Mucho se habla de paz en estos tiempos, hablan los que tienen el poder y no lo quieren soltar, hablan los eruditos de la paz, hablan los distintos bandos en negociación, los medios masivos de comunicación con sus mentiras y verdades a medias.
En todas estas habladurías se encuentran las más extremistas y arrogantes desde la extrema derecha, hablan de los guerrilleros como seres horripilantes, salidos de las catatumbas y come niños al mejor estilo de la guerra fría.
Poco han hablado los desmovilizados y sus historias, poco han hablado los hijos de los que antaño se desmovilizaron y no se sabe si es por miedo (en tiempos de paz morían más que en tiempos de guerra) o por desinterés.
En mi caso, que no soy desmovilizado pero si hijo de uno hablaré desde lo vivido en casa, para desmentir esa idea de que los que vienen del monte a hacer vida civil son el diablo en persona que baja a las ciudades.
Desde pequeño recuerdo jugar en la casa con rollos y rollos de manillas con colores azul, blanco y rojo con un mensaje que decía “AD- M19”, no entendía el por qué de esos colores, ni lo que significaban esas letras pero me encantaba enrrollarme la cabeza como Rambo y jugar con mis primos y obvio, llevarla puesta en la mano.
Recuerdo al entrar al apartamento donde vivimos, en un costado lateral del guardarropa se encontraba un pendón con una cara de un señor con un sombrero, una frase y un nombre con otro tipo de letra que terminaba en Leongómez. El pendón lo acabamos dañando jugando con mis primos.
Mi papá, recuerdo desde pequeño que era un hombre muy querido en el barrio, la gente lo saludaba con mucho respeto, amabilidad y confianza, se tenía que salir casi con 20 minutos de anterioridad del barrio, porque vecino que veía, vecino que saludaba de mano y con una sonrisa, preguntándole por la familia, el trabajo y siempre presto (excesivamente para mis gustos) a cualquier favor que requiriera.
Recuerdo que me consentía, me cantaba la canción de pueblito viejo de Silva y Villalba, esa que empieza “lunita consentida colgada del cielo, como un farolito que puso mi Dios, para que alumbraran las noches calladas, de este pueblo viejo de mi corazón”, me leía cuentos de niños, me llevaba a cine y siempre, en todos los aspectos de la vida me inculcaba un pensamiento crítico, siempre en la necesidad de construir un mundo mejor, siempre en ayudar a los suyos, en ayudar al barrio y a no hacerle daño a nadie.
Teniendo casi 7 años él se lanzó a representante de la Junta Administradora Local, allí yo lo acompañaba a todos sus actos de campaña: que al evento cultural en el barrio tal, que a la reunión con las organizaciones del otro barrio, haciendo gorritos para la campaña, haciendo carteles, tomando chocolate y escuchando lo que los adultos hablaban acerca de política… todo lo que requiere una campaña electoral. Recuerdo que en ese tiempo el barrio tenía una dinámica muy linda, se hacía desde un jardín unas olimpiadas en donde participaban niños y adultos, se concursaba en ciclismo, encostalados y atletismo. Por esas fechas, mi papá le dio por hacer una comparsa y un reinado con carrozas en el barrio, los barrios vecinos y el barrio se pinto de alegría y colores y se terminó en un evento cultural frente a mi casa.
Pasadas las elecciones (las cuales perdimos) en mi colegio un muchacho me dijo que mi viejo era policía, yo llegué a la casa y le insistí por mucho tiempo que me dijera si lo era, pues yo lo veía era dictando clase. El me sentó en la sala y me dijo que no había sido policía nunca, que él había sido guerrillero durante bastante tiempo, que un guerrillero era una persona que en un momento de su vida empuñaba las armas porque creía que era la única salida posible para cambiar este país porque no le parecía que fuera justo, pero que desde hace más de 11 años había dejado de serlo, porque se había llegado a un proceso de cambiar las balas por las ideas, y que creía que ahora se podía cambiar este país de otras formas, que ya no se necesitaban las armas y que ahora era el paso de dar la lucha en los barrios y en las urnas; además, que se sentía (y se siente aún) profundamente orgulloso de haber pertenecido al Movimiento 19 de Abril, pero que aún así no era prudente decirlo a todo mundo, pues en este país continúan matando al que piensa diferente. A mí me asombró la idea, no era la respuesta que esperaba, pero supe guardar bien el secreto.
