Arículo de Mónica Eraso J.
Lo que buscaba Donald Trump este domingo no era tanto enviar de vuelta a su país a un grupo de personas como la foto de esas personas esposadas bajando de un avión militar norteamericano en suelo colombiano
Editorial de Diario Red, 28/01/2025
El acto de apertura del segundo mandato presidencial de Donald Trump ha sido la deportación masiva de millones de migrantes latinoamericanos desde Estados Unidos. A raíz de ello el pasado domingo estalló, a través de X, una crisis entre Colombia y Estados Unidos. Gustavo Petro enfrentó la soberbia con la que Trump ordenaba tratar a los migrantes detenidos como si no fueran sujetos de derecho. La editorial del Diario Red invitó a los demás presidentes progresistas de América Latina a apoyar a Petro y escribió las líneas que he transcrito arriba en el epígrafe. El Diario Red plantea que lo que Trump y los suyos buscan con esta serie de deportaciones “es causar el terror en la población migrante y anunciar a propios y a extraños que el nuevo emperador va a blandir la espada de decapitar con decisión y sin miramiento” (Ibid). La foto de los colombianos regresando a su país encadenados con grilletes y siendo tratados como bestias peligrosas era la imagen-trofeo con la que el régimen de Trump pretendía demostrar su crueldad y poderío.
Luego de leer este texto lúcido y provocador la pregunta por el estatus de la fotografía en toda esta serie de eventos me quedó rondando en la cabeza. Yo, que me gano el pan reflexionando sobre el vínculo entre imagen y política, no lograba entender cómo era posible que una toma fotográfica fuera uno de los objetivo principales buscados con semejante trato cruel.
¿Cómo entender la afirmación según la cual lo que buscaba Trump no era tanto devolver a un grupo de personas a Colombia sino conseguir “la foto de esas personas esposadas bajando de un avión militar norteamericano en suelo colombiano”? ¿Qué es lo que puede una fotografía producir en la era de la imagen digital y de su viralización en las plataformas propiedad de los tecno Bros? Las líneas que siguen son mi intento por dar respuesta a esta pregunta.
Hace exactamente cuatro años, en enero de 2021, asistimos al espectáculo televisivo más impresionante que los Estados Unidos han ofrecido a su fiel audiencia mundial: la toma del capitolio por parte de militantes de extrema derecha armados y orgullosamente exhibitivos de la violencia que encarnan. El entonces presidente, Donald Trump, negó haber perdido las elecciones presidenciales y alentó a la masa de fanáticos que lo apoyan a atacar, en un carnaval de terror surrealista, el edificio que alberga la sede física del poder legislativo del imperio en decadencia.
La toma del capitolio por parte de los Trumpistas fue también un fenómeno visual capturado por celulares MAGA y transmitido en tiempo real por redes sociales.
Se trató de un happening del colectivo trumpista pensado directamente como espectáculo visual para una audiencia global conectada a sus pantallas 24/7. El asalto se puede pensar como una especie de superproducción de Hollywood en la que el escenario no es ya una costosa arquitectura efímera de estudio cinematográfico sino el mundo real. Se trataba de una amenaza visual que no pretendía, en realidad, crear un golpe de Estado sino causar terror por medio de la producción de un performance registrado y transmitido cibernéticamente. El performance amenazaba al mundo con una toma de poder de las instituciones imperiales por parte de una masa heterogénea de personajes de película de “action hero”. Su registro se convirtió en una secuencia de imágenes tan viralizada que basta con traerla a la memoria con palabras para que cada uno de ustedes, lectores, pueda evocarla en su imaginación. Así la describe Paul B. Preciado:
El asalto al Capitolio es un caleidoscopio de gorras rojas y de cazadoras de cuero, de camisas de leñador, de tatuajes nórdicos, de vestimentas completamente militares estilo “Tormenta del Desierto” con la inscripción Oath Keepers en el pecho y caros conjuntos de parcas North Face y botas de montaña, de cascos de montar en bicicleta multicolores y chalecos antibalas paramilitares (435).
