Luego de tres meses del inicio del estallido social en Colombia las reflexiones que se pueden construir frente a los resultados del Paro Nacional son muchas, algunas de ellas positivas y otras que han de ser revisadas por el movimiento social de manera crítica. Actualmente, se han consolidado espacios físicos de resistencia en los distintos territorios en donde se han venido desarrollando las diferentes actividades que mantienen vivo al Paro.
En estos espacios, es común evidenciar cómo se construyen ejercicios de democracia participativa, en donde al calor de la olla se realizan discusiones sobre las peticiones que se deben realizar al Gobierno Nacional, incluso al Distrital. De igual forma, es común evidenciar los desacuerdos entre organizaciones sociales, primeras líneas e individualidades que participan en estos espacios; dichos disensos en ocasiones parecieran tomar un rumbo irreconciliable y en cierta forma beligerante entre las y los diferentes actores que integran estos procesos.
Sin embargo, es importante resaltar una de las mayores ganancias del contexto del Paro Nacional. Esta es, el reconocimiento y la necesidad de las y los manifestantes y quienes los apoyan, de entender las problemáticas sociales colombianas como un asunto de clase social. Pues antes del gran estallido nacional del 28 de abril de 2021, la idea impuesta y en mayor medida aceptada en el sentido común colombiano, por el orden hegemónico económico, político y cultural, era la del completo rechazo a la lucha de clases y la normalización de la corrupción estatal, bajo los discursos de “todos somos colombianos, no a la lucha de clases ”, “no hay que radicalizarse” y “está bien que roben pero que hagan”… aun cuando durante la cuarentena ocasionada por la pandemia del Covid-19 existían, por ejemplo, personas alimentándose con carne de paloma en los barrios populares de la ciudad de Cali, mientras que a escasos kilómetros en la misma ciudad, en barrios de la élite financiera, como Ciudad Jardín, era común evidenciar los lujos y despilfarros de esta clase social. Lo anterior, con el beneplácito de la dirección del autodenominado centro político, la derecha y la derecha conservadora. Vale aclarar que, estas ideas aún permanecen en el sentido común de las mayorías, pero se resalta que existe una batalla vigente para contrarrestarlas, la cual ha tenido resultados positivos.
En ese sentido, es importante entender que una de las primeras ganancias del Paro Nacional es el reconocimiento de las personas de los barrios populares con las demandas del estallido nacional, por cuanto se entendió que la protesta era justa, que tomar partido ante las desigualdades no es un pecado y que quien no protestaba era porque no le hacia falta nada. Naturalmente, quienes protestan están cansados de la informalidad y la falta de oportunidades que generalmente se concentran en unos cuantos grupos sociales acomodados.
La batalla cultural fue una de las primeras hijas del Paro. A pesar de que muchos jóvenes en ocasiones han asegurado que su protesta no tiene que ver con aspectos políticos, quizás por desconocimiento de lo que teóricamente es la política o quizás como respuesta natural a la corrupción de la élite colombiana que la disfraza de política… lo cierto es que el reconocernos como la gente del barrio, la gente que trabaja en las empresas, en la informalidad, las y los emprendedores que inician desde abajo y por qué no, las y los sin futuro, los olvidados por el Estado, en contraposición al discurso de “la gente de bien”, “las familias de bien” y “los ciudadanos”, como sinónimos de acumulación de riqueza, explotación laboral de terceros y normalización del narcotráfico como sustento económico, es un ejercicio político en donde se disputa lo que es culturalmente aceptado y/o anhelado.
Desde los sectores populares hemos venido recuperando nuestra dignidad y les recordamos a los poderosos que como clases populares existimos, les recordamos que no nos avergüenza pertenecer a un barrio popular y que estamos dispuestos y dispuestas a reclamar lo mínimo, lo básico, lo que nos ha sido arrebatado, eso que ellos mismos nos vendieron con la idea del Estado Social de Derecho: la igualdad de oportunidades y la vida digna.
Esta disertación no busca romantizar al Paro Nacional como un ente abstracto, perfecto y poseedor de las soluciones que necesita el país, pues se entiende que el estallido social está integrado por seres humanos en determinadas condiciones, y como es bien sabido, al interior de los espacios de protesta en ocasiones se reproduce la violencia sin sentido entre manifestantes y hacia la comunidad, al igual que la violencia por razones de género, o la estigmatización de los espacios de discusión política y la lucha, en cierto modo infantil, por protagonismos irrelevantes para la comunidad en general.
Más allá de las reformas perjudiciales para las clases populares que se han podido tumbar y de las peticiones que se están buscando negociar con el Gobierno, se resalta la lucha transversal que se ha venido dando desde los grupos populares para hacerse con la hegemonía cultural, respecto a no naturalizar y romantizar la pobreza, la corrupción y el narcoestado.
La batalla cultural que nace del Paro Nacional debe perdurar en el tiempo, es un legado para las futuras generaciones y, en la lógica de Antonio Gramsci, las organizaciones sociales, las primeras líneas y las individualidades que integran en este momento y a futuro los espacios del Paro Nacional, deben constantemente auto revisarse, respecto a si las prácticas organizativas que realizamos, las disputas protagónicas y los escenarios de violencia al interior del movimiento social son realmente contrahegemónicos y alternativos a los modelos políticos y culturales que actualmente ejercen el poder en Colombia.