La banalidad del mal en el ecofascismo criollo: el uribismo

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«Ha pasado demasiado tiempo con la violencia múltiple a cuestas, tanto que ya no alcanzan los tropos para describirla: como la implacable espiral, la anaconda envolvente, el mito de Prometeo, y el recurrente tsunami.»

Orlando Falls Borda

El fenómeno ideológico y social más importante que caracteriza las condiciones de violencia en Colombia (próximo a sentenciar las dos décadas) es, sin miedo a equivocarnos: el uribismo. Resultado, en últimas, de una gran violencia acumulada cuya expresión se halla en el desarrollo de la política de «seguridad democrática» puesta en marcha, por el ahora senador Álvaro Uribe Vélez, por allá en su primer periodo presidencial (2002-2006). Origen de un periplo personal, familiar y vesánico hacia las cumbres ensangrentadas del poder.

Orlando Falls Borda, en el prólogo de su libro La subversión en Colombia: El cambio social en la historia (2008), alerta sobre los hechos tan desiguales y a veces erráticos, que le llevaron a dedicar atención especial al régimen uribista en sus indagaciones sobre la violencia en Colombia. Pues bien, a estas alturas, podemos preguntarnos con la serenidad que pueda permitirnos el caso, ¿Es la violencia una verdad de factum, necesaria para desarrollar nuestras sociedades? ¿Qué tipo de condiciones sociales nos habilitan, a personas comunes y corrientes, a entregarnos a la frenética fiesta de muerte contra aquellos otros considerados enemigos o contrarios?

Si localizamos las violencias del cincuenta, con un ya centenario conflicto a cuestas dado el invaluable y por eso mismo despreciado derecho a ser independientes, la violencia se arraigaba a las condiciones de vida del campesinado (época en la que se pacta el llamado Frente Nacional) trayendo consigo una serie de consecuencias de las que aún no nos recuperamos. Por entonces, la violencia adquiría dimensiones escabrosas en todo el territorio nacional, sobre la base de una rivalidad a muerte entre facciones de la oligarquía criolla tradicional; momentos en que se desembocaría irremediablemente una lucha fratricida entre campesinos.

La famosa frase de Sartre contenida en El diablo y Dios (una de sus obras de teatro más representativas), revela: cuando los ricos se declaran la guerra, son los pobres los que mueren; nos encarrila a pensar en aquella mutua vendetta inmisericorde, desbordada y enquistada en el pueblo colombiano, que se alimentaba de todas las formas de resentimiento, crueldad, odio y sadismo: picar para tamal, bocachiquiar, no dejar ni la semilla, corte de franela, corte de corbata, corte francés, corte de mica, corte de oreja, formas de descuartizamiento, piromanía, probablemente prácticas de antropofagia, empalamiento, crímenes sexuales, genocidios… prácticas atroces que describen los excesos de violencia cometidos en la época reseñada y que, bien examinada, actualmente los actores violentos se han permitido ciertas continuidades con muchas de esas prácticas sumándole otras con artefactos no menos mortíferos y repulsivos. (ejemplo: los hornos crematorios que se les “ocurrió” construir a “Iguano” y a los suyos en las cercanías de Bucaramanga, porque no sabían qué hacer con los cientos de cuerpos de personas asesinadas).

Y es que somos muy tímidos contando los muchos legados que nos dejó la experiencia nacionalsocialista en Europa sobre nuestras actuales prácticas. Para sostener lo dicho, y lograr una clave para entender la violencia contemporánea, echaré a correr dos casos a ver si se aparecen aspectos vinculares o no, respecto a la validación de nuestras conclusiones:

En 1963 se publica Eichmann en Jerusalén, como resultado de la participación corresponsal de la filósofa judía-alemana Hannah Arendt, en el juicio en contra del teniente coronel de las S.S. Adolf Eichmann. Texto en el que introduciría el concepto de «la banalidad del mal» ¿Banalidad? Pues ella consiste, en principio, en que por ejemplo el acusado no era un ser sanguinario despótico, ni psicópata, y mucho menos un monstruo cruel desprovisto de sentimientos, como se imagina a los nazis convencionales; pues no, se acomodaba más bien al molde de un hombre normal, común y corriente, cálido con su familia y, lo que es particularmente curioso, se trataba de un ciudadano alemán cumplidor de su deber, de la norma y fiel vigilante de la marcha maquinal de su rutina. Arendt se pregunta por qué Eichmann, pudo sobrellevar esa doble vida en la que nunca tuvo la intención de hacerle daño a nadie, ¿y menos a ningún judío? No obstante, fue el implacable encargado de la logística en la deportación de millones de seres humanos en trenes rumbo a los campos de concentración, diseminados por toda Europa para llevar a cabo «el asunto judío» es decir; el exterminio de aproximadamente seis millones de seres humanos (entre los judíos también de deportaban gitanos y homosexuales).