¿Se acuerdan? Este performance estaba elaborado con la certeza de que estas imágenes se quedarían grabadas en nuestra memoria. Las neuronas de nuestros cuerpos son la nube que las aloja, por ello es tan fácil traerlas de regreso. Los nuevos fascismos han venido perfeccionando, durante la última década, una estrategia para intervenir en la política, por medio de la producción de imágenes. La necropolítica es cada vez más Snaff, como lo ha visto Sayak Valencia, y los medios de comunicación nos obligan a tragarnos imágenes de violencia extrema con la excusa de estarnos informando.
En las dictaduras militares que Estados Unidos promulgó en América Latina durante las décadas de los 70 y 80, las torturas que los agentes de la represión ejercían a los ciudadanos “sospechosos” de militar en la izquierda, eran llevadas a cabo bajo el secretismo y sin dejar ningún registro visual de la crueldad. La estrategia, no obstante, ha venido cambiando durante las últimas décadas.
Por ejemplo, las torturas llevadas a cabo en 2003 por la policía militar de Estados Unidos y por los agentes de la CIA en la ocupación militar de Irak, en Abu Dabi, fueron fotografiadas y compartidas por ellos mismos vía internet. La humillación pública de aquellos considerados por los invasores como enemigos era fotografiada puesto que los torturadores querían exhibir su masculinidad bélica, tanto como exhibirían luego las medallas en sus uniformes. Se trataba de fotografías que cumplían la función de los trofeos de caza construidos con los cadáveres de los animales asesinados. Una sensibilidad estética que ensalza la belleza de la muerte violenta.
Ya durante el último tercio del siglo XX la industria cinematográfica había acuñado dos nuevos géneros con base en la exhibición explícita de la violencia: el gore y el Snaff. La diferencia entre ambos es que en el gore la sangre es salsa de tomate mientras que en el Snaff se ejerce violencia real contra un cuerpo real con el único fin de producir una película que exhiba el abuso y el dolor.
A partir del siglo XXI la producción de cine Snaff dio un giro aún más macabro. Ya no se trataba de películas producidas por la industria cinematográfica, sino que los propios policías y militares estadounidenses se convirtieron en cineastas Snaff. Así, los videos sádicos se producían en los contextos de las invasiones imperialistas a países del tercer mundo, pero también en las aprehensión de ciudadanos negros en las calles de las grandes urbes norteamericnas. Existe un placer visual, para muchos de los votantes estadounidenses, que se genera al ver a miembros de “su” ejército humillando cuerpos de hombres y mujeres no blancas. Las redes sociales, en especial la así llamada “X”, es una plataforma para exhibir, sin ningún veto ético, las imágenes de la violencia extrema ejercida por los agentes norteamericanos.
La más reciente escena de esta larga película estadounidense se planeó en el momento en el que Hollywood se quemaba como consecuencia del cambio climático. El antiguo protagonista de reality show y actual presidente de los gringos, Donald Trump, fue el guionista de una escena que se pretendía grabar desde suelo colombiano. De ahí que “lo que buscaba Donald Trump este domingo no era tanto enviar de vuelta a su país a un grupo de personas como la foto de esas personas esposadas bajando de un avión militar norteamericano en suelo colombiano” (editorial Red). Se trataba de una campaña publicitaria que causara terror en los migrantes y, al tiempo, generara confianza, entre sus votantes, sobre la veracidad de las promesas delirantes que Trump pronunció en campaña.
La estrategia de comunicación de masas retomaba esta estética que diluye las fronteras entre realidad y espectáculo, pero no contaba con que un presidente de una república considerada por ellos como colonia, tuviera el coraje de hablarle a Trump de igual a igual. Que si a Colombia le suben los aranceles en Estados Unidos, como castigo por exigir el trato digno para los ciudadanos colombianos, Colombia le sube también los aranceles a los productos estadounidenses. Que no hay bravuconada ni chantaje que justifiquen la abierta violación de los derechos de los migrantes. El coraje cívico de Petro logró que Trump tuviera que revocar la orden para encadenar a los colombianos y devolverlos en aviones militares. De paso, su estrategia de propaganda política creada a partir de la estética de la crueldad, se vio truncada. Gracias por ello, presidente Petro. ¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!
Referencias
“Todos con Gustavo Petro”. Editorial Diario Red, 28 de enero de 2025.
Paul B. Preciado. 2022. Dysphoria Mundi. Barcelona, Editorial Anagrama.
Arículo de Mónica Eraso J.