
Universidad Distrital Francisco José de Caldas
El 7 de julio las noticias se escandalizaban con la muerte violenta del presidente haitiano Jovenel Moïse a manos de un grupo armado que llegó hasta su residencia y lo ejecutó. Entender este suceso exige, sin duda, una mirada de larga duración que sitúe este asesinato en el marco de la historia global de la dominación colonial, imperialista y capitalista sobre una sociedad como Haití.
Una breve historia de un estado-nación paria
El 6 de diciembre de 1492 comenzó la tragedia haitiana. Ese día Cristóbal Colón, creyendo haber llegado a la India se encontró con el pueblo Taino y lo denominó “indio”. Se trataba de gente amistosa, pero su tierra fue denominada como “la Española” y se declaró propiedad de la corona. Se discute sobre el tamaño de la población, entre 500 mil y tres millones. Colón quería oro y como no lo había en abundancia inauguró el tráfico de personas esclavizadas con la venta de tainos. En pocas décadas la población originaria disminuyó por las enfermedades, los malos tratos y la persecución violenta contra quienes se rebelaron.
En el siglo XVII los franceses le disputaron a España el control de la isla y establecieron en la parte oriental una próspera colonia con población africana secuestrada y esclavizada para explotarla en las plantaciones azucareras, la isla fue conocida como «la perla de las Antillas». La esclavitud llevó al pueblo negro a la primer revolución anticolonial y antiesclavista del mundo entre 1791-1804.
La esclavitud llevó al pueblo negro a la primer revolución anticolonial y antiesclavista del mundo entre 1791-1804.
Este acto de dignidad fue duramente castigado por los imperios de la época y por las nacientes republiquetas latinoamericanas. Haití nació como una nación paria. Para lograr algo de reconocimiento internacional en 1825 el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó un nefasto acuerdo con Francia, Haití debía pagar una indemnización de 150 millones de francos por los bienes perdidos en la revolución y reducir en un 50% los aranceles a las mercaderías francesas. Esto hizo fracasar cualquier posibilidad de construir un proyecto de nación.
El 22 de junio de 1826 inició el Congreso Anfictiónico de Panamá, convocado por Bolívar para unir a las nacientes naciones. Haití, que había jugado un papel clave en el apoyo a las luchas emancipatorias no fue ni siquiera convocado. La criollamenta esclavista y blanca satanizó a Haití como el peor ejemplo en contra de la gente de bien, propietaria “legítima” de esclavos. Temían que sus propios esclavos terminaran rebelándose.
Los siglos XIX y XX haitianos: las dictaduras militares-terratenientes
El siglo XIX, como lo sostuvo el gran intelectual haitiano Gérard Pierre-Charles, a quien cito textualmente, tuvo las siguientes características que marcan hasta hoy a la sociedad haitiana:
… la República quedó reducida a una caricatura en que sobresalían los rasgos del presidente –amo y señor– y las señas aún más violentas del general-caudillo-terrateniente. Haití se volvió un escenario en el que se daba la opresión y la marginalización creciente de las mayorías campesinas, mientras que las luchas por el poder entre las fracciones rivales de las élites reducían los espacios de libertad y de legitimidad. El militarismo se impuso, haciendo trizas las formalidades constitucionales. Tal realidad de arcaísmo medieval y luchas civiles desembocó en la crisis social y política de principios del siglo XX. Era una crisis permanente que creó las condiciones favorables para que el expansionismo estadunidense se impusiera a la soberanía de la República.
Así la evolución del país en el siglo XIX, en un mundo dominado por el colonialismo y el racismo, quedó condicionada por dicho entorno y bajo la bandera de un nacionalismo siempre hecho explícito en el proteccionismo económico (prohibición constitucional de acceso a la propiedad territorial a los blancos). Éste se combina con un celo constante por la soberanía nacional y la afirmación del orgullo racial del negro. A nivel popular se da la resistencia muda, el cimarronaje, la disimulación o los estallidos arrasadores (Haití: pese a todo la utopía, 1999, p. 38).
La primera mitad del siglo XX estuvo marcada, primero, por la ocupación militar de Estados Unidos entre 1915 y 1934, luego por el etnocidio instigado por el trujillato (la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, 1931-1960 en República Dominicana). Para las masas empobrecidas haitianas cruzar la frontera era una esperanza de encontrar trabajo en los cañaduzales de República Dominicana, pero con la crisis global del capitalismo de 1929 el trujillato encontró en los migrantes haitianos el chivo expiatorio para responsabilizarlos de la crisis económica, lo que desencadenó el genocidio sistemático de unos 30.000 haitianos. En 1937 se hizo tristemente célebre la denominada masacre de Perejil. En octubre de ese año los soldados dominicanos llevaban una rama de perejil y a quienes consideraban haitianos les exigían que pronunciasen esta palabra, para quienes tenían como lengua materna el criollo haitiano les resultaba difícil y esto les costaba la vida.
Esta violencia trujillista mutó entre 1957 y 1986 cuando los Duvalier (François, el padre, apodado “Papa Doc” y su hijo Jean-Claude, “Baby Doc” hicieron del terrorismo de estado el arma de control favorita para defender el saqueo familiar del erario haitiano. Los grupos paramilitares de los Duvalier, conocidos como los “Tonton Macoute” secuestraron, torturaron, mataron y desaparecieron a 60 mil personas de la oposición, acusada de castrista. Este régimen criminal fue apoyado por Estados Unidos para contener la supuesta expansión marxista en el Caribe.
