Hasta el 28 de mayo, mujeres y hombres, con un protagonismo equivalente, obreros, artesanos y estudiantes, resistieron la prolongación asamblearia de un levantamiento popular contra la opresión, militarización y el hambre que había traído tanto la guerra franco-prusiana
El 18 de marzo 1871, el pueblo parisino se organizó para ejercer una socialización radical del poder conocida como la Comuna de París. Hasta el 28 de mayo, mujeres y hombres, con un protagonismo equivalente, obreros, artesanos y estudiantes, resistieron la prolongación asamblearia de un levantamiento popular contra la opresión, militarización y el hambre que había traído tanto la guerra franco-prusiana, como el régimen mismo de Napoleón III y luego de Thiers, teniendo como antesala la insatisfacción por el freno que había puesto la burguesía a las banderas políticas de la revolución francesa de libertad, igualdad y fraternidad.
En cuanto a los sectores políticos que participaron en la comuna, fueron protagonistas republicanos radicales; blanquistas y otras tendencias jacobinas; socialistas revolucionarios, que más tarde serían conocidos como anarquistas; feministas que en el momento se popularizaron como las incendiarias; y comunistas que se identificaban con las ideas de Marx y Engels.
Feministas que en el momento se popularizaron como las incendiarias; y comunistas que se identificaban con las ideas de Marx y Engels.
Las incendiarias, teniendo como una de sus figuras más destacadas a la profesora de escuela Louis Michel, además de participar en la comuna como combatientes y representantes provisionales, conformaron un sistema de cuidado, que antecedió desde una perspectiva libertaria, lo que hoy se conocería como trabajo social, con espacios de protección, alimentación y formación para niños y niñas, comedores comunitarios y un trato directo que revestía de dignidad a sectores rechazados socialmente, para incluirlos en la vida política directa comunal.
Todo París está en pie; el cañón truena a intervalos.
En un estrado está el Comité Central; delante, la Comuna, todos con el pañuelo rojo. Pocas palabras en los intervalos que marcan los cañones. El Comité Central declara expirado su mandato y entrega sus poderes a la Comuna.
Se lee la lista de los nombres y un grito inmenso se eleva: ¡Viva la Comuna! Los tambores rinden honores y la artillería estremece el suelo.
—En nombre del pueblo, dice Ranvier, la Comuna queda proclamada.
Todo fue grandioso en aquel prólogo de la Comuna cuya apoteosis tenía que ser la muerte.
Nada de discursos, solo un inmenso grito. Uno solo: ¡Viva la Comuna!
Todas las bandas tocan La Marsellesa y el Chant du départ, que corea un huracán de voces.
Un grupo de ancianos baja la cabeza hacia el suelo. Se diría que están oyendo a los muertos por la libertad: son supervivientes de junio, de diciembre; algunos, canosos son de 1830, Mabile, Malezieux, Cayol.
En su texto «La guerra civil en Francia» Marx señala algunas de las medidas de la Comuna:
«La Comuna estaba formada por los consejeros municipales elegidos por sufragio universal en los diversos distritos de la ciudad. Eran responsables y revocables en todo momento. La mayoría de sus miembros eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera. La Comuna no había de ser un organismo parlamentario, sino una corporación de trabajo, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. En vez de continuar siendo un instrumento del Gobierno central, la policía fue despojada inmediatamente de sus atributos políticos y convertida en instrumento de la Comuna, responsable ante ella y revocable en todo momento. Lo mismo se hizo con los funcionarios de las demás ramas de la administración. Desde los miembros de la Comuna para abajo, todos los servidores públicos debían devengar salarios de obreros. Los intereses creados y los gastos de representación de los altos dignatarios del Estado desaparecieron con los altos dignatarios mismos. Los cargos públicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del Gobierno central. En manos de la Comuna se pusieron no solamente la administración municipal, sino toda la iniciativa ejercida hasta entonces por el Estado.
Una vez suprimidos el ejército permanente y la policía, que eran los elementos de la fuerza física del antiguo Gobierno, la Comuna tomó medidas inmediatamente para destruir la fuerza espiritual de represión, el «poder de los curas», decretando la separación de la Iglesia y el Estado y la expropiación de todas las iglesias como corporaciones poseedoras. Los curas fueron devueltos al retiro de la vida privada, a vivir de las limosnas de los fieles, como sus antecesores, los apóstoles. Todas las instituciones de enseñanza fueron abiertas gratuitamente al pueblo y al mismo tiempo emancipadas de toda intromisión de la Iglesia y del Estado. Así, no sólo se ponía la enseñanza al alcance de todos, sino que la propia ciencia se redimía de las trabas a que la tenían sujeta los prejuicios de clase y el poder del Gobierno.
La gran medida social de la Comuna fue su propia existencia, su labor. Sus medidas concretas no podían menos de expresar la línea de conducta de un gobierno del pueblo por el pueblo. Entre ellas se cuentan la abolición del trabajo nocturno para los obreros panaderos, y la prohibición, bajo penas, de la práctica corriente entre los patronos de mermar los salarios imponiendo a sus obreros multas bajo los más diversos pretextos, proceso éste en el que el patrono se adjudica las funciones de legislador, juez y agente ejecutivo, y, además, se embolsa el dinero. Otra medida de este género fue la entrega a las asociaciones obreras, bajo reserva de indemnización, de todos los talleres y fábricas cerrados, lo mismo si sus respectivos patronos habían huído que si habían optado por parar el trabajo
(…) París trabajaba y pensaba, luchaba y daba su sangre; radiante en el entusiasmo de su iniciativa histórica, dedicado a forjar una sociedad nueva, casi se olvidaba de los caníbales que tenía a las puertas».
Ante el fin de la socialización del poder en París, Thiers, jefe del ejecutivo francés, previo contrincante del imperio prusiano, se alió con éste para aplastar la comuna. Cuando el avance de las fuerzas conservadoras, con base en Versalles, marchaba con el ánimo de aplastar definitivamente el espíritu libertario que se expandía tanto por Francia como por colonias como la argelina, Lois Michel diría:
“Así como los lobos se reúnen en la espesura de los bosques,
las bestias estrepitosas venían aullando por el orden”.