Antes de empezar, hay que advertir a los/as lectores que en este texto no hallarán argumentos conservadores o liberales contra la llamada «cultura de la cancelación». En ese sentido, ésta no será una defensa vehemente de la «libertad de expresión» o una crítica contra la «corrección política», a sabiendas que, primero, lo que existe es un campo abierto de disputa política por la hegemonía de ciertos sentidos/símbolos que circulan en la cultura global, y segundo, en general los derechos en un régimen liberal se ejercen de forma limitada —pues al liberalismo político le interesa controlar el poder político, aunque para sostenerse en ocasiones acuda, paradójicamente, a la suspensión de esos derechos en los estados de excepción—.
«Esto ayudó a enseñar a los niños que “no” en realidad no significaba no, que era parte del “juego”, el punto de partida de una lucha de poder. Enseñaba que superar las objeciones estrictas, incluso físicas, de una mujer era normal, adorable, divertido. Ni siquiera le dieron a la mujer la capacidad de hablar»
El origen de la coyuntura de cancelación de Pepe Le Pew se remonta a una columna del afroestadounidense Charles M. Blow en The New York Times, publicada en marzo 3 de 2021, titulada «Six Seus Book Bore a Bias» —no se debió a una publicación de malévolas «feministas radicales», como circula descuidadamente en redes—. El título de la columna hace referencia al escritor y caricaturista infantil Theodor Seuss Geisel, más conocido como Dr. Seuss, autor de seis libros con contenidos racistas que ya no serán publicados, según anunció recientemente Dr. Seuss Enterprises, la empresa que preserva y comercializa su legado.
El escrito de Charles Blow recrea las experiencias de niñez del autor, marcadas por una cultura blanca racista que impulsa la inferioridad racial de negros e indígenas y es reproducida en libros infantiles, series de caricaturas —cartoons— o programas de televisión como los western —que representan a los indígenas de EE. UU. como pueblos salvajes y peligrosos contra los que hay que luchar violentamente—. La mención a Pepe Le Pew fue breve y, en concreto, Blow acusó al programa de normalizar la cultura de la violación. Posteriormente, en un tuit del 6 de marzo, tras la polémica desatada, Blow argumentó su afirmación sobre Pepe Le Pew del siguiente modo:
«1. Agarra / besa a una chica / extraño, repetidamente, sin consentimiento y en contra de su voluntad.
- Ella lucha con todas sus fuerzas para alejarse de él, pero él no la libera.
- Cierra una puerta para evitar que ella se escape».
En el mismo tuit agregó: «Esto ayudó a enseñar a los niños que “no” en realidad no significaba no, que era parte del “juego”, el punto de partida de una lucha de poder. Enseñaba que superar las objeciones estrictas, incluso físicas, de una mujer era normal, adorable, divertido. Ni siquiera le dieron a la mujer la capacidad de hablar».
¡Oh! La supuesta «generación de cristal» ataca de nuevo, dirán algunos —aunque la columna la escribió un hombre de cincuenta años—, cuando lo que se ha cristalizado y endurecido durante siglos en cuanto estructura de poder ha sido el racismo y el machismo.
Al ver esta caricatura de nuevo no pude sentir más que un penoso sentimiento de repulsión. En efecto, Pepe Le Pew no entiende el significado de un «no», da desagradables besos continuados sin consentimiento a Penelope Pussycat, la gata, y su poder masculino es tal que llega a encerrarla en un cuarto para que no pueda huir de sus repulsivas e indeseadas muestras de afecto. Aquí no importa que Pepe Le Pew resulte repulsivo por ser un zorrillo apestoso: no es no. Reto a cualquiera a que aprecie los argumentos de Blow, vea la caricatura, compare y sostenga que algo de lo que ha dicho el columnista de The New York Times no es cierto.
¡Oh! La supuesta «generación de cristal» ataca de nuevo, dirán algunos —aunque la columna la escribió un hombre de cincuenta años—, cuando lo que se ha cristalizado y endurecido durante siglos en cuanto estructura de poder ha sido el racismo y el machismo.
Pareciera que Charles Blow «exagera» cuando, por el contrario, esta sensación de que hay «exageración» obedece a una normalización de prácticas simbólico-discursivas machistas expuestas en programas infantiles, que consideramos «inocentes» aunque reflejen el sistema social de su tiempo. Creemos desde prejuicios acríticos que lo infantil es «infantil» y no tiene repercusiones sobre los imaginarios sociales de los/as niños, quienes ya desde preescolar, como denuncia Blow, interiorizan estereotipos racistas y consideran, por ejemplo, que lo blanco es lo más bello por ser blanco. En la experiencia de Blow, «era un adolescente antes de que pudiera comenzar a comprender lo que me habían hecho, que me habían enseñado a odiarme a mí mismo [por ser negro]».
