A lo largo de la historia de la humanidad encontramos bastantes casos de enfermedades letales que afectaron poblaciones o regiones enteras del planeta, por supuesto, a medida que retrocedemos en el tiempo los datos e información son cada vez más imprecisos. Sin embargo, se conocen registros de este tipo de situaciones desde la antigüedad.
Desde la Peste Antonina desatada en el Imperio Romano tras el regreso de tropas que habían combatido en Medio Oriente. Cuenta la historia que el emperador Lucio Vero, que gobernaba con su hermano adoptivo Marco Aurelio, murió en el año 169 víctima de ese mal, hasta las enfermedades recientes más letales como el SIDA, causado por un virus de inmunodeficiencia humana que se originó en primates a principios del siglo XX, con la cual a la fecha se estima 37,9 millones de personas infectadas en todo el mundo.
Si se hiciera el ranking de las enfermedades más letales nos encontraríamos con las siguientes cifras, en el puesto número cinco el SIDA con un estimado de víctimas entre 25 y 35 millones desde 1981, en el cuarto lugar la Plaga de Justiniano entre el año 541 y 542, su epicentro de brote fue Constantinopla —actualmente Estambul—,las ratas que llegaban en los barcos mercantes provenientes de distintos rincones de Eurasia, portadoras de pulgas infectadas con la peste bubónica fueron el origen de dicha enfermedad, la cantidad de víctimas se estima entre 30 a 50 millones de muertes contando los dos siglos en los cuales esta resurgió. Luego en el tercer lugar encontramos la que a su vez se convirtió en la primera pandemia causada por el virus de la gripe, el H1N1. Se estima, que infectó a 500 millones de personas en todo el mundo, alrededor del 27% de la población global y murieron entre 40 y 50 millones de personas, fue llamada la Gripe Española, esto a pesar de que España no sufrió más que otros países la enfermedad. Sin embargo, las otras naciones de Europa en medio de la posguerra ocultaron los reportes sobre las muertes, lo que llevo a que se generalizara la idea de una “Gripe Española”.
En segundo lugar, de letalidad, encontramos la Viruela, causada por el virus “variola”. Recibe su nombre del término en latín que significa “moteado”, haciendo referencia a los bultos y pústulas que aparecen en el rostro y cuerpo de los afectados. Históricamente el virus ha matado al 30% de las personas que lo han contraído. La Viruela contribuyó al declive del Imperio Azteca, en lo que ahora es México, después de la llegada del virus con los conquistadores españoles en 1519, más de tres millones de Aztecas sucumbieron a la enfermedad, estos gravemente debilitados, fueron vencidos fácilmente, de hecho, la viruela también causó la muerte del Emperador Inca Huayna Cápac, padre de Atahualpa, esta enfermedad eliminó gran parte de la población Inca del Oeste de Sudamérica.
La viruela se declaró erradicada en 1979 después de un programa de vacunación, lo cual se considera una de las victorias más importantes de la medicina moderna.
Y en el primer lugar; la Peste Negra, aunque no hay cifras concluyentes, se estima que ocasionó alrededor de 200 millones de muertes entre el año 1346 a 1352, esta es considerada la pandemia más mortífera y con el impacto más duradero en la historia de la humanidad. Se cree que el brote comenzó en Asia Central y desde allí pasó por la Ruta de la Seda, hasta llegar a la península de Crimea, disputada entre Rusia y Ucrania en la actualidad.
La Peste Negra, alojada en las pulgas de las ratas negras, se esparció por toda Europa usando como medio de transporte a los barcos mercantes. Las estimaciones más conservadoras sostienen que mató al 30% de la población europea, aunque las más audaces dicen que hasta el 60% pudo haber muerto como resultado de la pandemia. El continente tardó 200 años en recuperar su nivel anterior de habitantes, algunas regiones, como Florencia y sus alrededores, tardaron hasta el siglo XIX.
