la mayoría de las y los colombianos estamos ya cansados. Ya que esto es insuficiente y quizás podría ser hasta contraproducente, si no se hace con plena convicción y ética desde su ejecución, un ejercicio participativo amplio, para participar de ello: no está de más que nos preguntemos antes:
¿De qué nos sirve ganar unos escaños en el Congreso, si abajo en las bases sociales se sigue con el descontento popular? ¿De qué nos sirve tener unos representantes que se eligen como alternativa con el apoyo de unos partidos de izquierda y progresistas si gobiernan al final con la imposición de un programa de la derecha? ¿De qué nos sirve tener un presidente progresista y alternativo si no va a tener gobernabilidad? ¿De qué nos sirve que algunos líderes políticos se metan al pacto histórico, si no son conscientes de que las luchas sociales y políticas por la vida digna de los ciudadanos en Colombia no se limitan a la representación en una institucionalidad viciada e ilegítima?
Un pacto histórico desde abajo es llegar al corazón y pensamiento de las mayorías de Colombia en su cotidianidad desde lo real y no que unas simples minorías busque seguir representándolas en sus sueños y demandas desde arriba, sin masa y sin candela.
Un pacto histórico desde abajo no se puede tardar un año discutiendo el orden de los candidatos y las candidatas en una lista. El programa debe ser construido y socializado desde las bases, para que cuando se llegue al poder desde el Pacto Histórico, como proyecto político y de transformación económica, social, ecológica, ambiental y cultural, se defienda desde las bases, es decir, desde el constituyente primario en clave de democracia participativa y en ejercicio de la ciudadanía activa.
Para defender esa lucha y esa ruta de transformación nacional, el pueblo colombiano se debe movilizar desde ya con paros, plantones, cacerolazos, caravanas, pero además debe movilizarse en red. En ese sentido, los partidos políticos deben aprender de nuestros movimientos sociales, indígenas y campesinos y bajarse un poco del eurocentrismo burgués de prácticas ortodoxas, sectarias y retardatarias.
Un pacto histórico desde abajo no se trata simplemente de hacer una campaña para conseguir unos votos y unos escaños, se trata de hacer pedagogía popular y social para presentar la propuesta de un programa a la sociedad colombiana, es definir un horizonte de disputa política, social, ecológica, ambiental y cultural a quienes detentan el poder y nos mal gobiernan.
Un pacto histórico desde abajo es llegar al corazón y pensamiento de las mayorías de Colombia en su cotidianidad desde lo real y no que unas simples minorías busque seguir representándolas en sus sueños y demandas desde arriba, sin masa y sin candela. Si los de abajo se organizan los de arriba se caen. Vamos juntos y juntas por el Pacto Histórico, desde abajo, para hacer de Colombia la democracia real que nos merecemos todos y todas.