Sombras de división merodean sobre las llamadas «fuerzas alternativas» en el contexto de crisis de hegemonía uribista. Las recientes reuniones de convergencia sostenidas entre Angélica Lozano, Juan Fernando Cristo, Humberto de la Calle, Jorge Robledo y Sergio Fajardo confirman la intención de construcción de un bloque electoral que excluye tanto a Petro como a las fuerzas liberal-democráticas más orientadas hacia la izquierda. Ante esto, el congresista Inti Asprilla reclamó que Angélica Lozano no representa a toda la Alianza Verde.
De ese modo se está pactando la eventual dominación/hegemonía de élites políticas de centroizquierda y centroderecha que no han nacido explícitamente del tradicional tronco liberal-conservador y el reencauche de viejas élites santistas provenientes del Partido Liberal.
Por el lado de la Colombia Humana el panorama es de fractura interna. Los problemas derivados del caudillismo, la incomprensión de la estructura de género como fuente de desigualdades contra las mujeres, distancias ideológicas y la ausencia de autocrítica y democracia interna explotaron con la renuncia de Ángela María Robledo a la Colombia Humana, quien fuera nada más ni nada menos que la fórmula vicepresidencial de Gustavo Petro en las elecciones de 2018. Figuras representativas como María Mercedes Maldonado también se habían apartado ya de la organización liderada por Petro.
A esto hay que sumar que la propia Colombia Humana ha estado abierta a alianzas con otras élites santistas. La conversión del otrora senador del Partido de la U Armando Benedetti al «petrismo» ilustra esta situación. El exuribista y exsantista ahora defiende banderas de izquierda y es acérrimo crítico de Fajardo.
Una historia reciente de vaivenes
La reciente política estatal de izquierdas ha sido dinámica, pero no dialéctica, es decir, ha sido incapaz de superar las consecuencias disgregadoras de sus propias contradicciones. En todo este juego de disputa por el ejercicio del poder estatal hay que recordar que la Alianza Verde fue resultado de la fusión en 2013 entre los Progresistas de Petro y el Partido Verde, sí, el mismo partido donde militaban Antanas Mockus, Enrique Peñalosa y hasta Lucho Garzón. Por ese entonces Angélica Lozano, hoy gran electora de la Alianza Verde y del inexistente centro, era concejala por el Movimiento Progresistas.
Así que, como escribiera el poeta Oliverio Girondo, «se confunden, se acoplan, se disgregan». Todo un maremágnum de ires y venires que expone la ausencia de acuerdos programáticos a largo aliento «sobre lo fundamental» bajo un proyecto de izquierdas.
Tras la ruptura entre los Progresistas de Petro y la Alianza Verde ocurrida en 2017 hubo políticos afines a Petro o con trayectoria de izquierdas que decidieron quedarse en la miscelánea de la Alianza. Entre ellos cabe destacar a Antonio Navarro Wolf, Inti Asprilla, Carlos Vicente de Roux y Camilo Romero.
Apenas un año después, en 2018, tanto Mockus como Claudia López respaldaron la candidatura presidencial de Gustavo Petro en segunda vuelta para atajar a Iván Duque. Mas poco tiempo después el petrismo no sólo presentó candidato propio para la alcaldía de Bogotá, sino que ejerce una tensa oposición contra la alcaldesa elegida Claudia López, que recibió el apoyo del Polo Democrático y con la que Ángela María Robledo es afín. Carlos Carrillo, del Polo, es en la actualidad una de las voces más críticas de la alcaldesa de la Bogotá Cuidadora.
Así que, como escribiera el poeta Oliverio Girondo, «se confunden, se acoplan, se disgregan». Todo un maremágnum de ires y venires que expone la ausencia de acuerdos programáticos a largo aliento «sobre lo fundamental» bajo un proyecto de izquierdas.
Un diagnóstico: no todo son votos
No se ha construido un horizonte político común de izquierda por el hecho de trabarse alianzas coyunturales con fuerzas ideológicamente distantes que sirven principalmente para ganar votos y posicionar candidaturas.
Si se sigue la terminología de Angelo Panebianco sobre los dilemas organizativos de los partidos, en la tensión de las izquierdas entre los incentivos selectivos individuales de sus políticos y los incentivos colectivos referentes a la lucha contra las desigualdades… ha primado el primer tipo de incentivo. Hoy Petro es senador, hoy Jorge Robledo es senador, pero Colombia sigue siendo uno de los países más desiguales del mundo y no se avizora siquiera una unidad entre las fuerzas de izquierda en torno a la defensa del Acuerdo Final de Paz.
Asimismo, pareciera que, aunque en la estructura económica ha habido condiciones para un proyecto programático más proclive a la igualdad social, la batalla cultural fue ganada de modo provisional por el individualismo liberal, el asistencialismo, los caudillismos, el miedo a la izquierda y las ideologías precarizadoras del emprendimiento. Las secuelas de la derrota hegemónica de la lucha guerrillera, tan instrumentalizadas por el uribismo, aún perviven en la cultura política.
De las pocas escisiones entre las izquierdas que han permanecido en el tiempo se encuentran las protagonizadas por Jorge Robledo —y el MOIR— y Gustavo Petro desde que éste denunciara, junto con Carlos Vicente de Roux y Luis Carlos Avellaneda, las ilegalidades de la administración Samuel Moreno. Tal división ha redundado en la imposibilidad de conformación de un bloque de izquierda más unificado.
Reflexiones finales
Lo que muestra el presente panorama es que hay una disputa en torno a cuáles élites serán las que ocuparán los «vacíos de poder» que dejaría una caída relativa de la dominación/hegemonía uribista. Pero la fragmentación de esta plétora de fuerzas puede favorecer a un Centro Democrático que de momento no tiene nada más que ofrecer que la reencarnación del reyecillo Álvaro Uribe en la figura de su hijo, el príncipe-empresario Tomás, el franco —llamado así no por alusión al reino «bárbaro», sino por las Zonas Francas que papá presidente institucionalizó para que se enriqueciera de forma descarada—.
Es quizá esta una oportunidad para las izquierdas de ayudar en el proyecto de politización de los pueblos y gentes que habitan el territorio colombiano en torno a la lucha contra las desigualdades estructurales de clase, raza y género que oprimen a las clases subalternas a distintas escalas.
Sólo de esa forma facciones de la antidemocracia uribista, ahora en su versión dinástica, se imagina que podría continuar su defensa del violento orden social vigente. Nada extraño en un país dominado durante más de un siglo por familias liberales o conservadoras profundamente endogámicas.
Es quizá esta una oportunidad para las izquierdas de ayudar en el proyecto de politización de los pueblos y gentes que habitan el territorio colombiano en torno a la lucha contra las desigualdades estructurales de clase, raza y género que oprimen a las clases subalternas a distintas escalas. Pues una alianza radicalmente democrática es la que se establece con las multitudes y sujetos subalternos en sus territorios y no las que están mediadas por la ficción de la representación de las élites clientelistas de Medellín, la Costa o Bogotá, o la ficción de la «democracia virtual» de Twitter. Eso no implica, de todas formas, que la Colombia Humana deba seguir perdiendo cuadros políticos de «centroizquierda» de alcance regional o nacional. La lógica de la representación sigue pesando.
El posicionamiento electoral de élites estatales de izquierda, pues, debe ser uno de tantos medios, pero no el fin de la acción colectiva contrahegemónica.
¿Será la Colombia Humana el principal partido-movimiento que aglutinará a todas esas fuerzas populares o continuará, en cambio, devorándose a sí misma? Si sigue reproduciendo el segundo camino, no habrá Lalis, ni Levy Rincón que valgan.