Así que, no es la primera vez que la humanidad se enfrenta a una pandemia, no es la primera vez que una enfermedad amenaza con letalidad la vida de la gente; ¿Entonces que hace diferente la actual pandemia del COVID19? En primer lugar, el mundo ha registrado pocas pandemias en los últimos siglos, tal vez desde la gripe española. De hecho, es importante aclarar algunos términos que pueden ayudar a entender la situación; para la OMS, una «epidemia» corresponde a la propagación de una nueva enfermedad en un gran número de personas, que no han sido inmunizadas, en una región específica. La «pandemia», en cambio, se refiere a una enfermedad que se ha propagado a escala mundial, en más de dos continentes[1]. Así que, uno de los hechos que marca la diferencia del COVID19 con otras enfermedades, es la rápida propagación y contagio a nivel global; Este hecho que nos toma por sorpresa, nos produce incluso la negación e incredulidad. Durante años hemos confiado en las cifras, en las vacunas y en la ciencia, hemos sentido cierta seguridad en que la humanidad está cada vez más y mejor preparada para las enfermedades y para el futuro, creemos de manera inconsciente que somos una mejor sociedad y que algo como la Peste Negra jamás volverá a ocurrir. De fondo, creo que ese comportamiento implica un hecho mucho más profundo, la creciente tendencia a creer que la tecnología solucionará todos nuestros problemas.
He aquí mi primer planteamiento, a medida que la humanidad avanza hemos sido permeados por una fe en la ciencia, muchas veces en la ciencia ficción. Si bien, tenemos al alcance enormes descubrimientos científicos y el desarrollo de tecnologías que nos ayudan a mejorar la calidad de vida, también tenemos innumerables ejemplos de cómo algunas herramientas tecnológicas nos están arruinando la vida y también están arruinando el planeta.
Este comportamiento, una suerte de devoción por la tecnología, reemplaza la acción responsable sobre algunos de los aspectos más relevantes de nuestro modo de vida actual; esperamos que, en algún lugar del planeta, algún científico o científica este desarrollando el invento para disponer las basuras, para acabar con las sequías, para eliminar los gases de efecto invernadero, para solucionar el cambio climático, para producir mayores y mejores alimentos. Esto mismo, ocurre en el campo de la medicina, confiamos casi irracionalmente, que sin importar lo que hagamos, la medicina lo va a solucionar. De modo que, una de las cosas que hace la diferencia con el COVID19, es que la ciencia no lo ha resuelto. Es común encontrarnos por estos días, con comentarios como: “no puedo creer que no se haya inventado la cura”; esa sencilla frase nos enfrenta con la realidad, nos aterriza y nos hace atesorar la vida. Inconscientemente, hemos ido por ahí esperando que alguien solucione el desorden que hemos provocado, pero ahora con la pandemia y el confinamiento en nuestras casas, debemos vernos a nosotros mismos en el espejo.
Frente a lo que viene ocurriendo en términos de la respuesta social, así como en otras pandemias, esta conserva similitudes con las anteriores. Manifestaciones tales como; el miedo, la negación, el pánico, y el brote de otros fenómenos deplorables de la humanidad como el racismo, la xenofobia, la violencia de género o la corrupción. De otra parte, también emergen comportamientos de profunda solidaridad, esperanza y empatía. Entonces, no se trata de culparnos sin sentido por lo que viene ocurriendo, la pandemia nos brinda también la oportunidad de reflexionar sobre el camino que hemos tomado como sociedad, he aquí mi segundo planteamiento. Por primera vez, en décadas hemos tenido que frenar, por primera vez el sistema económico ha tenido que parar, la constante e incansable carrera por el crecimiento, la acumulación y ganancia, está en pausa. Por el contrario, nos hemos visto obligados a volver sobre lo importante, lo vital, lo fundamental. Hoy, la economía de mercado podría seguir exigiendo banqueros, pero ahora, lo que necesitamos son médicos. Así, aunque las curvas de oferta y demanda podrían seguir exigiendo gomas de mascar, lo que necesitamos como humanidad son respiradores; la demanda, podría exigir centros comerciales mientras hoy necesitamos hospitales dignos. El frenético ritmo del consumo, nos ha traído hasta este punto y todo lo que está ocurriendo, nos lleva a una reflexión importante; simplemente necesitamos consumir de manera consciente, consumir menos y distinto, viajar distinto, producir distinto, alimentarnos distinto; los comportamientos económicos, ambientales, culturales y sociales no pueden seguir inmóviles.
