¡Porque Dios así lo quiere! Un fuerte lema que posiblemente nos ubica en la edad media bajo un tinte de verticalidad e intolerancia en sus preceptos. Con este grito furibundo, las campañas de los Cruzados, se materializaban para rendir tributo a aquel concepto abstracto del buen Dios.
Una entidad, que ha configurado los mayores desmadres en el trascurso histórico y que de un modo u otro, se ha establecido como uno de los principales metarelatos, en palabras del filósofo francés Jean-François Lyotard, que ha trascendido nuestra condición humana. Tal como nos lo afirma el pensador galo: “Estos relatos (…) su finalidad es legitimar las instituciones y las prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas, las maneras de pensar. Pero, a diferencia de los mitos, estos relatos no buscan la referida legitimidad de un acto originario fundacional, sino en un futuro que se ha de producir, es decir, en una idea a realizar” (Lyotard 30).
¿Son las creencias una nueva forma de emprendimiento místico que busca explotar la fe de una manera fanática y empresarial?
¿Podría establecerse entonces que el relato cristiano ha perdido su estatuto mitológico, transfigurándose en un mero discurso con fines institucionales y de prácticas redituables? ¿Son las creencias una nueva forma de emprendimiento místico que busca explotar la fe de una manera fanática y empresarial? Es curioso ver cómo las creencias cristianas y sus diferentes ramificaciones han ido anclando su fundamentación en la organización social y cultural.
El catolicismo, de la mano de múltiples gobiernos, intercede en temas cruciales dando sus argumentos y cimentándose en el ejercicio de poder, asegurándose una trascendencia crucial. Y esto, aún por encima de las múltiples denuncias de terribles abusos a lo largo y ancho del planeta. Por su parte, el ala cristiana del país, asegura su jurisdicción, no por el ejercicio de un poder gubernamental, sino por la explotación de la fe como un bien de consumo. Algo equiparable a una droga. Dos caras de una misma moneda, que construyen una retórica institucional con fines muy precisos.
Las famosísimas intervenciones de los voceros que nos venden tecnología y productos milagrosos, se asemejan un poco a la lógica fanática del contemporáneo discurso cristiano. Sus nuevas prédicas, desean salir de los convencionalismos rituales de otros credos. Te evangelizan en bicicleta, te bailan excéntricamente, realizan conciertos y demás, todo, con el firme propósito de comercializar su producto, la FE. Entre más consumas, más beneplácito tendrás del Eterno. De este modo, cuando se rinde testimonio, cual escenario de rehabilitación, la idea, paradójicamente, es todo lo contrario. Hundirte en el consumo de la palabra, hasta que tu percepción de la realidad sea descentrada. Vas a diezmar y hacer todo lo que te diga el Ministro o Pastor, estarás a su voluntad con la firme promesa del éxtasis, simbolizado por un lugar en el paraíso. Sin darte cuenta, redundarás en el juego vulgar de la institucionalidad capitalista, a saber, establecer un código moral a lo que consumes, te envalentonarás con unos ideales que increíblemente, y parafraseando un poco al filósofo Gilles Deleuze en su obra Crítica y Clínica, van en contra del resbaladizo imaginario cristiano de aceptar y amar al prójimo tal y como es.
Hundirte en el consumo de la palabra, hasta que tu percepción de la realidad sea descentrada. Vas a diezmar y hacer todo lo que te diga el Ministro o Pastor, estarás a su voluntad con la firme promesa del éxtasis, simbolizado por un lugar en el paraíso.
La instrumentalización de la fe conlleva a un nuevo paradigma. Como nos lo establece Lyotard, “en estas condiciones, ¿Cómo pueden seguir siendo creíbles los grandes relatos de legitimación? Esto no quiere decir que no haya relato que no pueda ser ya creíble. Por metarrelato o gran relato, entiendo precisamente las narraciones que tienen función legitimante o legitimatoria. Su decadencia no impide que existan millares de historias, pequeñas o no tan pequeñas, que continúen tramando el tejido de la vida cotidiana” (Lyotard 31). El grito de ¡Porque Dios así lo Quiere!, cobra ahora una relevancia cercana a los estandartes medievales. Por un lado, la dialéctica de poder que otorga al catolicismo una preponderancia casi sublime en un estado como el colombiano. Y, por otro, el rol vulgar de la comercialización de la fe, modelando y explotando el pensamiento mágico de sus participantes.
Marx en algún momento nos plantea: “el fundamento de la crítica irreligiosa es: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre. Y la religión es, bien entendido, la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha encontrado a sí mismo o ya ha vuelto a perderse. Pero el hombre no es un ser abstracto, agazapado fuera del mundo. El hombre es el mundo de los hombres, el Estado, la sociedad” (Marx 155). Marx, con pertenencia nos recuerda la condición humana del discurso religioso. Y es propiamente esta construcción discursiva, la que pertenece al orden de lo abstracto, no el individuo. Vender prebendas celestiales, demarcadas por un determinismo azaroso, disfrazado de certeza, es tan solo el reflejo de una sociedad con tendencias manipulables. Incluso el buen salvaje en su proceso evolutivo, reconoce lo impredecible de su paso por el mundo. La magia simplemente lo acerca a un estado de autoconocimiento y vinculación a la naturaleza. Donde es precisamente esta dinámica, la que se aleja completamente de la institucionalidad mercantilista que subyace en las iglesias actuales.
Apostarán por un nuevo montaje y vender su producto. Sus consumidores, ávidos por devorarlo, sentirán el éxtasis que los elevará por encima de su especie.
Los modernos predicadores siempre estarán allí como culebreros de feria. Apostarán por un nuevo montaje y vender su producto. Sus consumidores, ávidos por devorarlo, sentirán el éxtasis que los elevará por encima de su especie. Sin darse cuenta, estarán domeñando sus libertades sin menguar tregua. Tal como nos enuncia Erich Fromm en su fabulosa obra El Miedo a la Libertad: “El primer mecanismo de evasión de la libertad (…) consiste en la tendencia a abandonar la independencia del yo individual propio, para fundirse con algo, o alguien, exterior a uno mismo, a fin de adquirir la fuerza de que el yo individual carece; o, con otras palabras, la tendencia a buscar nuevos vínculos secundarios como sustitutos de los primarios que se han perdido” (Fromm 156).
El Deus Vult persiste en nuestras mentes colonizadas. Ha permeado nuestras instituciones y se fija como un moderno ideal capitalista en nuestro territorio. Explotar la fe, resultó ser uno de los mejores negocios. Es la carta de presentación de muchos de nuestros más nefastos legisladores. Y el pueblo abyecto y aterrorizado, simplemente continuará con su neurosis colectiva, Ad Infinitum.
REFERENCIAS
Fromm, Erich (2012). El Miedo a la Libertad. Editorial Planeta, Colombia
Lyotard, Jean François (1987). La Posmodernidad Explicada a los Niños. Editorial Gedisa, España
Shishkin, A (1966). Ética Marxista, Antología. Editorial Cartago, Buenos Aires