La sesión televisada del Consejo de Ministros del 4 de febrero sirvió para ratificar lo que ya sabemos y llevamos tiempo diciendo: que Petro no es de izquierda, aunque vampirice electoral y mediáticamente, cada vez que puede y necesita, la memoria sentimental de ese espacio político; que al proyecto progresista que dirige lo prefiere hegemonizado por las posturas del establecimiento, encarnado en Benedetti, Sarabia y otros tantos a quienes defiende a costa de quienes han sido sus verdaderos aliados; y que sus virulentos ataques a la izquierda están fundados en una serie de prejuicios, lugares comunes con poco fondo y una autopercepción sobredimensionada y arrogante acerca de su propio papel y el del M-19 en la historia política reciente del país.
Petro tiene razón al decir que la izquierda no suma 11 millones y medio de votos, como sí lo hizo el proyecto del Pacto Histórico que él encabezó en segunda vuelta, pero se equivoca al subestimar y menospreciar el aporte que hizo la izquierda para su triunfo. No hablo únicamente de poner votos, que también los puso, sino de la labor fundamental que cumplió ese sector político para sostener, con organización, trabajo duro y militancia, una serie de ideas, reivindicaciones y luchas populares en la sociedad, sin las cuales no hubiese triunfado nunca el proyecto progresista. A Petro parece que se le facilita la amnesia selectiva: puede olvidarse de los aportes de la izquierda, pero no de los de Laura Sarabia y Armando Benedetti.
En muchas oportunidades, esa resistencia de la izquierda a la avasalladora ofensiva ideológica y cultural de las clases dominantes ayudó a que no se derechizara aún más el ambiente político nacional. La mayoría de las veces, esas posturas de rebeldía minoritaria pero valiente de la izquierda se sostuvieron muy a pesar del actual presidente, que tercamente insistía en hacerle concesiones de todo tipo a la política tradicional, avalando los TLC, marchando con el uribismo el 4 de febrero de 2008 o ayudando a elegir a Alejandro Ordóñez como procurador.
Es muy importante que la izquierda, que apoyó y ha apoyado al proyecto progresista, reflexione acerca de la necesidad de redefinir las relaciones entre la izquierda y el progresismo petrista. Persistir en la defensa cerrada y sin matices de un gobierno que protegió al ala derecha de su administración por cadena nacional, satirizando y ridiculizando a la izquierda, nos deja mucho que pensar. ¿Será que, en lo sucesivo, nos tendremos que aguantar que Petro desempolve el anticomunismo trasnochado y saque a relucir su aversión por la izquierda cada vez que se cuestionen los nombramientos de Sarabia y Benedetti?
Si en la izquierda terminamos por aceptar el realismo capitalista puro y duro — según el cual esto es lo que hay y punto —, mucho me temo que nos disolveremos definitivamente en los estrechos límites del marco progresista, lo cual, además de desdibujarnos como opción de poder, puede tener un doble efecto peligroso para la izquierda. Primero, por ese camino, se seguirán corriendo las líneas de demarcación del campo político hasta que lo más revolucionario que se pueda proponer en Colombia sea el capitalismo con rostro humano del petrismo. Por otro lado, se produciría el total desarme ideológico y político de la izquierda, no solo frente al progresismo y sus evidentes límites, confusiones y tergiversaciones teóricas, sino también respecto a la propia derecha, que disfrutará y aprovechará que su adversario del futuro puede ser una versión descafeinada de la izquierda revolucionaria y combativa de antaño, con la que le quedará más fácil avenirse.
Durante la transición española, uno de los líderes del centrista y moderado PSOE, Alfonso Guerra —quien, a la postre, sería ministro del impresentable Felipe González—, se hizo célebre por decirles a los comunistas españoles, que toda la vida habían luchado contra la dictadura en condiciones muy difíciles, que a la izquierda del PSOE solo quedaba el abismo. Es decir, que para el partido que más consecuentemente había luchado contra el franquismo no quedaba espacio en la España de la transición. Algo semejante a lo que dijo Petro en su Consejo de ministros televisado.
A diferencia de lo planteado por el presidente Petro, considero que un lugar de lucha, trabajo y militancia llamado izquierda es necesario en Colombia para hacer posibles las transformaciones estructurales y de fondo, a las que el progresismo solo puede asomarse tímidamente.
El progresismo petrista tendrá que decidir si se posiciona al lado del santismo y otras facciones de las clases dominantes para convertir ese proyecto en el vértice de un nuevo acuerdo político por arriba, o si se pone al lado de quienes han trabajado durante décadas —con aciertos y errores— para cambiar de fondo este país y cuyas banderas no han logrado embarrar ni las balas del régimen, ni la estigmatización de las derechas y menos aún el “fuego amigo” del progresismo.
Ser de izquierda y comunista en este país, al menos para mí, es un motivo de orgullo y no de vergüenza. Es miserable que tengamos que estar diciendo esto en medio del gobierno progresista de Petro, como si viviéramos en la Argentina de Milei.