Vano es todo esfuerzo mental por concebir la escuela apolítica, la escuela neutral. La escuela del orden burgués seguirá siendo escuela burguesa. La escuela nueva vendrá con el orden nuevo. La prueba más fehaciente de esta verdad nos la ofrece nuestra época: la crisis de la enseñanza coincide universalmente con una crisis política.
José Carlos Mariátegui, La libertad de enseñanza, 1925.
No hay que fiarse demasiado del discurso liberal que vende —a su mejor estilo— que todos los problemas de la sociedad se resuelven con educación. Yo me distancio categóricamente de ese mito. Muchas de las dolencias que nos aquejan solo pueden superarse cambiando radicalmente el orden social, económico, político y cultural, del cual la educación es, por supuesto, un componente fundamental, pero no el único. Estoy harto de la fórmula supuestamente infalible, bien pensante y muy seductora a nivel cultural según la cual: la educación puede con todo.
Esta perspectiva equivocada no solo siembra confusión en cuanto a quiénes son los adversarios que enfrentamos para construir un mundo auténticamente humano —en el que la vida valga la pena y no solo arrastremos los pasos pesados de nuestra existencia hasta morir—, sino que también carga sobre la educación un cúmulo de expectativas irreales que conducen a la perpetua frustración de pedirle a la escuela que zurza un mundo roto mientras la escuela misma está situada en ese mundo y aporta, en muchos sentidos, a su reproducción simbólica y material. Y aunque es claro que la escuela puede, y de hecho ha remado valerosamente en la dirección opuesta, y es motor de cambio, no puede ni podrá sola cambiar el mundo.
El capitalismo hipócrita, que ve en la educación el antídoto a todos los males que él mismo ha creado y perpetúa, se rasga las vestiduras pidiendo más y más educación de calidad, pero licúa los vínculos familiares en el molino inclemente de la superexplotación, que usurpa el tiempo de crianza y socialización a los padres de las clases populares. Estos aceptan no pasar sus mejores horas con sus hijos, extorsionados por la pulsión de la carencia, el hambre y el consumismo como único horizonte vital de realización. Hace colapsar las estructuras públicas y comunitarias de cuidado y uso del tiempo libre, al tiempo que nos impone un ocio basura, individualista y alienante. Nos aísla y nos fragmenta en un fractal infinito de consumo hedonista, superexplotación, frustración, vaciamiento del sentido y tristeza infinita.
La escuela pasa a ser, así, el lugar en el que se supone hay que hacer contención de todos estos daños: criar, alimentar, cuidar, paliar, educar y un largo etcétera que no podemos seguir naturalizando ni romantizando. Tenemos que dirigir el dedo acusador al sistema que nos enferma y simultáneamente nos vende la tranquilidad enajenada de un falso remedio.
En el umbral de todas estas expectativas grandilocuentes, las lógicas capitalistas que gobiernan al sistema educativo imponen a la escuela un régimen burocrático de perpetua evaluación, de eterna búsqueda de nuevos paradigmas reemplazados cada ocho días por una nueva moda, de constante comparación y competencia que devienen en rankings que no dicen nada. En síntesis, un confuso océano de papeles, trámites, formalismos, proyectos y vigilancia que, en nombre de mejorar la calidad de la educación, aísla a las comunidades educativas de lo realmente fundamental en la escuela: la socialización y construcción de un conocimiento liberador y crítico, mediante el cual las personas accedemos al bien común del saber que nuestra especie pensante ha acumulado en millones de años de historia para ayudar a transformar el presente.
En estas semanas, la escuela está de vuelta. Nuestro barco se hace de nuevo a la mar y precisa, para navegar mejor, deshacerse de este cúmulo de expectativas inútiles inoculadas por el capital y seguirse construyendo como un espacio para repensar y resistir este mundo de injusticias, como parte importante de una estrategia más amplia y potente que nos permita remontar las aguas turbulentas del capitalismo y alcanzar los océanos fecundos de la transformación radical del orden existente.
La educación puede y debe ser más que el estercolero de las miserias del capitalismo.