Los cambios en el gabinete del gobierno Petro. ¿Demócrata o dictador?

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No es posible eliminar la diferencia. No es posible que todos estemos de acuerdo y corramos felices, tomados de la mano, pegando brinquitos en un campo luminoso con un horizonte claro y distinto. En definitiva, plantear la homogeneización como un ideal es plantear un imposible.

Cuando pensamos en la idea de democracia, en lo que el concepto significa, podemos imaginar un paraíso idílico de igualdad, respeto y tolerancia. Al menos así se prescriben los Estados democráticos: una materialización de los ideales liberales que son bondadosos y bienintencionados por definición. Pero, al fijar la mirada en lo fáctico nos encontramos con algo muy lejano a ese ideal.

Chantal Mouffe ha reflexionado sobre esta cuestión, para poner en duda si realmente es posible y deseable la construcción de la política donde se aniquile la diferencia, el antagonismo y, por ende, el conflicto. A partir de estos cuestionamientos, señala que el conflicto es inevitable, por lo que su anulación no puede ser el objetivo de la política contemporánea. No es posible eliminar la diferencia. No es posible que todos estemos de acuerdo y corramos felices, tomados de la mano, pegando brinquitos en un campo luminoso con un horizonte claro y distinto. En definitiva, plantear la homogeneización como un ideal es plantear un imposible.

A partir del análisis de los discursos que han caracterizado al gobierno Petro, uno puede identificar que desde su posesión fue muy consciente de la conclusión anteriormente señalada: no se puede aniquilar ni es deseable que se aniquile la diferencia. Él siempre ha sido consciente de que entraba a gobernar un país diverso, no únicamente en términos culturales, regionales y demás, sino fundamentalmente en términos ideológicos y políticos.

El conflicto es un resultado ineludible de la diferencia. Pero, a ese conflicto podemos hacerle frente por medio de dos rutas: una democrática, que sería la del diálogo y una no democrática, que sería la de la violencia.

Además, su objetivo fue claro desde el principio y en sus palabras se evidenciaba de qué manera concibe el construir política: “la paz es posible si desatamos en todas las regiones de Colombia el diálogo social, para encontrarnos en medio de las diferencias, para expresarnos y ser escuchados, para buscar a través de la razón, los caminos comunes de la convivencia”. Como puede verse en este y todo su discurso de posesión, él sostiene que la forma de mediar con el conflicto, resultado de las diferencias, no es por medio de la violencia sino del diálogo. Esta es la propuesta que, en efecto, postula también Mouffe: no debemos buscar aniquilar la diferencia, sino aprender a convivir en conflicto por medio del diálogo. Y aquí encontramos una distinción importante: violencia y conflicto no son lo mismo. El conflicto es un resultado ineludible de la diferencia. Pero, a ese conflicto podemos hacerle frente por medio de dos rutas: una democrática, que sería la del diálogo y una no democrática, que sería la de la violencia.

Esta es la razón principal, desde mi perspectiva, por la cual Petro al poco tiempo entró en diálogo con personajes del espectro político opuesto como Álvaro Uribe Vélez, pero también entabló conversaciones con personajes que, sin ser opuestos, tienen diferencias importantes con él, tal y como es el caso de Alejandro Gaviria. Inclusive, les abrió espacio en el gobierno para emprender el camino junto a él.

Me atrevo a lanzar otra hipótesis y es que estas modificaciones no necesariamente han sido motivadas por una actitud menos dialogante. Las motivaciones pueden encontrarse en las conclusiones a las que lleva la experiencia

No obstante, estas diferencias ideológicas producirían la detonación del conflicto. En principio, hubo alianzas por razones democráticas: queremos construir con los diferentes. Pero luego, fue haciéndose evidente que no se iban a materializar las propuestas del gobierno con un gabinete que generaba resistencias a la ejecución de los proyectos, debido a que conciben de manera distinta el qué hacer del gobierno y los caminos que debe recorrer el Estado de derecho.