La dictadura Duvalier fue desmontada por un golpe militar. En 1987 se promulgó una nueva Constitución, y en 1988, en medio de gigantescas protestas se dieron las primeras elecciones en que fue electo Leslie Manigat, a su vez derrocado por el general Henry Namphyn, también derrocado por el general Proper Avril que se autoproclama presidente.
En 1990 se vivió una primavera democrática. La movilización popular y la organización del movimiento «Lavalas» (Inundación) llevó a la presidencia a Jean Bertrand Aristide, un exiliado antiduvalier, quien gobernó dos años hasta que el general Raul Cédras, con el apoyo de Estados Unidos lo derrocó. En la última década del siglo XX Haití se convirtió en un fallido protectorado de Naciones Unidas que no pudo evitar el deterioro social y político que le devolvió el control del gobierno a Aristide hasta 2005, en medio de pobreza y violencia desbordada.
El neoliberalismo mafioso del siglo XXI
El 12 de enero de 2010 un violento terremoto destruyó a Puerto Príncipe, murieron unas 300.000 personas, 200.000 quedaron heridas y más de 1.5 millones quedaron sin hogar, de un total de 3 millones de personas que vivían en la capital de Puerto Príncipe. Se cree que el terremoto de 2010 fue el peor desastre en la historia de Haití. Todavía hoy no se ha logrado la reconstrucción del terremoto, un fenómeno natural que agravó estructuras históricas de violencia, corrupción y saqueo.
En Haití existe en los últimos años una lucha encarnizada entre sectores de las clases dominantes, agrupados en dos bloques. De una parte, la extrema derecha conformada por el denominado grupo de los 184, del que hacen parte empresarios como el norteamericano Andy Apaid, el partido Partido Haitiano Tèt Kale que gobierna desde 2011, primero con Michel Joseph Martelly 2011-2016 y luego con Jovenel Moïse (2016-2021), su proyecto político es hacer de Haití no un estado de derecho sino un espacio para todo tipo de negocios, mientras la población sucumbe de hambre, desempleo y enfermedad.
El otro sector es la oposición totalmente fragmentada, compuesta por herederos políticos de Aristide, políticos tradicionales y cúpulas del debilitado sindicalismo haitiano. Sus dos expresiones políticas más nombradas son el movimiento Matris Liberasyon y Sector Democrático Popular, ambos sectores se acusan mutuamente de complicidad con el régimen actual, de ser proclives a la corrupción y de querer apropiarse de las ayudas internacionales, el principal recurso económico con cuenta el país.
Además, la crisis social y la corrupción de todas las instituciones incluida la policía ha permitido que el narcotráfico global encuentra en Haití un paraíso y una ruta efectiva hacia Europa y Estados Unidos, lo que agrava aún más el panorama.
La coyuntura reciente del asesinato de Jovenel Moïse
En 2020 un estallido social contra la corrupción inició la nueva crisis de Haití.
Desde 2016 el empresario bananero, Jovenel Moïse, del Partido Haitiano Tèt Kale gobernaba el país. En 2020 debieron convocarse las elecciones y Moïse debió dejar el cargo el 7 de febrero 2021, no obstante, no quiso abandonarlo, sino que propuso reelegirse en las elecciones de 2022. Su gobierno fue acusado de robarse las ayudas internacionales, entre ellas el saqueo del Fondo Petrocaribe con el que desde 2006 Venezuela apoyaba a Haití. Moïse aprovechó la pandemia para gobernar por decreto y ampliar el autoritarismo político.
Ante las protestas populares estableció una legislación que asumió que la protesta social era terrorismo y por eso se justificaba el asesinato de las y los manifestantes, así de fondo esperaba garantizar las ganancias de empresas y corporaciones extranjeras que usurpan el territorio. Un artículo reciente de la revista Nueva Sociedad muestra los terribles contrastes:
Actualmente, el país se hunde en la mayor de las miserias: 4 millones de personas viven por debajo de la línea de pobreza y una enorme inseguridad alimentaria. Sin embargo, la familia de Andy Apaid acaba de obtener 8.600 hectáreas de tierras cultivables y 1,8 millones de dólares a través de un decreto del 8 de febrero con vistas a producir stevia para la empresa Coca Cola. Sería conveniente que las numerosas ONG en Haití aprendieran a reflexionar sobre las fuentes del empobrecimiento de los haitianos.
Además, Moïse dio vía libre a la conformación de grupos paramilitares que inicialmente atacaban los barrios proclives a la protesta social, pero, a medida que han controlado el microtráfico y otras economías mafiosas se extendieron por todo el país.
El pasado 30 de junio dos líderes de la oposición, Diego Charles, periodista, y Antoinette Duclair, activista política, fueron asesinados.
La mañana del 7 de julio grupos armados ingresaron a la residencia del presidente Moïse y lo asesinaron. Esta muerte es parte de un drama histórico de larga duración en que la violencia, la pobreza, el imperialismo y la corrupción se han dado sitio para sacar ventaja y hacer de la miseria del pueblo un negocio rentable.
El futuro inmediato es incierto.