Hablemos de libertad de prensa

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La libertad de prensa es una característica base de las democracias: que se pueda informar, opinar, incomodar, dar luz sobre temas complejos y vigilar al poder, supone que se vive en un Estado de derecho, en el que expresarse es lícito y posible. “La Prensa” es un poder, pero debe ser sobre todo un contra-poder, es importante incomodar.

En las últimas semanas, en artículos de grandes medios corporativos, se han prendido las alarmas: “Amenazada la libertad de prensa” dice la editorial del 10 de junio de “El País”; “Prensa en Alerta” grita un artículo de opinión de “Semana” del 31 de abril, y el 11 de junio, el periódico “El Colombiano” dice: “Los constantes ataques contra la libertad de prensa y algunos periodistas de forma directa a través de redes sociales han hecho que la relación entre el presidente Gustavo Petro y los medios de comunicación se esté deteriorando.”  A pesar de que hay validez en algunas de las críticas que se elevan al presidente Petro desde los medios tradicionales, y si bien, es cierto que el presidente encarna en sí mismo la institución de la presidencia, y por ende sus declaraciones y señalamientos tienen un peso mayor: el Twitter de Petro, no es la gran amenaza contra la libertad de prensa en este país. En Colombia hacer periodismo es peligroso y la libertad de prensa está limitada, pero ni Petro ni este gobierno son los culpables.

La libertad de Prensa en Colombia

Estamos mal en libertad de prensa en Colombia, según el índice de “Reporters without borders”, Colombia es el país número 139 de 180 en libertad de prensa; en general “Colombia se mantiene como uno de los países más peligrosos para los periodistas en el continente” pues son víctimas de “hostigamiento, intimidación y violencia”. El índice de libertad de prensa se calcula basado en cinco criterios de evaluación: contexto político, contexto económico, marco legal, contexto sociocultural, y seguridad. Basado en esto se califica a un país de 0 a 100, siendo 100 lo mejor y 0 lo peor. Colombia tiene este año 45.23, un poco mejor que el año pasado, pero igual de lamentable. Nos rajamos en todo, sin embargo, nos fue peor con las calificaciones relacionadas con el contexto económico, sociocultural y en el indicador de seguridad, con alrededor de los 30 puntos (considerado muy grave).

El contexto económico habla de tres cosas: de límites económicos relacionados con políticas gubernamentales; se incluye la gran dificultad de crear y mantener medios independientes, el favoritismo y corrupción a la hora de entregar subsidios estatales para estos fines; de límites económicos relacionados con actores no gubernamentales, como anunciantes y socios comerciales; y de límites económicos relacionados con los propietarios de los medios queriendo promover o defender sus propios intereses a través de estos.

Sobre Colombia “Reporters without borders” dice: “la mayoría de los medios regionales están cooptados por la financiación del sector público o de empresas locales, lo que limita su capacidad crítica”.

Respecto al contexto sociocultural, la organización anota principalmente que, está aumentando la desinformación y que el público ha dejado de confiar en el periodismo y en los periodistas. Además, dice que las conexiones entre el periodismo, los sectores económicos y la política se mantienen en muchas regiones, y que algunos líderes locales y nacionales contribuyen a la creciente estigmatización de periodistas francos.

Y esto nos lleva al último punto, la seguridad de los periodistas. El cubrimiento de problemas ambientales, del conflicto armado, del crimen organizado, de la reivindicación de la tierra, de las organizaciones comunitarias, de los derechos de las comunidades étnicas, y de la ejecución del proceso de paz en el país, pone a los periodistas en riesgo.

En Colombia desde 2018 fueron asesinados 10 periodistas: Abelardo Liz, comunicador indígena; Felipe Guevara, periodista del “Q’ hubo” especializado en investigaciones judiciales; Wilder Córdoba, director del medio comunitario “TV Unión”; Efraín Segarra, Paul Rivas y Javier Ortega, equipo del periódico ecuatoriano “El Comercio” asesinados en la frontera colombo-ecuatoriana; Marcos Efraín Montalvo Escobar, un referente del periodismo regional en Tuluá; Mauricio Lezama, cineasta asesinado en Arauca, Rafael Moreno, fundador del medio independiente “Voces de Córdoba”; y Víctor Diago, comunicador social, y locutor en Riohacha.

¿Qué pasa con los medios tradicionales?

En 2015, sucede un caso en el periódico “El Colombiano”, que da mucha luz sobre este tema: dos periodistas estaban investigando cómo iba la restitución de tierras en el Urabá antioqueño, resulta que Juan Carlos Hernández de la Cuesta y Jorge Hernández de la Cuesta, accionistas mayoritarios del periódico, son dueños de la hacienda “Flor del monte”, ubicada en Blanquicet, vereda de Turbo, y sobre la que existe un reclamo de restitución de tierras. Los hermanos Hernández de la Cuesta, exigieron que los periodistas se acercaran a fuentes específicas y descartaran otras, y ejercieron presión para detener sus investigaciones dentro del propio periódico. Es exactamente este tipo de conflicto de intereses lo que hace que los medios tradicionales, sean como son.

¿Y qué significa todo esto?

Pues significa que los principales problemas de violencia hacia la prensa en el país lo sufren los periodistas en las regiones, principalmente, integrantes de medios locales, populares, o autónomos. No los periodistas de gigantes medios corporativos. Además, que la libertad de prensa está limitada en igual medida por factores financieros, porque es muy difícil hacer periodismo independiente, y porque los medios tradicionales son propiedad de grupos económicos que priorizan sus propios intereses antes que la verdad. Y, por último, que la gente está mamada del mal periodismo y de su mediocridad, y que es deber de la prensa y de los periodistas, recobrar la confianza que con justa causa perdieron, mediante un periodismo exacto, honesto, contextualizado y ético.

Posdata: Parce, ¡apoye los medios independientes!

Por: Juan Pablo Arboleda. Tiene 19 años, es caleño, y quiere estudiar literatura.

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