Ahora bien, ante las luchas contra el racismo estructural —como las derivadas de las fuerzas del movimiento Black Lives Matter—, el sistema social capitalista simplemente se complejiza internamente y termina adaptándose y funcionalizando en el mercado aquellos sentidos, prácticas y horizontes políticos que antes resultaban alternativos y peligrosos para ese sistema. El tan sonado caso de las camisetas del Ché, convertidas en productos de masas, es sólo una muestra de esta propiedad autopoiética/autoorganizadora siempre en tensión del sistema social —en este proceso fue crucial el trabajo del «arte pop» de Andy Warhol, por ejemplo—. Un proceso semejante está ocurriendo con el Black Lives Matter. Respecto a Pepe Le Pew, la opción de Warner es dejar de seguir ofreciendo tal marca como una oferta de mercado, y así no se amenazan radicalmente las jerarquías sociales estructurales ejercidas en el plano económico-cultural a nivel planetario.
Se puede hablar, por consiguiente, de una inclusión gatopardista en la que todo cambia para que todo siga igual.
En una clase que tuve hubo compañeras que criticaron la mercantilización de las luchas contra el sistema sexo-género y la apropiación y comercialización de mensajes de empoderamiento por parte de grandes empresas. Calvin Klein, que en 2016 había sido denunciado por promover estereotipos sexistas contra las mujeres, ahora vende mensajes de «empoderamiento» e «inclusión». Mujeres negras, mujeres con axilas sin depilar o mujeres de talla grande son mercantilizadas para dar la sensación de que la empresa es «incluyente», cuando, más que combatir la norma y estereotipos de género o luchar contra el racismo sistémico, lo que está haciendo es adaptarse a un cambio político-cultural que está repercutiendo en las preferencias de los consumidores. Se puede hablar, por consiguiente, de una inclusión gatopardista en la que todo cambia para que todo siga igual.
Y es este peligro gatopardista, quizá, uno de los mayores problemas que enfrenta la llamada «cultura de la cancelación». Sin demeritar su potencial transformador, las luchas no sólo tendrían que darse en el terreno liberal en torno a las preferencias de mercado sólo para que éste se adapte, «cancele» determinadas ofertas, se diversifique y ofrezca otras preferencias sistémicas «alternativas» para llegar hasta ahí, a su propia autoproducción mercantil, porque entonces corremos el peligro de invisibilizar y maquillar crisis sistémicas y civilizatorias que no sólo han producido pandemias como la del covid-19, sino que han puesto en peligro a la vida humana y no humana en su conjunto, aunque de forma productivamente diferenciada —y racializada, generizada— dada la jerarquía centro-periferia. De ese modo interpreto el «Yo perreo sola» de Bad Bunny: el lavado de imagen de un trapero/reguetonero que se hizo millonario en buena medida gracias a la producción machista de deseo que durante años ha promovido la industria del trap y el reguetón y que reprodujo una y otra vez la posición ventajosa de los hombres en la escala social. Así que, más que denostar la cancelación como tal y subestimar su potencial transformador, la invitación precisamente es a mirar más allá de los sentidos hegemónicos y la organización estructural adaptativa del sistema mundial capitalista.
Lo que llaman «cultura de la cancelación» es, en realidad, una expresión de boicot comercial, forma de desobediencia civil que fue crucial para enfrentar al imperialismo británico en el otrora Raj de la India. El potencial transformador de este boicot en particular fue impulsado por su relación con un horizonte de emancipación nacionalista más general contra el colonialismo inglés, horizonte no exento de problemas en el proceso de construcción del Estado indio, abocado a guerras civiles. Pero el punto es, en el marco de la actual «cultura de la cancelación», no perder de vista y seguir construyendo horizontes radicales de emancipación que, a pesar de que siempre estén en tensión, contradicción y pugna, puedan ir más allá del actual capitalismo globalizado y sus ofertas adaptativas de mercado.
Lo que llaman «cultura de la cancelación» es, en realidad, una expresión de boicot comercial, forma de desobediencia civil que fue crucial para enfrentar al imperialismo británico en el otrora Raj de la India.
Y sí, Pepe Le Pew es de esos adefesios culturales aparentemente «inocentes» que no debieron haber existido. Que sirva como recordatorio de hasta qué punto hemos normalizado el machismo y la cultura de la violación, y lo digo también por los «nostálgicos» alarmados que defienden la existencia de una caricatura cuyas implicaciones ni siquiera han analizado en detalle. Hasta nunca, Pepe Le Pew.