desarrolla la conciencia histórica de los estudiantes, ayudando a situarlos en el mundo históricamente, con la posibilidad, no sólo de aferrarse o desprenderse de sus lealtades, tradiciones y adscripciones sociales o políticas, sino de verlas bajo una luz diferente.
La historia de la enseñanza de la historia señala que esta forma de comprensión del mundo ha estado sometida a los intereses políticos y a las agendas del capital humano. La pretensión de más larga data es utilizar la historia como soporte de la cohesión social o incluso del resurgimiento del orgullo patrio. Más recientemente fue objeto del eficientismo curricular que priorizó “saberes” útiles y eficientes para el ciudadano-productor-consumidor, así que se subordinó el saber histórico a la formación ciudadana y se promovió la integración (economía del conocimiento) curricular en las ciencias sociales escolares, con una terrible hostilidad hacia las disciplinas, desterradas de las licenciaturas en ciencias sociales y de las escuelas. Algunos pedagogos llegaron a afirmar que la interdisciplinariedad era parte del proyecto emancipatorio, en tanto las disciplinas correspondían al pensamiento conservador. Una legitimación ideológica que marchitó la discusión epistemológica.
La historia de la enseñanza de la historia señala que esta forma de comprensión del mundo ha estado sometida a los intereses políticos y a las agendas del capital humano
Al subordinar el pensamiento histórico a la formación ciudadana, el primero dejó de ser un pensamiento autónomo, componente esencial de toda sociedad democrática, en tanto se validó un relato del pasado de la construcción heroica de un presente que se debe preservar con los buenos modales.
Ahora, que la agenda política vuelve a plantear el retorno de la historia (la historia de Colombia) a las aulas, vale la pena la discusión.
La historia, como un saber público, es necesaria en la educación porque desarrolla la conciencia histórica de los estudiantes, ayudando a situarlos en el mundo históricamente, con la posibilidad, no sólo de aferrarse o desprenderse de sus lealtades, tradiciones y adscripciones sociales o políticas, sino de verlas bajo una luz diferente. La historia no enseña a ser consecuentes, sino a revisar reflexivamente las implicaciones de las creencias sobre ser consecuente hasta el final.
un mundo o muchos mundos en los que las herencias y futuros-presentes moldean nuestras posibilidades y han moldeado las de otros seres humanos en las sociedades humanas.
No se trata que los estudiantes confirmen formas de pensamiento que ya poseen, o aplaudir toda opinión por aquello de que el conocimiento se construye, se trata de ampliar su aparato conceptual, ayudar a los estudiantes a desarrollar formas de argumentación compleja, de explicaciones cambiantes a medida que se allegan nueves informaciones históricas. La historia en la escuela ofrece una tradición metacognitiva. No se trata de contar historias entretenidas, se trata de reconocer nuestro lugar fragmentario, lleno de incertidumbres, certezas y azares en el mundo, un mundo o muchos mundos en los que las herencias y futuros-presentes moldean nuestras posibilidades y han moldeado las de otros seres humanos en las sociedades humanas.