Los campos de concentración alemanes se encargaban de ahogar la humanidad, de hacerla desaparecer, antes de suprimirla en auténticas fábricas de muerte. Para Arendt, el «mal radical» es una noción que contempla los hechos atroces de los totalitarismos, encaminados a transformar a los seres humanos en material humano superfluo. Primera conclusión: hay ideas devastadoras. ¿Por qué las seguimos?

Eichmann era persona incapaz de pensar y juzgar de manera autónoma. La experiencia nazi inauguró, por primera vez, un inmenso laboratorio burocrático en el que eran posibles dos cosas, una: movilizar a toda una nación para empujar el odio hacia quienes consideraban enemigos y culpables de la derrota de la Gran guerra; y dos: suprimir toda capacidad humana por reconocerse como tal, como humano.

Excurso aclaratorio: LOS SERES HUMANOS NO SOMOS NI SAPOS, NI RATAS NI CUCARACHAS, somos seres humanos con todas nuestras virtudes y miserias.
Dada la sistemática selección y movilización de judíos hacia los campos de exterminio, debían, los encargados de toda esa demencial maquinaria de muerte, someter eslabón por eslabón, a un estado permanente de amenaza a muerte, de todo aquel que se ocultara o evadiera los registros y la respectiva deportación absolutamente arbitraria. Para Eichmann, la acusación del genocidio era injusta y llegó a declarar con mucho ruido:

«Ninguna relación tuve con la matanza de los judíos. Jamás di muerte a un judío, ni a persona alguna, judía o no. Jamás he matado un ser humano. Jamás di órdenes de matar a un judío o a una persona no judía. Lo niego rotundamente» (Arendt, 2009, pág. 41)

El típico ciudadano aleman simpatizante de Hitler que entendía, como tratandose de una orden interior, del buen imperativo: «Obra de tal modo que, si el Führer te viera, aprobara tus actos». La voz de Hitler resonaba como la nueva fuente del derecho, legalizando con el pulso de cada una de sus palabras, la injusticia y el crimen basados en la obediencia, la disciplina y el deber.

La segunda semblanza a retratar consiste en una entrevista que Adolfo Guevara Cantillo, “Alias 101”, ex-oficial del ejército, en su momento jefe de inteligencia del equipo Gaula del Magdalena (condenado por nexos con las autodefensas y falsos positivos) concede al periodista Gonzalo Guillén. Donde describía la forma en la que adquiría toda su experiencia de guerra, primero con las fuerzas armadas, y segundo, con las autodefensas. Incriminando de esta manera al general Mario Montoya, sobre los eslabones más altos en la jerarquía militar, que impartían órdenes perentorias y directas para dar de baja, incluso si era necesario, en forma de falsos positivos:

GG – ¿Hubo órdenes del general Montoya que usted sí las cumplió?
AG – Sí claro.
GG – Como cuáles.
AG – Todos los falsos positivos, las bajas del Gaula; yo di tres bajas en Prado Sevilla que fueron entre comillas limpias. [..] Las ordenes de él eran: Qué pasa esta semana, no tenemos resultados… Ya un momentico mi general lo organizamos. […] Me llamaban a mí, yo era el que hacía el trabajo. Y me decían: en tal parte a tal hora; yo llegaba a tal parte a tal hora… Al que se me bajara en el carro, de la moto de la bicicleta lo mataba, sin preguntarle. Ya yo sabía que ese era el que iba. Entonces ahí llegaba la Rime (regional de inteligencia), llegaba el Gaula, hacían todo el show, la división sacaba los comunicados de prensa, y todo eso era coordinado con las mismas autodefensas.
GG- Usted cuántos falsos positivos cree que cometió siendo militar y paramilitar también.
– Irónicamente yo en las autodefensas nunca asesiné a ninguna persona… irónicamente, Yo asesiné personas siendo militar, pero que yo haya asesinado con mis propias manos a alguien dentro de la organización es una mentira. Dentro del ejercito sí lo hice. (Adolfo Guevara Cantillo, 2013).

