El fin de la era de Juanma; ¿un debate de Santos y Demonios? Parte 1

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Terminan ocho años del gobierno Santos, nos deja un país en términos económicos, sociales y ambientales afectado negativamente por la profundización del modelo de libre mercado, y al tiempo un país que ha desescalado la violencia armada como consecuencia del Acuerdo Final de Paz con las Farc.

Santos finaliza su gobierno con una imagen desfavorable ubicada entre el 55% y el 72%, dependiendo de la encuestadora, más que por su modelo económico, inadecuado si lo que defendemos es la vida y la justicia social, por el costo que debió asumir por la firma del Acuerdo Final.

A la luz de la interpretación de la hegemonía como hecho cultural y de concepción del mundo, los demócratas y defensores de la vida debemos aceptar que este país es un país donde buena parte de la población se identifica con ideas fascistas, lo que ha significado un piso electoral ya consolidado de siete millones de votos para proyectos ultraconservadores de la sociedad.

Y no es que la gente no castigue a Santos por su idea de sociedad y su gestión en temas como la corrupción, lo que sucede es que infortunadamente en el campo de los valores que como sociedad hemos construido para un sector importante de la población pesa más el hecho de verlo como el hombre que traicionó a Uribe y le entregó, o quiso entregar, el país a chavistas, guerrilleros y homosexuales, lo cual hábilmente la máquina de mentiras del uribismo logró instalar culturalmente y se evidencia en los más de diez millones de votos que alcanzaron en la segunda vuelta presidencial.

Son muchas las razones por las cuáles Santos y su gestión de Gobierno se rajan, si de balances se trata; Su agenda en materia tributaria profundamente inequitativa, su política laboral que continuo con la precarización de las condiciones de millones de trabajadoras y trabajadores, en lo social su visión de la educación y la salud como negocio y no como derecho, en lo ambiental la minería y el fracking que conllevaron a un deterioro de los ecosistemas afectando la vida, su modelo rural sustentado en las Zidres y no en una economía plural que privilegie la garantía de derechos a campesinas, campesinos, indígenas y afrodescendientes. Internacionalmente de mucho menos agrado es la categoría de Socio Global de Colombia en esa fuerza transnacional de muerte que significa la Otan.

De igual manera es imposible olvidar su participación, la de Santos, en los gobiernos de las décadas de 1.990 y 2.000, marcada por la profundización del neoliberalismo y la guerra, en particular durante el gobierno Uribe donde miles de familias pobres vieron cómo sus hijos fueron desaparecidos y asesinados en medio del asqueroso fenómeno de los llamados falsos positivos.

También es reprochable el asesinato de Alfonso Cano, uno de los principales arquitectos dentro de las FARC del proceso de paz, en un contexto de ejercicio desproporcionado de la fuerza, y violando el Derecho Internacional Humanitario.

En lo personal nunca voté por Santos, aunque viendo en retrospectiva si se volviese a presentar un escenario cómo el de segunda vuelta en 2014, así como lo hizo la mayoría de espectro progresista en aquella época, lo haría sin pensarlo mucho, sin temor a volverme santista por un voto, no lo soy, ni lo seré ya que no comparto su visión de sociedad, pero creo que la paz de Santos, imperfecta por donde se le mire y llena de incumplimientos, es mejor que la guerra de Uribe para el país y las miles de vidas que se han salvado.

A pesar de las dificultades que se han venido presentando en medio del incumplimiento del Acuerdo de Paz, y que solo se va cumplir organizando, movilizando y transformando el mundo de las ideas de la sociedad colombiana, los números demuestran que la paz vale la pena. Según la Unidad de Victimas se logró reducir por acciones asociadas al conflicto, el número de colombianos muertos; mientras dicha cifra alcanzo más de 19.000 personas al año en la era Uribe, para el 2017, luego del proceso de paz, fue de 78. Al tiempo la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común ha podido empezar a hacer política tanto en el Congreso de la República como fuera de este.

