Tras escucharlo en los debates, en su programa de las 6 y leerlo en Twitter, nos vendimos la idea de que Iván Duque es mediocre, inepto, o como lo denomina la Senadora Angélica Lozano “flojo”, pero ¿será que sí es así?
Es cierto que Duque proyecta ser anodino, pero también es cierto que nos acostumbramos a ver la realidad por pedacitos y eso hace que se nos pierda el panorama amplio. Iván Duque fue elegido como presidente por el Centro Democrático, un partido que recoge a terratenientes, ganaderos, banqueros, personas relacionadas con paramilitarismo, corrupción, y/o violaciones a Derechos Humanos, y que es liderado por Álvaro Uribe Vélez.
Además, su candidatura fue respaldada por partidos que representan también a esas élites, como el Partido Conservador y un importante sector del Partido Liberal. También fue apoyado por los sectores más radicales de la derecha, como las iglesias católica y evangélica en sus diferentes corrientes. Por supuesto, los medios corporativos de comunicación también jugaron un papel importante a la hora de posicionarlo ante la opinión pública hasta el día de hoy, con el permanente lavado de cara, al inflarlo en encuestas y justificarlo constantemente.
Los ministerios son puertas giratorias, los ocupan representantes del sector privado, de grandes industrias y garantizan que estas se vean beneficiadas con cada medida que toma el gobierno. Ya con este panorama tan escueto, podemos revisar si Duque es un presidente flojo.
En sus dos años de gobierno consiguió las mayorías en el Congreso de la República, lo que significa, garantizar que muchos de los proyectos de ley de gobierno pasen sin mayor problema, así como sabotear la separación de poderes, como por ejemplo, con la elección del defensor del pueblo (Cámara de Representantes), de la contralora general de la nación (pleno del Congreso), del procurador (Senado de la República). A esto se le puede sumar que el Partido Conservador busca que la elección del Fiscal la haga el Congreso para “despolitizar” el mecanismo de elección y garantizar que sea “más técnica”.
El Congreso también es clave con la radicación de proyectos de ley que garantizan los privilegios de las elites que ellos representan, por ejemplo, la aprobación de las reformas tributarias del gobierno que empobrecen a la clase media y enriquece a los ricos; sabotea medidas de salud pública; deja en paz la corrupción; asciende a militares que han violado Derechos Humanos; señala y persigue a los contradictores del gobierno, y sabotea la implementación del acuerdo de paz.
Duque aprovechó la pandemia para expedir una serie de decretos que en nada se relacionan con temas de salud pública, garantía al acceso de alimentos saludables o renta básica, pero que sí afectan la calidad de vida de la mayor parte de la ciudadanía: una reforma laboral enmascarada de decreto, que elimina los derechos laborales; un decreto como el 811 que busca la venta de las empresas públicas que cotizan en la bolsa. Mientras tanto, fortalece a los bancos y le presta un dineral a la empresa panameña Avianca, en la que tiene vínculos familiares. Frente a las masacres y el asesinato selectivo a líderes y lideresas sociales, desde el principio demostró desinterés y ha cambiado la palabra “masacres” por “asesinatos colectivos”, eliminando la carga política y la responsabilidad del gobierno en estos.
Sumado a todo esto, Duque se ha valido de la brutalidad policial para consolidar 1. el control del espacio público, primero en Bogotá y ahora, en diferentes regiones del país; 2. para perseguir y vulnerar el derecho constitucional a la protesta, como sucedió en las movilizaciones estudiantiles de septiembre de 2019, en el paro nacional que inició el 21 de noviembre del año pasado y con desalojos a comunidades empobrecidas. Este panorama generalizado de violencia por parte de la policía, da cuenta de su desinterés por adelantar una reforma estructural que desmilitarice este organismo público y por el contrario, legitime sus desmanes.
Entonces, Duque no es un presidente flojo, ni inepto, ni mediocre. Duque está concretando de manera juiciosa y diligente el proyecto de país con el que sueñan las élites, un proyecto de país que se sustenta en el despojo, en el odio y desprecio a los pobres y a las clases medias. Un proyecto cuyo sustento económico está en el empobrecimiento de las mayorías para beneficiar a unos pocos.
Así que la invitación es a no seguir reproduciendo la idea de esa “ineptitud”, sino a reconocerlo como un representante de las élites. Como un funcionario que trabaja por y para el beneficio de la clase política y económica. La invitación es a tomar partido desde ya por la vida, Colombia no soporta más medias tintas, sino que necesita de manera urgente cambios que garanticen una vida tranquila y con derechos para todas y todos, no para unos pocos.