La noche del 19 de junio fue de fiesta popular. De Nariño a Bogotá, de la costa atlántica a la costa pacífica, habitantes de barrios y veredas salieron de sus casas para encontrarse con un sentimiento nunca antes vivido en Colombia desde la orilla del cambio: el sentimiento de la victoria.
La misma fiesta popular que se vivió en las jornadas de protesta del estallido social contra el no futuro, se sintió en un día en el que el futuro parecía abrirse.
La misma fiesta popular que se vivió en las jornadas de protesta del estallido social contra el no futuro, se sintió en un día en el que el futuro parecía abrirse. Literalmente se trató del baile de los que sobran: de las juventudes precarizadas y desempleadas, de las generaciones que llevan años luchando y vivieron el peso de la desaparición, la tortura o el asesinato; de madres cabeza de familia, vendedores informales, meseras, cocineras; de millones de personas para las que la política no era más que un mecanismo de despojo de recursos y derechos, y no una expresión de cambio y apertura democrática.
Se agitaron las banderas de Colombia al igual que en el paro nacional, y también banderas de los pueblos indígenas, e incluso la bandera del M-19. Las personas se tomaron cuadras, vías principales y plazas para gritar al unísono “¡Sí se pudo!”.
El 19 de junio del 2022 la bandera estuvo asociada no solo a la resistencia, sino a la victoria de un nuevo gobierno que vino con la fuerza de las protestas pasadas.
Había un orgullo de patria y de cambio. La idea de patria que por años pareció reducida al eslogan del gobierno —derechista y elitista— de turno, o a la pasión futbolera, cuando la selección Colombia jugaba, se ha venido politizando con la movilización social. Se vio ya a la bandera de Colombia ondeando en las protestas del 2019, y luego en las del 2021. El 19 de junio del 2022 la bandera estuvo asociada no solo a la resistencia, sino a la victoria de un nuevo gobierno que vino con la fuerza de las protestas pasadas.
La foto de Gustavo Petro y Francia Márquez, teniendo como telón de fondo las imágenes de la fiesta popular con banderas de Colombia, lleva a pensar en esa patria que se disputa y se construye. Gustavo Petro viene a representar la tradición de una fuerza política, el M-19, que reivindicó una propuesta de izquierda nacionalista y popular en los años 70’s, 80’s y 90’s del siglo XX. Una generación de personas que va de los 50 a los 70 años de edad, y a la que se suman también personas de otras organizaciones de la izquierda histórica y del liberalismo.
En estas dos tradiciones de la historia por el cambio, confluye el torrente de luchas indígenas, afro, estudiantiles, y de los últimos paros ciudadanos que sacudieron al país.
Por su parte, con Francia Márquez llega a la política electoral y al gobierno, la experiencia del movimiento social que se fortaleció en los años 90’s y los 2000. El movimiento social territorializado, que incluyó a la lucha por la tierra la lucha por el ambiente. Y con Francia también llegan las luchas antipatriarcales y LGBTQ+, y de los sectores intelectuales que desde la academia defienden posturas críticas, y se han visto conmovidos por lo que la actual vicepresidenta representa.
En estas dos tradiciones de la historia por el cambio, confluye el torrente de luchas indígenas, afro, estudiantiles, y de los últimos paros ciudadanos que sacudieron al país. Hay una síntesis de una nueva construcción de patria que llega al gobierno. Una patria que toma distancia del militarismo y el conservadurismo. Una patria viva, abierta y en movimiento, anclada en las culturas del país antes que en consignas vacías o símbolos de museo. Una patria vinculada a la democracia real y a la alegría popular, antes que a las elites blanqueadas que se la apropiaron desde el inicio de la república. Un espíritu nacional como el que expresaba, de forma premonitoria, Jaime Bateman y el M-19 hace más de 40 años, cuando hablaban de la importancia de nacionalizar la idea de revolución.
Una patria que toma distancia del militarismo y el conservadurismo. Una patria viva, abierta y en movimiento, anclada en las culturas del país antes que en consignas vacías o símbolos de museo.
En el Chile de Salvador Allende, y en las izquierdas de ese tiempo, la patria tuvo un fuerte vínculo con el cambio social. Hoy esa relación se activa en el país, ya no desde un pequeño sector social sino desde millones de personas.
En 1976, la agrupación chilena Quilapayún le puso música al poema “Mi patria” del escritor y profesor Fernando Alegría. En ese momento la canción sonó para ambientar la derrota del proyecto del Nuevo Chile, liderado por la Unidad Popular. La canción daba cuenta, precisamente, de esa conexión entre Patria y cambio social. Hoy en Colombia, pese a ser otra historia y geografía, esa letra parece cobrar sentido en una perspectiva de mayorías:
Patria, luz y bandera
de los puños alzados,
volverás a florecer,
volverás a renacer.