El alejamiento de la realidad que, coincidencialmente pasa por evitar la angustia de estar solos, de dialogar consigo mismos, es decir, un grado tal de irreflexión que no da lugar para contradicciones propias o dilemas personales. Sino que, acogidos por un discurso ordenador y a todas luces “correcto” y “verdadero”, nos habilitamos para cometer a la orden del día cualquier crimen o delito, de ser necesario; todo, para la sustentación de esa verdad que habla, que susurra odios a través de nosotros. Lo más grave, en el caso de Eichmann, era precisamente que había en aquella Alemania muchos hombres como él, que nunca fueron dueños de comportamientos pervertidos ni sádicos, sino que fueron y siguen siendo, terrible y terroríficamente personas normales. Desde el punto de vista de nuestras instituciones jurídicas y de nuestros criterios morales, esta normalidad resultaba mucho más espantosa que todas las atrocidades juntas, por cuanto implicaba que este nuevo tipo de delincuente comete sus delitos en circunstancias que casi le impiden saber o intuir que realiza actos de maldad, como no lo hace saber Hannah Arendt tras su lucha mediática en la época tras la publicación de su libro.

La gran escalada de violencia en Colombia, eclosionada en el Bogotazo, y tributaria de ese Frente nacional y del legado Laureanista, fortalece una vez más esa idea de Nietzsche que versa: el Estado no es más que una «inmoralidad organizada» un aparato en el que, en ocasiones, se proyecta una luz de verdades tenebrosas, que reclaman algo de quien las escucha. Verdades que entienden muy bien esa necesidad inaplazable que tenemos los sujetos por afincar el vivir, en una identidad social que papá Estado no nos deja de dictar. Porque a veces es cierto eso de que es más fácil obedecer que pensar por sí mismos. O sea: es mejor seguir aquellas verdades políticas que promueven lo Uno de sí mismos y el borramiento de lo otro diferente, que nos dirigen hacia un sentido de la existencia burocratizada y asfixiante consistente en los dos enemigos del amor (en esa búsqueda de sentido en el otro): la seguridad del contrato y la comodidad de los goces ilimitados en la vida, o su ausencia para que puedan seguir su curso. Sólo así podemos empezar a entender las expropiaciones irregulares de tierras, los desplazados por esa violencia y la guerra por el poder y el narcotráfico, de fondo.

Para el librepensador Estanislao Zuleta, combatir la guerra con una posibilidad remota pero real de éxito, se hace necesario reconocer, tanto al conflicto como a la hostilidad, como fenómenos constitutivos de nosotros como seres sociales e individuales. Que una sociedad armónica es una contradicción en los términos. Su propuesta es: construir un espacio social y legal en el cual los conflictos puedan manifestarse y desarrollarse, sin que la oposición al otro conduzca a la supresión del otro, a la muerte física, o a la reducción, a la impotencia, al silencio…Para otro de nuestros pensadores colombianos, Fernando González Ochoa, los seres humanos vamos reemplazando antiguos formatos o viejas ruinas de nosotros mismos como especie, es porque vamos incorporando como en un tránsito histórico, la comprensión de que fuera del conocimiento no hay libertad. A fin de cuentas, tenemos únicamente una vida para encontrar la forma de ser libres y sobrevivirnos en ella, ojalá de ya no creer más tontamente en que podemos dar testimonio de la verdad con nuestra sangre; y que, a lo mejor, el amor está por reinventar, como diría Rimbaud.

Referencias

Arendt, H. (2009). Eichmann en Jerusalén. . Barcelona: Editorial Debolsillo.

Adolfo Guevara Cantillo Alias «101» Entrevista concedida a: Gonzálo Guillén. (Septiembre de 2013) Cárcel Nacional Modelo de Barranquilla.

Borda, O. F. (2008). La subversión en Colombia: El cambio social en la historia. . Bogotá: Fica – CEPA

Zuleta, E. (1991). Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos. . Bogotá: Altamir Ediciones.

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Por: Andrés E. Herrera | @Kvi20 | Morboso aspirante al cortejo de Dionisio. Autodidacta moroso. Amante pernicioso y provocador de olvidos. La verdad es que no sé quién soy.

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