Hoy, 11 de octubre de 2024, el presidente ha convocado a concentraciones en plazas de todo el país para demostrar a las élites que sus intentonas golpistas no tendrán éxito, pues el pueblo lo respalda. Inmediatamente, surgieron voces del periodismo corporativo manifestando su hartazgo e, incluso, su asco hacia esta constante convocatoria a las calles y el poder popular, criticando que el presidente, como jefe de Estado, debería comportarse “a la altura de la dignidad” del cargo.
Los titulares repiten incansablemente la supuesta “falta de método” del presidente, aluden a que sus discursos son “aéreos” o insisten en que debería hablar más del Cauca y menos de Palestina. Estos ataques no son sólo contra Petro, sino también contra el proyecto de cambio que lidera. Las mismas voces que critican el poder popular son las que han pasado años quejándose de los mecanismos constitucionales, como las consultas populares y previas, tachándolas de obstáculos para el “desarrollo” y el “crecimiento económico”. Son esas mismas voces que se incomodan ante un Congreso con más mujeres racializadas, jóvenes y líderes de organizaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes que resisten y proponen alternativas al proyecto neoliberal de muerte desde cargos de responsabilidad en ministerios y departamento administrativos.
Son también esas voces quienes defienden la “santidad objetiva” de la junta directiva del Banco de la República y piden constantemente el regreso de la tecnocracia formada en los Andes para servir a los dueños del país. No pueden aceptar que tecnócratas al servicio de la democracia popular, comprometidos con la democracia, lideren el Ministerio de Comercio o el de Minas y Energía que es importante decirlo es un ingeniero de la universidad pública. Les desconcierta que haya tantas mesas de paz abiertas en busca de la paz total, y extrañan la “sobriedad de Santos”, quien tardó ocho años en llegar a un acuerdo con las FARC, dejando conflictos sin resolver, como en los nueve procesos de paz anteriores de los últimos 40 años, que no tocaron las raíces de nuestra guerra. Porque nunca les ha importado silenciar de manera definitiva los fusiles en Colombia.
No entienden la urgencia de reformar la estructura del Estado para que los recursos públicos dejen de beneficiar exclusivamente a los grandes grupos económicos y, en su lugar, se destinen a garantizar los derechos humanos de los ciudadanos humildes. Esta incomprensión surge porque, a diferencia de la mayoría, quienes atacan el proyecto de Petro tienen asegurados esos derechos (o eso les han hecho creer): no conocen el hambre, la falta de acceso a la salud, la incertidumbre sobre si tendrán una pensión o cómo sobrevivirán el próximo semestre con sus trabajos de mierda.
Constantemente se burlan del presidente, lo caricaturizan, y aseguran que sus políticas y objetivos que intenta fijar como jefe del Estado son imposibles, sueños irrealizables para ellos y ellas. Pero esto no es desorden, es diversidad; es el poder popular tomando forma en el Estado. Es un proceso en curso que solo lleva dos años. Lo que perciben como caos es simplemente el miedo de los de arriba ante la fuerza de los de abajo que buscan democratizar la vida en su totalidad. No es desorden; es la tensión entre los tiempos de la acción colectiva y la burocratización institucional, algo que no se resuelve con un CONPES, y eso los desestabiliza. Su miedo se traduce en constantes llamados a la “gobernabilidad,” que en realidad es un llamado a “dejarnos gobernar,” a reducir la democracia a sus propios intereses, poniendo muros frente a las aspiraciones de igualdad, libertad y fraternidad que sustentan la legitimidad de cualquier república moderna.
Por eso, el presidente Petro ha pasado casi un año haciendo un llamado constante a activar el poder constituyente que reside en el pueblo, instándonos a asumir nuestra mayoría de edad y a organizarnos para reclamar nuestro espacio en la toma de decisiones públicas. Reitera que avanzará tanto como el pueblo lo acompañe, y por ello nos corresponde a nosotros hacer nuestra parte.
Es precisamente esta conexión con el poder popular lo que permite a este gobierno afirmar con orgullo que no ha necesitado reprimir con la mutilación de ojos o el asesinato de personas a quienes protestan en su contra para ejercer autoridad. Esa sintonía con la diversidad popular se demostró hace apenas unas semanas, cuando el gobierno, en lugar de ceder a las presiones de los dueños del negocio del transporte, se comunicó directamente con los camioneros de base para construir junto a ellos rutas de resolución de sus necesidades sin permitir que otros usaran sus movilizaciones para desestabilizar.
Es esa sintonía con el pueblo que le permitió a este gobierno por primera vez en 20 años de seguridad democrática demostrar una preocupación real y no hipócrita por la fuerza pública que está compuesta de hijos del pueblo y mejorar sus condiciones materiales desde las raciones de comida hasta las mesadas de los retirados.
A un día de conmemorar el 12 de octubre de 1492, debemos reivindicar la diversidad del pueblo, que ha resistido a las élites, quienes hoy luchan con rabia por aferrarse a un poder que ya no les pertenece. Debemos seguir defendiendo desde nuestras trincheras las victorias alcanzadas y seguir avanzando para mantener el gobierno después de 2026. Es imperativo consolidar un partido democrático y unitario que trascienda los límites del marco liberal que esas élites hipócritas nos quieren imponer y lograr mayorías absolutas en el Congreso, para dejar de depender de aquellos tibios que también nos desprecian.