Esta detonación del conflicto ha hecho necesario que el gobierno modifique varias veces el gabinete de ministros, lo que ha llevado a que sea acusado de “revolucionario”, “dictador”, “ególatra”, entre otros. Por ejemplo, en un reportaje hecho en el diario El País dice: “El Gabinete ya no integra a los sectores de la política tradicional con los que Petro se mostró dialogante en los primeros meses de su gestión. Ha girado hacia la izquierda, con personas más cercanas al círculo de confianza del mandatario”. Sin embargo, ¿es esta la razón que ha motivado esas modificaciones? Es decir, ¿necesariamente las modificaciones en el gabinete han sido impulsadas por una disposición menos dialogante?

En definitiva, si tenemos 4 años para gobernar, no podemos estar 4 años discutiendo si la propuesta con la que fuimos elegidos es oportuna o si es mejor volcarse hacia un modelo más neoliberal.

Me atrevo a lanzar otra hipótesis y es que estas modificaciones no necesariamente han sido motivadas por una actitud menos dialogante. Las motivaciones pueden encontrarse en las conclusiones a las que lleva la experiencia: la diferencia no se puede anular y si hay poco tiempo para la ejecución de propuestas, la diferencia es un impedimento para poner en marcha las propuestas. En definitiva, si tenemos 4 años para gobernar, no podemos estar 4 años discutiendo si la propuesta con la que fuimos elegidos es oportuna o si es mejor volcarse hacia un modelo más neoliberal. Es en el intento de concertación y de llegar a acuerdos con otros que uno se da cuenta de lo que implica la diferencia: muchas veces la conclusión a la que se llega es “no nos vamos a poner de acuerdo”, por más diálogo, escucha activa y reflexión que haya. Esto se debe a que en política no hay lugares equivocados o correctos, sino diferencias de poder, de intereses, de privilegios, entre otras. Al hablar de política, no podemos llegar a la conclusión “2+2=4”. Podemos formular los argumentos más convincentes y mejor estudiados y es posible hacer eso desde orillas distintas, por lo cual el otro no está forzado, por la fuerza de la evidencia, a concordar conmigo.

Petro no ha eliminado a la oposición, sino que la ha desplazado del gabinete porque la ejecución debe ser su prioridad y esto no implica una actitud menos dialogante.

Esta puede ser la razón por la que el gobierno Petro ha tenido que hacer a un lado a ciertos personajes con ideas distintas y otorgar ese lugar a personajes con quienes no haya diferencias ideológicas y empiecen a ejecutar las propuestas, lo cual, en mi opinión, pone en evidencia las reflexiones señaladas por Mouffe: el conflicto no se puede eliminar. Por ende, el conflicto sigue estando ahí y más presente que nunca: lo está en los medios de comunicación hegemónicos que no paran de bombardearlo; está en el Congreso; está también en la parte de la población que defiende ideologías distintas a la suya. Petro no ha eliminado a la oposición, sino que la ha desplazado del gabinete porque la ejecución debe ser su prioridad y esto no implica una actitud menos dialogante. Una actitud menos dialogante sería la puesta en marcha de acciones de censura y represión que, por cierto, no ha llevado a cabo. Es decir, lo contrario a la actitud dialogante es el camino de la violencia y reemplazar a los ministros no es un acto de violencia.

Esta priorización no sólo es sensata, sino también necesaria, pues el enfoque en la práctica es el que garantiza que las propuestas sí se materialicen y se lleven a cabo.

En suma, esta diferencia entre el Petro de hace un año que abrió espacio a la diferencia en los ministerios y el Petro que ha reemplazado a algunos de ellos es una evidencia de las dificultades a las que se enfrenta la democracia: el deber de ser eficiente para poner en marcha las propuestas por las que se fue elegido, mientras que, a la vez, debe ser dialogante con la diferencia. Esta tensión entre la eficiencia y la actitud democrática lleva a que, sin necesidad del uso de la violencia ni de la eliminación del diálogo, se elijan personas afines ideológicamente para ejecutar los planes. Y esto, en ningún caso, implica necesariamente una renuncia al diálogo y, en consecuencia, un reverso hacia la violencia. Más bien, implica priorizar las acciones sobre la discusión eterna que puede conducir al desacuerdo, en cualquier caso. Esta priorización no sólo es sensata, sino también necesaria, pues el enfoque en la práctica es el que garantiza que las propuestas sí se materialicen y se lleven a cabo. Es la única manera de culminar los 4 años de gobierno con resultados palpables y con efectos en la vida de las personas que lo eligieron -y también, hay que decirlo, con efectos en la vida de quienes no lo eligieron-.

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