Quemando prejuicios: Tradiciones regionales y discursos de humo

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La historia regional constituye un componente esencial en la construcción de una identidad nacional plural y diversa. En un país como Colombia, caracterizado por una gran heterogeneidad cultural y geográfica, entender las particularidades de cada región no solo enriquece la narración nacional, sino que también refuerza los lazos de solidaridad entre comunidades. Sin embargo, comentarios como los del congresista Miguel Polo Polo, quien deslegitimó prácticas culturales de los pastusos en particular y de los nariñenses en general en relación a la quema de años viejos, evidencian cómo persisten discursos discriminatorios que perpetúan prejuicios históricos.

Es precisamente en este tipo de contextos donde autores como Burke, destacan el papel fundamental de las regiones. Estas, a través de sus costumbres y tradiciones, aportan perspectivas únicas que enriquecen el sentido de lo nacional. Tradiciones como la quema de años viejos en Pasto, lejos de ser simples manifestaciones folclóricas, se convierten en expresiones históricas cargadas de significados profundos. Lydia Inés Muñoz Cordero, al analizar la identidad regional en Nariño, subraya cómo estas prácticas reflejan procesos históricos que han moldeado la memoria colectiva de los pueblos, otorgándoles un sentido de pertenencia.

Hobsbawm, en su influyente concepto de «la invención de tradiciones», amplía esta perspectiva al sugerir que muchas costumbres, aunque aparenten ser antiguas, son en realidad creaciones recientes destinadas a fortalecer las identidades colectivas. Un ejemplo claro de ello es la quema de años viejos, una práctica cultural que, según la historiadora Lydia Inés Muñoz Cordero (1985), se originó el 31 de diciembre de 1930, cuando don Fernando Narváez Benavides guardó el muñeco de inocentes* elaborado con trapos y aserrín. Este muñeco, quemado en un rito simbólico esa noche, marcó el inicio de una tradición que trasciende generaciones y conecta a los nariñenses con su historia, su resistencia y su resiliencia frente a los desafíos, ese acto de resistir incluye necesariamente la crítica, la sátira, el sarcasmo y en muchos casos la identificación con figuras nacionales con las cuales podemos llegar a sentirnos a gusto o en disgusto. La acción de quemar es un acto costumbrista que compartimos con otras regiones de Colombia y con algunas provincias del Ecuador, pero la elaboración de los muñecos o monigotes es única y se realza y perfecciona con el paso del tiempo dando mensajes profundos y contestatarios, eso lo hacemos en todo el departamento de Nariño.

A pesar de la riqueza de estas tradiciones, ciertos actores políticos eligen perpetuar estereotipos. Las declaraciones de Polo Polo representan una narrativa que ignora y a su vez deslegitiman de manera errónea las contribuciones de los pastusos en episodios clave como las guerras de independencia, negando el trasfondo histórico de su resistencia. Este episodio, a menudo incomprendido, no fue una simple oposición a la independencia, sino una lucha por defender su autonomía frente a un poder centralizador. Los pastusos, lejos de actuar por afinidad con la monarquía española, entendieron que la independencia podría significar nuevas formas de dominación que amenazaban sus valores y su forma de vida.

Esta situación refleja una problemática más amplia que, como advierte Damián Pachón Soto, radica en las visiones homogeneizantes que invisibilizan la diversidad y las complejidades de la identidad nacional. Este centralismo, responsable de perpetuar el abandono de regiones como es el caso del suroccidente colombiano, ha generado profundas desigualdades: la falta de desarrollo económico, la ausencia de industrialización, el abandono del campo y el rezago en infraestructura son solo algunas de las consecuencias. Reconocer y valorar la historia regional es, por tanto, un acto político indispensable para desafiar estas narrativas y construir una Colombia más inclusiva.

La historia regional también ofrece una oportunidad para transformar las tensiones históricas en puentes de reconciliación. Burke y Hobsbawm coinciden en que una mirada regional permite comprender mejor las dinámicas de interacción y conflicto entre comunidades. Al integrar estas narrativas al discurso nacional, se abre la posibilidad de construir una identidad compartida que respete y valore las diferencias.

Por último, tradiciones como la quema de años viejos son más que ritos simbólicos; son espacios de memoria colectiva que reafirman la identidad y la resistencia frente a las adversidades. Estas prácticas no solo enriquecen la cultura nacional, sino que también promueven el respeto mutuo y combaten prejuicios. Los líderes políticos y culturales tienen el deber de construir un discurso inclusivo que valore estas diferencias como una fortaleza, reivindique la historia regional y se concentre en el estudio de la historia política y cultural de nuestro país, un requisito mínimo que se les debería exigir a representantes, congresistas o cualquier “líder” que ostente un cargo como servidor público. ¡Al final, es cierto, el que es bruto es bruto, y no hay tradición que lo salve de su ignorancia!

REFERENTES

  • Burke, P. (2010). La historia social y cultural de la nación. Madrid: Akal.
  • Hobsbawm, E. (1983). La invención de la tradición (EJ Hobsbawm y T. Ranger, Eds.). Barcelona: Crítica.
  • Muñoz Cordero, LI (2018). Identidad regional y memoria colectiva: Estudios sobre la región de Nariño . Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.

             (1985). Historia del Carnaval Andino de Blancos y Negros en San Juan de Pasto. Cartilla Infantil Ilustrada. Instituto Andino de Artes Populares. Quito, Ecuador, pp. 183-184.

  • Pachón Soto, D. (2014). La filosofía en el contexto de lo político: Reflexiones desde América Latina . Bogotá: Universidad de Caldas.

* La tradición de hacer muñecos relacionados con el Día de los Santos Inocentes tiene raíces tanto europeas como latinoamericanas, (gracias al proceso de colonización) pero su forma y significado han evolucionado a lo largo del tiempo. Esta tradición está vinculada a prácticas culturales que mezclan elementos religiosos, históricos y festivos. En varias regiones de América Latina, esta costumbre tiene raíces en la representación simbólica de los «inocentes» a los que se alude en el relato bíblico de la masacre ordenada por el rey Herodes. Los muñecos de trapo son generalmente quemados como parte de un ritual que busca cerrar ciclos, purificar o deshacerse de lo negativo. Este tipo de celebración también refleja cómo las comunidades reinterpretan festividades religiosas o históricas, adaptándolas a sus contextos culturales específicos. Así, lo que empezó como una conmemoración religiosa puede transformarse en una expresión de crítica social, burla o simple diversión, lo que hacemos todos los años en Nariño