El viernes 29 de septiembre, cerca de 60 indígenas del Movimiento Aiso —Autoridades Indígenas del Suroccidente Colombiano— ingresaron a las instalaciones de la Revista Semana para exigir que dicho medio frene la satanización a las movilizaciones indígenas y que informe con la verdad.
Como ya es costumbre, Aiso abrió un nuevo debate, esta vez sobre los alcances de la libertad de prensa y la libertad de expresión
Tal vez recuerden a Aiso por protagonizar los juicios contra conquistadores como Sebastián de Belalcázar, Cristóbal Colón, Isabel la Católica, y Gonzálo Jiménez de Quesada, un ejercicio de reparación histórica que, además, puso sobre la mesa la discusión frente a los monumentos en el país, la memoria que se reivindica y la importancia de hablar sobre la historia que cuentan las y los de abajo.
Como ya es costumbre, Aiso abrió un nuevo debate, esta vez sobre los alcances de la libertad de prensa y la libertad de expresión, así que en medio de la polémica aprovecho y comparto algunas ideas generales para ir más allá de la indignación de las y los opinadores liberales y su corta idea de democracia.
Al leer los trinos escandalosos de los medios corporativos de comunicación y de sus opinadores, pensé en el cubrimiento de los paros recientes, cubrimientos que siempre se pusieron del lado de los “ciudadanos de bien”, atacando las movilizaciones pacíficas, justificando las agresiones de la policía, y poniendo en el mismo nivel los ataques de la fuerza pública —con todo su arsenal—, con los bloqueos de las y los manifestantes. Claramente, hay un sesgo de clase y de raza a la hora de informar y es entendible porque esos medios pertenecen a esa élite blanqueada que solo busca defender sus intereses.
Claramente, hay un sesgo de clase y de raza a la hora de informar y es entendible porque esos medios pertenecen a esa élite blanqueada que solo busca defender sus intereses.
¿Ataque o protesta? Es bien sabido que en el país cualquier manifestación que sea en contra de las élites y del orden establecido es satanizada. Los medios de comunicación afines al status quo juegan un papel importante descalificando esta forma de participación ciudadana de distintas formas: al decir que está infiltrada por terroristas; al no indicar sus causas; “explicando” cómo deben ser las movilizaciones; señalando quiénes pueden protestar; o desconociendo los múltiples repertorios de acción y sus motivaciones. Estas descalificaciones, poco a poco, se van reflejando en la configuración de una opinión pública que desconoce el lugar de la protesta en una democracia.
Volviendo a Semana y Aiso, no se trató de una protesta solamente dirigida a dicha revista, sino a los medios de comunicación corporativos que llevan años publicando con sesgos racistas y clasistas, recordemos por ejemplo el comentario de Caracol “ciudadanos se enfrentan a indígenas”, o de periodistas como Gustavo Gómez Córdoba “De lejos, parecen borregos. Se acerca uno, como le sucedió a esta oyente de @6AMCaracol, y se descubre que es gente. ¿A dónde los llevarán hoy?”, o como es costumbre con Semana, sin contrastar fuentes: ““Ya los indígenas se están emborrachando con la chicha que traen, es una marcha de cortina de humo”: excandidato presidencial Enrique Gómez”.
las Guerrilla Girl, un colectivo artístico gringo de los ochentas integrado por mujeres. Ellas ingresaban —no amigablemente— a museos para cuestionar las exposiciones en las que solo había hombres blancos, que excluían artistas por razón de raza y género.
Dice el antropólogo Juan Houghton que la acción de AISO fue un ejercicio de escrache que implica: “un acto legítimo de protesta contra un medio promotor sistemático de la violencia”, sin embargo, aunque me gusta la idea de escrache, siento que se puede leer también como una acción contracultural como las adelantadas por las Guerrilla Girl, un colectivo artístico gringo de los ochentas integrado por mujeres. Ellas ingresaban —no amigablemente— a museos para cuestionar las exposiciones en las que solo había hombres blancos, que excluían artistas por razón de raza y género. Se les veía irrumpiendo en galerías, con máscaras de gorilas rechazando las muestras patriarcales, alborotando el avispero, protestando y luego replegándose. Con sus acciones, ellas no atacaban la libertad de expresión de los curadores, ni de los museos, ni a los artistas blancos, sino que hacían un llamado de atención para democratizar la escena artística. También podríamos hablar de las provocaciones políticas de las Pussy Riot a propósito de la libertad de expresión, o los derechos LGBTIQ+. En estos ejercicios de lo que se trataba era de llamar la atención y reflexionar de una forma más profunda y compleja sobre la libertad de expresión, con todo y sus complejidades a la hora de reproducir prejuicios y exclusiones.
Lo de Aiso, en esta perspectiva, fue un acto contracultural, un ejercicio para incomodar sobre lo que se naturaliza. Un llamado a hacerle control ciudadano a los que, se supone, deben hacerle control al poder, pero que, simplemente se convirtieron en una voz del poder de los sectores tradicionales. Es que eso es lo que hace la acción contracultural: patear el conservadurismo, incomodar, sacarnos de nuestro lugar de confort y ponernos a pensar y debatir.
No caigamos en esa dinámica de escandalizarnos por cualquier cosa, en ese clasismo y racismo propio de los de arriba de no aceptar que los sectores subalternizados y negados tienen una voz y tienen fuerza, “la fuerza de la gente”
No caigamos en esa dinámica de escandalizarnos por cualquier cosa, en ese clasismo y racismo propio de los de arriba de no aceptar que los sectores subalternizados y negados tienen una voz y tienen fuerza, “la fuerza de la gente” como dice el lema de Aiso, porque para eso están los medios corporativos y los opinadores liberales “de bien” que creen que democracia es que no problematicemos lo que hacen las élites, que no nos indignemos ante las injusticias y que no les incomodemos con nuestras protestas.
Mejor tomemos estas acciones audaces de Aiso para cualificar el debate y evitar caer en la pereza intelectual de hablar desde el pálpito propio de ese sentido común conservador. Para cerrar comparto una de las consignas de la protesta en Semana:
“Mandatamos que los medios de comunicación le deben servir a la verdad, no a los políticos más poderosos de este país, no a las empresas multinacionales, que los únicos fines que tienen es vender sus productos, es vender sus mentiras. Nuestra consigna es abajo las mentiras, abajo la desinformación, abajo, abajo, abajo. ¡Abajo, abajo!”.
Y recordemos la máxima, “la protesta que no incomoda, no es protesta”.