Recuerdo que por esos años antes de poder salir a jugar futbol (deporte en el que nunca me he desempeñado con mucha destreza) con mis amigos me obligaba a leer una hora diaria, a hacer multiplicaciones y divisiones por tres cifras y a hacer resúmenes de lo que escribía. El Primer libro que me puso a leer fue “Al pueblo nunca le toca” de Álvaro Salom Becerra, de lo poco que recuerdo de este es la historia de un liberal y un conservador que se encuentran cada tanto en una cafetería del centro de Bogotá a discutir defendiendo los partidos antes del Bogotazo.
Por mis 8 años nos encontrábamos en la sala cuando llegan camionetas de la Sijin, la Dijin, el Das y hasta el putas al frente de la casa, se suben por las ventanas tal y como uno ve en las películas de Hollywood y entran hasta el apartamento, mi papá me mira y me tranquiliza, me dice que abra la puerta y que apenas la abra, ponga las manos arriba. Abro la puerta y entran muchas personas apuntando a todo lado, mi papá los saluda, les dice su nombre y que es desmovilizado del M-19, por lo que cualquier arma que encuentren en la casa es responsabilidad de él. Nos esculcan hasta la madre, revuelcan todo y se lo llevan a dar un paseo por la casa. Al ver que se van a llevar al viejo yo hago un escándalo de puta madre, no nos dejan salir de la casa hasta que acabe el operativo y mi mamá es la que logra calmarme. En el allanamiento no encuentran nada, se van y en el barrio se arma un fiestón el verraco, celebran que no se hayan llevado a mi papá, ni a mi tía, pues el allanamiento lo hicieron en las dos casas. A pesar de esto, en las noticias de RCN sale un titular que dice “duro golpe a las Farc” en donde aparece la casa en el momento del allanamiento. Desde ese día supe que los medios de comunicación masivos sólo dicen mentiras.
Ocho días después y haciéndole campaña a Antonio Navarro Wolf para el senado y a Gustavo Petro para la cámara, a eso de las 6 de la mañana se escucha un tiro y el totazo de un vidrio roto. Mi papá se levanta y le dice a mi mamá que se tire al piso, baja hasta la calle y no ve a nadie, cuando se reincorporan del susto ven que el cartel de Petro tenía un tiro en toda la frente.
La vida continúo sin estruendo, siempre siendo cuidadoso pero sin dejar de defender lo que se piensa, siempre enseñándome en los hechos que lo que se piensa se debe defender con la vida pero sin ser dogmático, en la necesidad de escuchar y construir con el otro y sin “pordebajear” a nadie.
Me ha enseñado el valor de ser persona más que tener plata o títulos, el ser humilde y de estar con la familia, que en últimas es la que siempre está con uno, de ser radical en los hechos y no en las palabras, de templar el carácter como se templa el acero, de conocer el mundo viviéndolo y de amar, amar porque el amor es la certeza de la vida y la sensación de la inmortalidad.
A él le debo todo lo que soy y me siento orgulloso de tener un padre como él.
A veces, uno va caminando con él por la calle y ve la pobreza, ve el hambre en la gente, la falta de empleo, como se muere la vida en las afueras de los hospitales porque los de siempre se roban la plata con todo el descaro del mundo y ve que al viejo le duele la situación, se indigna con la injusticia, se pregunta si en verdad toda esa vida de lucha ha servido de algo, si la desmovilización cambió en algo el estado de las cosas… pero sigue enseñando con su ejemplo que se tiene que luchar desde donde uno se encuentre por cambiar esto, por construir un mundo mejor, uno donde quepan muchos mundos
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Hernán López, 23 de Febrero