Más allá de las múltiples referencias cinematográficas que van desde las hermanas Wachowski, pasando por Pixar o Tarantino, hasta Wong Kar-wai, el argumento central de la película «Everything Everywhere All at Once» se vale del «multiverso» para desarrollar en la trama el viejo dilema sobre la razón de la existencia.
El reconocimiento que una mujer tiene —en tanto trabajadora, cuidadora y madre— sobre sí misma, a partir de la reconciliación con su vida y su hija, mientras encuentra sus otras versiones en múltiples posibilidades multiversales, es el trasfondo que se suma a la identificación de lo simple, de las pequeñas cosas, de lo «estúpido» —dicho así literalmente por un personaje— como el sentido de la vida.
«Everything Everywhere All at Once» se vale del «multiverso» para desarrollar en la trama el viejo dilema sobre la razón de la existencia.
Si bien en el film de Daniel Kwan y Daniel Scheinert hay un giro respecto al género de quien protagoniza la pelìcula y sus dudas, tomando distancia de las películas previas al 2015, en las que, en mayor medida, el heroísmo quedaba relegado para los hombres y sus inquietudes, la idea central sigue siendo en esencia una visión conservadora sobre la existencia, según la cual el sentido está en el orden y no en el cambio.
La batalla entre el bien y el mal, sintetizada en el enfrentamiento entre la madre y su hija —quien experimenta en primer lugar el multiverso—, viene a ser la batalla entre las premisas «nada importa» (el caos) y «todo importa» (el orden).
El «nada importa» ocurre cuando se encuentran, en el multiverso, las múltiples posibilidades, el azar y la arbitrariedad. Sucede ante el descubrimiento sobre lo infinito del universo, pero a su vez sobre lo ínfimo de la existencia individual.
la idea central sigue siendo en esencia una visión conservadora sobre la existencia, según la cual el sentido está en el orden y no en el cambio.
Por su parte, el «todo importa» se va desarrollando a lo largo de la trama, y viene a ser presentado por el esposo, Waymond —en apariencia despreocupado— a su esposa, Evelyn —la protagonista de la historia— ocupada y estresada por las tareas diarias de la vida.
De ese modo va tomando forma el argumento conservador de la película. En principio, Evelyn está en un punto en el que es evidente el anhelo de escape, especialmente en el momento en el que se encuentra en el cubículo de una funcionaria estatal que controla la vida por medio de la vigilancia a los impuestos; una imagen interesante que recuerda la crítica de Kafka al mundo del orden, la norma y lo convencional, de impronta burocrática y estresante, que se impone a la vida y del que parece, precisamente, no haber escape.
La situación de la funcionaria se termina resolviendo con una idea sencilla: necesitaba saber que mujeres como ella podían ser amadas. Es decir, la representación inicial de esta como expresión del orden se disuelve ante la representación de la mujer estresada sin amor. El amor, politizado por el feminismo, termina completamente vaciado y despolitizado para reproducir una concepción típicamente conservadora.
El amor, politizado por el feminismo, termina completamente vaciado y despolitizado para reproducir una concepción típicamente conservadora.
Y así, en medio de peleas caóticas que irrumpen el estrés previo de la vida cotidiana, el conservadurismo emerge con plenitud cuando en lo que parece casi un monólogo, Waymond da cuenta de «lo que importa»: ante la nada, se debe imponer la bondad, lo gracioso, y, por qué no, lo ridículo. La bondad vendría a ser el eje con el que se supere la discordia, la diferencia entre el caos del sin sentido y la voluntad de orden. Y con esta premisa sigue la pelea final.
Al casi concluir la película, Evelyn le dice a su hija: «podemos hacer lo que nos dé la gana, porque nada importa», pero ese hacer se limita al plano de lo inmediato, de lo que es y no puede ser de otra forma, de la vida cotidiana tal y como está, y, según esa perspectiva, está bien que sea así. En últimas, de lo que se trata es de darle sentido a eso, a esa rutina.
Por supuesto, se trata de una idea bella sobre el sentido de la vida. Un sentido que no existe de antemano sino que se va construyendo, y que se centra en los detalles específicos y momentáneos, en la simplicidad de la existencia. Y acá emerge también un valor presente en espiritualidades de oriente: el equilibrio. Con el equilibrio viene la reconciliación entre las personas que se enfrentan y las personas consigo mismas. Es la reconciliación entre el caos y el orden.
En últimas, de lo que se trata es de darle sentido a eso, a esa rutina.
La cuestión radica en que tal y como se presenta es la reiteración de la misma concepción ideológica hollywoodense puesta en escena una y otra vez en múltiples películas y series, que se resume en un valor clave: la aceptación de lo que hay. La resignación activa y feliz frente a la vida cotidiana que tocó vivir. Es la cómoda adaptación gringa de la filosofía del absurdo que, mediante el mito de Sísifo, invita a asumir la existencia, en una interpretación que tiene como ejes al individuo y la familia nuclear, excluyendo siempre toda referencia a lo colectivo o a la clase social.
De otro lado, el equilibrio adaptado, en una vínculo de valores oriente-occidente, viene a emparentarse con la misma operación ideológica de establecer el cambio y la posibilidad como caos y de afirmar el orden de lo existente, tal vez ligeramente modificado, como bien primordial. O bien, el cambio forzado por el caos viene a ser inmediatamente adaptado, de forma más o menos diferente, por el orden. En la película esto sería evidente en dos casos: en primer lugar, en la amistad que nace al final entre la funcionaria, representante del control, y la protagonista; y en segundo lugar, en la aceptación que Evelyn hace de su propia vida.
invita a asumir la existencia, en una interpretación que tiene como ejes al individuo y la familia nuclear, excluyendo siempre toda referencia a lo colectivo o a la clase social.
El efecto ideológico de este supuesto, el de la resignación, es concreto pero eficaz al presentarse cargado de realismo y emotividad: debemos aceptar lo que está, y si es el caso, modificarlo por medio del mercado. Aceptar el orden de cosas existente con tranquilidad, ya que la vida cotidiana está inscrita en un sistema que es eterno e inmodificable. Más allá de todas las posibilidades, las alternativas, o en este caso de todos los «multiversos», tenemos que asumir que la vida, en este sistema, está bien.
Cabe la pregunta sobre la incorporación de estas otras filosofías y espiritualidades en los marcos de sentido dominantes. El equilibrio sería importante en la vida, pero al estar adecuado, o mejor, al estar subsumido por el sistema, vendría a operar de una forma funcional a lo establecido.