Las actuales movilizaciones que se realizan en Colombia no tienen precedentes, por lo menos no en la historia reciente. Su fuerza y dimensiones han dejado en evidencia la debilidad moral del gobierno: sin nada que decir, sin proyecto de país, sin soluciones, solo se sostiene a través de la fuerza bruta que le proporciona el aparato policial y militar y a través de la aún más bruta fuerza de los medios de comunicación afectos a la élite corrupta que nos mal gobierna.
Pues bien, respecto a estos medios mucho se viene diciendo, desnudándose cada vez más y con mayor descaro su papel auspiciador del sistema actual de cosas que la gente ya no quiere más.
Cada vez más voces y manos se suman, a través de redes y demás medios alternativos que proporciona la tecnología, a la denuncia enfática contra la manipulación de la información de las grandes cadenas de comunicación, contra la mentira y la custodia del statu quo que ejercen ciertos periodistas. Ya han sido descubiertos en sus motivos e intereses.
Por eso, la función del periodismo colombiano está en cuestión. Atraviesa una crisis de credibilidad sin precedentes. Puede decirse, incluso, sin temor a exagerar, que los medios de comunicación ya jamás serán vistos igual, de esta agitación social serán quizá los más perjudicados, quienes saldrán peor librados en cuanto a credibilidad y transparencia.
Ante esta situación insalvable para estas empresas de la información, se abre un importantísimo debate sobre las formas, objeto y práctica de la profesión del periodismo. Su condición ética debe redefinirse, la formación de quienes la ejercen debe revisarse para que sean más que sonrisas bonitas y maneras refinadas.
En esto debe tomar parte urgentemente las facultades de comunicación social. Es menester un diálogo en ese sentido, que involucre a lo sociedad en su conjunto y a los periodistas y las periodistas que aun gozan de prestigio, para encaminar, de una vez por todas, esa profesión como un servicio social, más que como un negocio.
No quiere decirse aquí que de inmediato renuncien al ánimo de lucro y ganancia que proporciona cualquier empresa, pero su misión y objeto debe estar altamente condicionada por la ética, la objetividad y la verdad, porque, contrario a lo que se ha hecho creer, estas no son relativas, a no ser que se quiera retorcer los hechos.
Lo más relevante es que, frente a esa crisis, desde otro flanco se está gestando una transformación en la comunicación social, modificándose su lógica y carácter. Esta se está democratizando, la información ya no es exclusividad de noticieros privados, sino que, en contacto directo con las realidades sociales, cada vez más personas vienen ejerciéndola con grandes efectos en las conciencias de las multitudes.
En ese sentido, la gente en la calle está aprendiendo a informar. Es más, los liderazgos que están surgiendo al calor de la movilización social, están aprendiendo a comunicar más y mejor. Con carisma, lenguaje sencillo, mensajes claros y carácter firme, están logrando tocar las fibras más sensibles de la sociedad.
Algunos artistas son ejemplos de esto: con la sensibilidad que los caracteriza, han logrado en un mes, más o menos, conectar con la gente y llevarles un mensaje de lucha, rebeldía y esperanza.
Estos fenómenos en desarrollo superarán con gran ventaja los inmensos gastos que algunos magnates hacen en las empresas de comunicación. La verdad se está imponiendo y el periodismo formal tendrá que ajustarse a ella si quiere sobrevivir. Insistir en la manipulación y el engaño, los hará desaparecer.
Son impredecibles las consecuencias que una gran movilización social puede desencadenar, los efectos que causa y los cambios que genera. En esta ocasión, la comunicación social también será revolcada por el estruendoso río de multitudes que desborda las calles de Colombia.