Por supuesto nos encontramos ante una paz incompleta, no sólo porque está pendiente un buen término del proceso de paz con el ELN que debe continuar, sino porque con base en la Ley 1908 de 2018 de sometimiento a la justicia, producto del desarrollo del numeral 3.4 del Acuerdo Final, es preciso que el resto de estructuras armadas en el país articuladas a la economía ilegal, abandonen entre otros, el narcotráfico y el asesinato de líderes y lideresas sociales, reclamantes de tierras, defensores del territorios y promotores de la sustitución de cultivos de uso ilícito, y entren a la legalidad.

También nos encontramos ante una paz incompleta, como consecuencia del incumplimiento de lo pactado con las FARC, que no depende exclusivamente del presidente de la República, sino que es una cuestión de Estado. No solamente los recursos son claramente insuficientes para desarrollar la agenda que implica sacar la paz adelante, que requiere una reforma fiscal estructural, sino que además porque los desarrollos legislativos o son limitados, o en buena parte no corresponden en el estricto sentido a lo pactado en el teatro Colón, sin hablar de los implementación de los mismos, que en materia de derechos humanos significa que cese la persecución y asesinato a líderes y lideresas sociales.

No obstante el camino para sacar al país adelante, no es persistir en la guerra y el dogmatismo del pensamiento y la acción, al contrario implica apostarle a la paz, la pluralidad y la creatividad. Esto a propósito del debate que en diferentes medios se ha suscitado respecto al fin del gobierno Santos.

Si algo demostró la ola de la Colombia Humana, que logró el resultado histórico de ocho millones de votos para un candidato alternativo al establecimiento, es que necesitamos desarrollar la política como dialogo con la otra y el otro en la perspectiva de construir consensos alrededor de lo fundamental – eso lo dijo un conservador, lo cual no hace a Petro conservador, ni a los que creemos en esto conservadores -.

Por esto es que asombra observar cómo desde los sectores alternativos se levanta, como casi siempre, todo un polvorín alrededor del significado del gobierno Santos donde afloran egos, posturas inamovibles y el adjetivo para descalificar, alimentando sectarismos y prevenciones en un momento donde debemos unirnos para enfrentar el difícil gobierno que significará Duque, con gente no solo de izquierda, o ¿Vamos a rechazar a los santistas que quieran unirse en oposición al uribismo?, ¿En serio somos tan miopes?

No creo que los críticos del gobierno Santos seamos unos dogmáticos, ni creo que quienes le reconocemos haberse enfrentado al uribismo y defender la paz, la de él, ¿Hemos hecho lo suficiente para construir otra paz?, seamos unos santistas solapados como nos llama Robledo, – por quién votaría si en algún momento tuviese posibilidades de ser presidente frente a una opción de los mismos con las mismas-.

Varias reflexiones a propósito de la opinión e inquisición en redes sociales ¿dónde quedó el humanismo?, ¿dónde quedo la dialéctica del pensamiento?, ¿alguien es un Angelino por reconocerle a Santos que la paz vale la pena?, ¿podemos pensar diferente y al tiempo caminar juntos(as)?, ¿hablamos de amplitud y pluralidad solo en elecciones?, ¿cuándo alguien se sale de la concepción tradicional de izquierda le crucificamos?, ¿si un líder-lideresa social es asesinado(a) por las mal llamadas disidencias de Farc o estructura del Eln nos quedamos callados?, ¿Es ético eso?

La política en el campo de los sectores democráticos y de la vida no puede ser una cosa de Santos y Demonios, retomando el título de una nota de un medio alternativo antioqueño: “Izquierda ¡Madura!”

Hagamos un debate de altura, lo que está en juego es la hegemonía para lograr ser alternativa de poder en Colombia, bienvenidas todas las críticas.
Agenda: Nos vemos en el encuentro del Enjambre este 4 de agosto y 5 de agosto en Bogotá. También nos vemos el 7 de agosto en la movilización por la vida y por la paz. Vamos a construir una Colombia Plural, una Colombia Humana.

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Diego Carrero Barón. Economista, Magister en Estudios Políticos. Docente universitario y analista. Investigador en planeación urbano-regional en el Centro de Estudios Territorio y Ciudad, y en política económica en el Centro de Pensamiento de Política Fiscal de la Universidad Nacional de Colombia. Integrante de El Enjambre. Mis opiniones no comprometen a nadie más. @diegocarrerob

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