Qué pereza la política electoral. Tan falsa ella. Tan de apariencias siempre. Con su clásico afán de protagonismo y visibilidad individual, de buscar acumular «contactos» y futuros votantes a lo largo de los años antes que vínculos sinceros; donde lo colectivo no es más que una plataforma para el posicionamiento personal; con sus jerarquías explícitas e implícitas; con sus roscas.
De poco o nada sirve tener una crítica activa de la democracia liberal como legitimadora del orden desigual, y defender la disputa electoral desde perspectivas distintas a las tradicionales, cuando sin la menor dificultad se repiten una y otra vez las mismas prácticas de los defensores de ese orden, pero encubiertas de discursos de cambio.
Rara vez responden las elecciones a la premisa del «mandar obedeciendo».
La política electoral tendencialmente funciona como una empresa de narcisismo, zalamería y zancadilla, antes que como un escenario para la promoción de liderazgos honestos, apegados al mandato social o comunitario al que tendrían que responder. Rara vez responden las elecciones a la premisa del «mandar obedeciendo».
¿El abstencionismo es la salida?
No se puede decir que el grueso del abstencionismo sea consecuencia de las malas prácticas de la política electoral cuando son evidentes la cantidad de abstencionistas que lo son más por apatía, pereza o una lectura simplificada, que por otra cosa, siendo una minoría la que lo es por una postura ideológica, en el buen sentido del término. Pero también habría que reconocer que otro tanto ha dado un paso al costado de este escenario porque lo electoral termina convirtiéndose en una fábrica de nuevos abstencionistas: gente que sale desgastada, o bien, que queda asqueada con lo que se encuentra.
El camino tendría que hacer parte y ser expresión del fin, dice la tradición anarquista, pero la política electoral, que tantas veces ha caricaturizado el espíritu ácrata, parece seguir estando lejos de entender esa idea.
Camillo Berneri (1897-1937) fue un célebre anarquista italiano que polemizó tanto con contradictores políticos como con otros anarquistas. Él se preguntaba: «¿el abstencionismo es un dogma táctico que excluye cualquier excepción estratégica?» para cuestionar el «cretinismo abstencionista», entendido como un principio supersticioso que niega de plano, más allá del análisis concreto, toda votación y toda jornada electoral. Siguiendo su visión práctica, no es útil el rechazo radical y permanente de las elecciones, incluso cuando pueden ser favorables en algún punto o momento al proceso de cambio social, pero si sigue siendo necesario criticar cuando el camino, en este caso la práctica electoral, se distancia demasiado de los fines, esto claro, si los fines incluyen también una ética y una política distintas de las que son hegemónicas en el capitalismo.
Cabe aclarar que la coherencia entre medios y fines alude en el anarquismo, en sentido inmediato, al terreno organizativo, y con este, a la reivindicación de la asamblea y el horizontalismo contra el autoritarismo y la dominación inherentes a los modos de organización estatal, pero a su vez, dicha coherencia implica también, una ética anti autoritaria sin la cual sería poco probable poner en marcha esos modos de organización anti autoritarios.
También se puede entender como lo propone el anarquista argentino Christian Ferrer en su libro Cabezas de tormenta:
«el anarquismo no constituyó un modo de pensar la sociedad de la dominación sino una forma de existencia contra la dominación. En la idea de libertad del anarquismo no estaba contenido únicamente un ideal, sino también distintas prácticas éticas, o sea, correas de transmisión entre la actualidad de la persona y la realización del porvenir anunciado».
Haciendo una maroma interpretativa sería interesante si se asumiera el principio ético de la articulación medio-fin del anarquismo en la arena contradictoria que supone la lucha en lo estatal. Puede que de asumirse de forma generalizada en el campo de izquierda y progresista, serían menos las personas decepcionadas, o en caso contrario, las personas que se acomodan fácilmente a las actitudes y valores típicos de lo electoral, como la objetivación de simpatizantes, que son vistos simplemente como masa votante que puede ser utilizada y desechada; o la búsqueda permanente de status individual e influencia en los círculos políticos y luego en la opinión pública, en detrimento de la organización, la visibilización y la construcción colectiva.
Si bien la crítica anarquista a las elecciones tiene que ver con su posición de abolición del Estado, creo que su cuestionamiento nos proporciona a los no anarquistas una reflexión ética importante sobre la mecánica electoral y sus productos, tantas veces tan ajenos en la práctica a lo que se supone son los objetivos de cambio de quienes se reivindican como izquierdistas y progresistas.