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Cien años de La Vorágine

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“Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna, Jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia”. Esta es quizá, una de las expresiones más inquietantes con las que se da inicio a una novela y que juega un papel fundamental en nuestro contexto colombiano. Para quienes sepan la obra a la que pertenece, algunos elementos narrativos como lo agreste de la selva, la fiebre, el árbol de caucho y las inclemencias de la lógica industrial, atenazando a indígenas y campesinos en el más rústico naturalismo, vendrán a su memoria, para quienes no, esta apertura pertenece a La Vorágine de José Eustacio Rivera. Ficción colombiana que, a los tiempos de hoy, cumple cien años alimentando el imaginario colectivo de la selva y sus vicisitudes. La carga romántica y naturalista que el escritor huilense imprime a su obra, son algunos de los elementos que llevan a La Vorágine a encumbrarse, en palabras del escritor uruguayo Horacio Quiroga, como la gran obra de la denuncia social y la confrontación del hombre con la naturaleza. 

Por lo anterior, ¿Por qué es importante conocer un referente literario como La Vorágine? ¿Es esta ficción colombiana una historia universal que trasluce los conflictos humanos en su empresa por domeñar el contexto natural y denunciar el desenfreno capitalista? Toda gran obra siempre se planteará un interrogante. Como explorador ontológico y social, La Vorágine nos expone a un personaje con matices románticos como Arturo Cova, aventurero y espíritu libre que en apariencia percibe la emocionalidad como un yugo que impide el fluir de su vigor. Por otro lado, tenemos a Alicia, joven capitalina, poseedora del germen de ciudad, domesticada por la religión católica y moldeada por el espíritu de la época, en torno a lo que una mujer debía de ser. ¿Es entonces este choque estético, representado por la libertad poética de la naturaleza y las cadenas de la producción capitalista lo que nos plantea Rivera en su obra? Curiosamente, una obra como La Vorágine ha sido dispuesta como aquellos relatos de comercio, ficciones que denuncian la entrada del capitalismo como metarrelato en la lógica de los personajes y circunscriben imaginarios como el amor y la libertad. Conceptos clave en la obra y que nos acercan a lo que establecía el padre del naturalismo Émile Zola, a saber:      

“Se ha comprendido que no basta con ser espectador inerte del bien y del mal, gozando del primero y guardándose del segundo. La moral moderna aspira a un papel más importante: investiga las causas, quiere explicarlas y actuar sobre ellas, en una palabra, quiere dominar el bien y el mal, hacer nacer y desarrollar el primero y luchar contra el otro para extirparlo y destruirlo». Estas palabras son grandes y contienen toda la elevada y severa moral de la novela naturalista contemporánea, a la que se acusa estúpidamente de licenciosidad y depravación.” (Zola 60).

Esta relativización de la moral, se encaja perfectamente en la obra de José Eustacio Rivera. Por un lado, tenemos a un personaje como Arturo Cova, escapando y perdido en sí mismo, alguien que ve su libertad limitada por la figura de Alicia, al mismo tiempo que debe insertarse en la lógica capitalista para poder sobrevivir. Por otro lado, presenciamos aquel interlocutor que es la selva, personaje silencioso que hace las veces de testigo a la desgracia humana y su ambición desmedida. Es aquí, cuando los inicios de la comercialización descomunal se apoderan de un lugar tan inhóspito como la selva. Al mismo tiempo que Arturo y Alicia se unen a la mercantilización de plumas de garza, las caucheras robustecen su producción, extendiéndose por gran parte de la jungla colombiana. Es precisamente aquí, cuando nos topamos con lo peor de la naturaleza humana: Un estado paternalista que concibe la tierra como aquel lugar de usufructo, desprovisto de toda mistificación, en donde Rivera inserta quizá, el gran argumento de La Vorágine, una denuncia a la voracidad capitalista que aprisiona y devora el espíritu. 

A este respecto, recordemos las palabras de aquel heroico personaje Clemente Silva: “denunciar los crímenes de la selva, referir cuanto me constaba sobre la expedición del sabio francés, solicitar mi repatriación, la libertad de los caucheros esclavizados, la revisión de libros y cuentas en La Chorrera y en El Encanto, la redención de miles de indígenas, el amparo de los colonos, el libre comercio en caños y ríos. Todo, después de haber conseguido la orden de amparo a mi autoridad de padre legítimo, sobre mi hijo menor de edad, para llevármelo, aun por la fuerza, de cualquier cuadrilla, barraca o monte.” (Rivera 226). La crueldad humana, ensombrece cualquier atisbo de ferocidad ejercida por la naturaleza. La biósfera siempre estará allí para contemplar muda la barbarie del ser “racional”. Y es precisamente en este concepto que La Vorágine nos deslumbra con aquel viaje al interior del horror neoliberal.   

 Por lo anterior, valga la noble y acertada comparación de la obra de Rivera con el escritor británico Joseph Conrad y su gran novela El Corazón de las Tinieblas.  En La Vorágine, José Eustacio Rivera nos guía por aquel viaje al núcleo de la selva, en donde el olvido estatal se hace visible, y Arturo Cova, al igual que Charles Marlow, nos descienden a una locura constituida por una burocracia infinita y cimentada sobre sangre. El nativo, el campesino, el colono, son los rostros que la espiritual selva ve padecer. Parafraseando al personaje Marlow, donde la alegre danza de la muerte y el comercio continuaba desenvolviéndose en una atmósfera tranquila y terrenal, como en una catacumba ardiente (Conrad 10). Para el escritor colombiano, el fetiche de la mercancía pierde su validez ante la inmanencia de la naturaleza. Porque cuando el sádico regodeo neoliberal se instauraba a golpe de violencia en Suramérica, Rivera poéticamente nos narraba la selva como aquel lugar agresivo y provocador del más profundo deleite estético.    

“¡Oh, selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza, entre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos.”  (Rivera 133)

REFERENCIAS

  • Conrad, Joseph (2013). El Corazón de las Tinieblas, Editorial Juventud. Barcelona 
  • Rivera, José Eustasio (2015). La Vorágine, Editorial Cromos – Biblioteca Básica de Cultura. Bogotá
  • Zola, Émile (1980). Ensayos, Manifiestos y Artículos Polémicos Sobre la Estética Naturalista. Editorial Epub Libre   

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