“Sala de espera”, “Mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro salvador…”, “Por favor espere su turno”, “Espere una hora para que no se vomite en la piscina” …puedo quedarme echando caspa por horas sobre las veces que he visto y escuchado la palabra “espera” en algún lugar, en alguna conversa cotidiana, en algún letrero aleccionador de la conducta indisciplinada.
Qué vaina que mientras escribo esto voy leyendo un titular que dice: “Irán presenta el primer misil hipersónico capaz de viajar a velocidades 15 veces superiores a la de la luz”. Así es nuestro presente, un choque de tiempos imparable sobre el que es necesario detenernos y leer lo que nos dice.
Así es nuestro presente, un choque de tiempos imparable sobre el que es necesario detenernos y leer lo que nos dice.
Hace unos años me sugirieron el texto “Pacientes del Estado” de Javier Auyero, una etnografía política sobre la espera como forma de dominación hacia los pobres. Nunca había leído algo así, y desde entonces, la preocupación por nuestra relación con el tiempo me atraviesa. Hace poco estaba almorzando con mi madre, le pregunté cómo le fue en la mañana y me contó que acababa de llegar a casa después de cuatro horas en una fila esperando por sus medicamentos. Añadía a su relato lo estresante que es ese tiempo porque todo el mundo está enojado, gritando y tratándose mal entre sí, y supongo que es apenas comprensible.
A menos que usted, quien lee esto, sea una persona heredera que esclaviza a alguien para que le haga las diligencias, probablemente ha vivido la experiencia de largas esperas para que le den una cita médica, para que le hagan un procedimiento, para que le respondan una petición, para que le llegue la pensión a su abuelito, para que le paguen una luka que hace rato se ganó, para que pase algo con un caso jurídico, para que llegue el momento en el que unx se sienta cómodx con su vida. “Hay que tener paciencia, y en el culo resistencia”, reza el adagio popular, y yo como que creo que ya me quedé sin raya.
Dice Auyero que: “La experiencia subjetiva de esperar y la práctica cotidiana de hacer esperar a los desamparados se transforman en fenómenos productivos que requieren ser estudiados de un modo más exhaustivo” (2013, p. 25) y que la sostenida exposición a estos tiempos impuestos modelan un comportamiento sumiso en las personas empobrecidas, y yo estoy de acuerdo. Nos movemos en una paradoja constante: nunca tenemos tiempo para nada en medio del movimiento veloz por la vida, pero al mismo tiempo hay que saber esperar la recompensa del sacrificio. Insisto: este choque de tiempos no es ingenuo y hay que leerlo más cuidadosamente. ¿Se han detenido a pensar qué tanto tiene que sentarse a esperar la “gente de bien”? ¿Cuáles son las esperas del 1%?
Ahora, no quiero generalizar. Hace poco conversaba con mi parcera Andrea sobre el tiempo y me contaba que un compañero indígena Misak un día le dijo que su pueblo llevaba miles de años viviendo a su manera, así que ellxs no tenían afán de nada, que cada quien tenía que empezar su tarea y hacerla real, más allá del supuesto tiempo del resultado final. Nos sorprendíamos ambas en nuestra conversación porque allí hay una lectura distinta de la espera, porque se hace presente, se vuelve práctica cotidiana, se hace praxis comprometida porque el tiempo es ahora.
¿Queremos defender un mundo en el que se impone la espera eterna a lxs pobres como sacrificio para que vengan tiempos mejores? ¿o queremos caminar con lentitud, pero con firmeza por estas tierras mientras dejamos nuestras acciones concretas en ellas?
Con todo esto quiero decir que hay de esperas a esperas, y quiero dejar aquí la pregunta o soltar un hilito para la conversación sobre cuál es el tiempo que queremos vivir, o cuáles son los otros tiempos posibles. ¿Queremos defender un mundo en el que se impone la espera eterna a lxs pobres como sacrificio para que vengan tiempos mejores? ¿o queremos caminar con lentitud, pero con firmeza por estas tierras mientras dejamos nuestras acciones concretas en ellas?
El tiempo que mi mamá, que ustedes, que yo, duramos en filas, en espacios sin sentido, en trámites interminables, es un tiempo que se nos roba para el disfrute, para el placer, para la reflexión, para dedicarnos a cualquier otra cosa que nos valga la vida. Tendremos que seguir imaginando y haciendo posibles más Kairós y menos Cronos, más cuerpxs en movida rebeldía y menos vidas adiestradas y dóciles por la espera sacrificada que nos mata de a poco.
Pongan José José: “Espera, aún me quedan en mis manos primaveras”. No aguanta morirse sin intentar echarle fuego al reloj cada que podamos y sin, ahí sí, esperar a que germine la semillita del mundo nuevo que llevamos en nuestros corazones. ¿Usted quiere ser un paciente que espera mientras riega la semilla o un paciente que espera a que le curen su patología temporal mientras se le va la vida en el sin sentido?
Referencias
Auyero, J. (2013). Pacientes del Estado. Buenos Aires: Eudeba – Universidad de Buenos Aires.