La teoría del acto icónico formulada por Horst Bredekamp, siguiendo una reflexión similar a la realizada por Austin con respecto a los actos del habla, postula a las imágenes como objetos orgánicos, con potencia e incluso con autonomía. Por medio de diversos ejemplos, Bredekamp logra mostrar cómo a lo largo de la historia occidental la imagen se nos ha presentado en repetidas ocasiones con una fuerza que puede, incluso, hacernos esclavos. La contemplación de la imagen puede helarnos, enamorarnos, despertar deseos eróticos, hacernos temblar de miedo, etc. Hay en nuestra relación con las imagenes una difusión de la línea que separa a lo vivo de lo no vivo: las imágenes pueden presentarsenos como seres vivos y lo vivo puede presentarsenos como imagen.
Las esculturas humanas que inundan al centro de Bogotá ejemplifican este paso de lo vivo a lo no vivo. Encontramos seres humanos quedándose estáticos como una estatua. Otro ejemplo, que puede ilustrar mejor mi intención al retomar la teoría del acto icónico, es la escenificación de la humillación humana con el fin de detenerla en la memoria como imagen. Como ejemplo está la realización de fotografías de presos desnudos y torturados en la cárcel de Guantanamo por parte de la CIA. Estas fotografías congelan la vitalidad de los seres humanos convirtiéndolos en algo inórganico, pero además, fotografían la muerte misma con fines ejemplares: seres cuyo buen vivir es negado, funcionan como referente de lo que podría suceder a quienes no cumplan la ley.
Los recientes bombardeos en Siria llevados a cabo por EE.UU. en apoyo con Francia y Gran Bretaña son la escenificación de la muerte. Pudimos ver en vivo y en directo los bombardeos. Y esto, en efecto, me sorprende. Pero lo que más me sorprendió fue la reacción de algunas personas (muchas) en redes sociales. Las redes se plagaron de memes que burlaban la posibilidad de una tercera guerra mundial y, además, convertían en risa lo que debía ser fuente de indignación y movilización social.
Con el desarrollo tecnológico la reproducción de las imágenes se ha acrecentado de modo acelerado. En un contexto en el que predomina la cultura visual la guerra se ejerce en ella. No únicamente las imagenes son armas de guerra (como ejemplo está la teatralización del asesinato realizada por grupos como ISIS con el fin de conseguir aliados y reclutar jóvenes por medio de la seducción o la censura impuesta por Israel para que el mundo no sepa lo que ocurre con el pueblo palestino) sino que también se da a conocer por medio de ellas. La guerra se ha convertido en un espectáculo, un espectáculo que naturaliza la violencia.
Esta naturalización y normalización de la violencia me hacen preguntar dónde queda la potencia de la imagen cuando de la guerra se trata o si su potencia está, justamente, en que su omnipresencia nos despotencia, mutilando lo que nos hace sujetos sociales: la capacidad de empatizar con el otro, de indignarnos ante la injusticia, de actuar en defensa de lo que consideramos correcto, de organizarnos por el bien común.
Ciertamente, los bombardeos ocurridos en Siria -junto a todas las guerras emprendidas por los países imperialistas- duelen. Pero lo que más duele es presenciar la indiferencia, naturalización y caricaturización de la muerte. Cada vez que, fríamente, vemos la guerra y no nos duele sino que se convierte en motivo de humor, el privilegio habla por nosotros. No reiríamos si ese explosivo estuviera arrebatándole la vida a los seres que amamos. Y este privilegio de observar la imagen desde acá, teniendo la posibilidad de ver sin ser vistos, no debería hacernos esclavos en el sentido de despotenciarnos totalmente y mutilar nuestra capacidad de dolernos con el dolor ajeno.
Ante la guerra y el papel de las imágenes en ella sólo queda asumir una mirada crítica sobre ellas y sobre sus efectos en nosotros. Dejar que la imagen actúe y perdernos en ella puede ser el principio de una experiencia estética alucinante. Pero también, puede ser el principio de una enajenación que nos lleve a la aceptación de discursos y sentires funcionales al poder. Parafraseando a Platón diré que, frente a la imagen, la educación tiene la tarea de formarnos para dolernos por lo que es debido y alegrarnos por lo que es debido. En este caso, la tarea fundamental es aprender a distinguir cuándo perdernos en la imagen potencia la vida y cuándo la despotencia en absoluto al justificar la normalización de la necropolítica.
________________________________
Sharon Barón | @SharonVeg1 | Licenciada en Ciencias Sociales, estudiante de Filosofía, activista antiespecista y feminista. Las letras son el aire que respira, la música es el suelo que la sostiene y los demás animales son su razón de ser. (Sigue) Exist(iendo)e por y para la transformación.