Dice el viejo Marx en uno de sus viejos libros que “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.”[1] En este sentido podemos decir que el magisterio, hace su historia con lo que tiene a su alcance, con lo que las otras generaciones le legaron. Es un magisterio que tiene tres características fundamentales: división en condiciones laborales por dos estatutos, derechos adquiridos que se han naturalizado como privilegios y una alta formación académica. Todo esto enmarcado en una seria negación de su condición de clase social trabajadora, lo que ha venido ocasionando que los sectores populares lean en el magisterio un sector que trabaja poco y gana mucho.
En primer lugar, el tema de los estatutos. Un estatuto producto de la lucha, el 2277. Que en ultimas garantiza la estabilidad laboral, el ascenso por estudios y experiencia, aunque salarialmente se haya estancado. Y un estatuto impuesto, el 1278, producto de la política pública neoliberal, que limito la estabilidad laboral, el ascenso y las garantías de trabajo. Esto ha hecho que algunas agendas de lucha que emprende FECODE sean diferenciadas y la capacidad de movilización se haya disminuido de manera considerable. El estatuto antiguo si bien acompaña algunas movilizaciones y sigue siendo combativo, también ha dejado de movilizarse de manera contundente. Y el nuevo estatuto entra con una despolitización considerable, y siente que ha llegado a una zona de confort. En medio de esas contradicciones es evidente que también emergen sectores nuevos que buscan en el sindicato nuevas formas de hacer política.
Para no usar categorías viejas y antiacadémicas, diremos que el poder soberano se inmuniza de todo elemento que pueda poner en peligro la vida del organismo vivo. Esto lo aborda el filósofo novísimo Roberto Esposito. En ese sentido el sindicalismo se inocula en el poder soberano, desmantelado de todo elemento crítico o subversivo, en el sentido amplio de la palabra. Por esta razón, durante décadas el sindicalismo se convirtió en una maquinaria electoral que les permite a las fuerzas políticas que son mayoría en el sindicato, negociar con sus acumulados, acuerdos con candidaturas a senado, cámara y concejo, mientras se logran algunas agendas con el Estado. Por esta razón se estatizó, y dejo de ser un movimiento social que dialogue con la historia, con el país y sus necesidades. Aunque cabe resaltar que la historia, que siempre es dialéctica, pone también de presente que el movimiento magisterial, cuenta hoy aun con más de 300 mil maestros y una fuerza de movilización que puede sentar al gobierno nacional para negociar asuntos de la política pública. Después del demonio de la insurgencia, viene el de FECODE.
En ese sentido se construye un relato, del magisterio, como un gremio que trabaja poco y jode mucho, que para por todo y no aporta nada. Sin embargo, puede tener un efecto de verdad, pero si revisamos los pliegos de peticiones de FECODE Y ADE, vemos que sus exigencias también involucran a la comunidad educativa. Cuando se exige recursos en el Sistema General de Participaciones (SGP), se está pidiendo dinero para las escuelas, para la alimentación de niños y niñas, para laboratorios y para equipos. Cuando se le exige en Bogotá a Claudia López equipos y conectividad, es para que ese 80% de niños y niñas que no vuelven a la presencialidad puedan estudiar. Y cuando la ADE se subscribe al pacto histórico, está demandando, entre muchas otras cosas, una renta básica para el 50% de colombianos y colombianas que no tienen empleo.
Pero para que la comunidad, y no el poder soberano, recepcione estas iniciativas como suyas, para que el respaldo de las comunidades educativas sea fáctico, el sindicato debe trabajar en los tres aspectos de la política: el de la representación, el de la generación de la ley y su control político, y el de las calles y la acción política movilizadora. Hasta ahora en gran parte de su historia solo ha habido movilización endógena, y control político de las leyes que afectan al gremio. Más allá de saludar o sumarse tibiamente a las demandas del movimiento social, el sindicato debe trabajar con estas comunidades, desarrollar diálogos pedagógicos y políticos, y luchar colectivamente.
El pacto histórico necesita del movimiento sindical, en las calles son 600 mil personas de la CUT, y en las urnas muchas más. Pero se trata de un pacto, de un programa y de una ruta que dialogue con la gente. Y finalmente es importante señalar que en este campo popular el partido Comunes es bien recibido, distinto de las elites políticas de los sectores alternativos.
[1] 18 Brumario de Luis Bonaparte.