Incluso, los Estados deben replantearse la manera como han sido reducidos; los Estados Nación son cuestionados; o hacen prevalecer los intereses generales de la gente, o servir a los intereses del mercado. Cuarenta años de neoliberalismo han dejado al descubierto, la manera en la que los Estados se entregaron por completo a los intereses privados. Así, ocurre con la salud pública, las telecomunicaciones, la educación, la industria, los servicios públicos, entre otras. Lo curioso, es que el capitalismo globalizado que durante décadas ha intentado reducir el Estado, al papel de mero administrador, hoy debe recurrir a esos mismos Estados para salvar su propio pellejo.
Por supuesto, los impactos de todo esto no se harán esperar, hay quienes dicen que la recesión económica que se avecina, podrá matarnos de manera mucho más letal que el propio virus. La crisis podrá provocar conflictos violentos, podrá desencadenar epidemias de segregación, estigmatización y guerras. Todo claro está, si seguimos la premisa de continuar salvaguardando y protegiendo la economía por encima de la vida.
Enfrentaremos indudablemente un estancamiento económico, con lo cual es difícil que el capitalismo siga con su glorioso camino de “crecimiento”. Vendrán los debates sobre la deuda, el crédito, el dinero y la acumulación, pero también vendrán los debates y la urgencia de un movimiento global por la salud pública gratuita y universal, la necesidad de nuevas formas de relacionamiento global entre las sociedades y las naciones, de políticas y movimientos sociales a escala mundial, en últimas, estamos unidos por un cordón invisible; nuestra condición de seres humanos. Así que, la pandemia nos ubica en el debate de un nuevo humanismo en equilibrio con todas las formas de vida.
Esta es mi tercera reflexión, estamos migrando a otro tipo de sociedad, una sociedad aún por descubrir, enfrentamos la transformación de los modos de entender la comunidad y lo colectivo; el coronavirus entró en nuestra vida, tanto como un objeto de reflexión filosófica, política, médica o sicológica, sino también, como un agente de cambio personal y cotidiano. Sin embargo y esto es parte del debate, esto no quiere decir que asistamos al fin del capitalismo; este tránsito, este momento de la historia de la humanidad, puede ser el punto de inflexión, puede traer consigo nuevas formas de desigualdad social y discriminación, entrelazados con nacionalismo, racismo, y xenofobia, puede significar el surgimiento de gobiernos autoritarios que usando el discurso de la seguridad global lleven al capitalismo, a una nueva fase de control social, de sociedades virtuales cada vez más individualizadas y a nuevos modelos de explotación.
Existe la posibilidad también, de asistir al surgimiento de una sociedad postcapitalista, de modelos alternativos de desarrollo, de políticas para redistribución del ingreso, reducción del tiempo de trabajo, igualdad, renta básica, mínimo vital, abandono del paradigma del crecimiento, inversión en energías renovables, de inversión en ciencia e investigación, en educación, en salud. Entonces, como el virus, el capitalismo también puede mutar, hacerse más fuerte o perecer, pero nada está dicho, no existe una salida axiomática o mecánica al capitalismo.
Es bien cierto también, que ese nuevo tipo de sociedad está cada vez identificada con la BIOPOLÍTICA de Foucault: “No hay política que no sea una política de los cuerpos”, el poder de hoy administra la vida y la muerte de las poblaciones, las decisiones del Estado atraviesan nuestros cuerpos, y nuestros cuerpos atraviesan la política, es decisión nuestra como agenciarlo. Entonces, nos encontramos en un momento en donde la contradicción entre el sistema económico y la vida, tiene que resolverse. No sabemos a ciencia cierta, como saldremos de esta pandemia, o de las que vienen, podríamos salir de ella definitivamente solos, agresivos, competitivos e individualistas, o, por el contrario, podríamos salir de ella con un gran deseo de abrazar, de amar, de solidaridad social, de contacto vital.
Esto lo cambia todo, pero estoy convencido que no basta con sentarnos a esperar, esto lo cambia todo, si y solo si nosotras y nosotros hemos cambiado. La política a secas, ya no puede hacer nada, hoy más que nunca solo tiene sentido la política si es para la vida.
[1] Tomado de Organización Mundial de la Salud 12/03/2020.
Datos tomados: De la peste negra al coronavirus: cuáles fueron las pandemias más letales de la historia.