“A mí se me daña la existencia por ser la líder de la comunidad y por no haber permitido que las niñas estuvieran mucho tiempo en la quebrada, porque siempre, como no teníamos agua potable, ellas tenían que ir a lavar en las quebradas y siempre a las peladas allá las violaban” CNMH[1]. Este relato lo hace Yemayá, una lideresa afrocolombiana de Buenaventura, quien inició una lucha en contra de los abusos sexuales que los paramilitares hacían permanentemente en contra de niñas y jóvenes.
“Sentí tanto asco de mí misma que quise arrancarme la vagina yo quería coserla que nunca nadie la volviera a ver más”, estas son sus palabras tras ser violada por cuatro hombres paramilitares frente a sus dos hijos; este fue el segundo hecho en su contra, el primero fue el intento de violación de sus dos hijas. La razón de esta persecución: oponerse a estos hechos atroces que se cometían contra las niñas de su comunidad.
El 25 de mayo se conmemora en Colombia el día por la dignidad de las víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado. Como el 8 de marzo (día de la mujer trabajadora) o el 25 de noviembre (día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer) esas fechas no son de celebración sino más bien de memoria hacía las víctimas o sobrevivientes; en este caso particular, a las mujeres que en el marco del conflicto armado colombiano fueron abusadas, violadas, violentadas en toda su integridad física y psíquica.
Las mujeres en el marco del conflicto armado viven de manera diferencial las violencias. Por lo general, a los hombres los asesinan de inmediato cuando hay una incursión paramilitar, guerrillera o de otros actores armados, mientras que a las mujeres se les violenta, se les tortura con toda clase de vejámenes frente a sus hijos, son violadas frente a sus esposos, matan a sus hijos frente a ellas, violan a sus niñas y niños mientras ellas observan impotentes, frustradas con el dolor que sólo una madre puede sentir al ver cómo sus hijos, esos que con tanto dolor parieron, se convierten en instrumento, en el objeto que satisface no tanto el deseo sexual como el deseo criminal de sevicia con la que los atacan.
Las mujeres deben cargar con el peso del desplazamiento cuando en la mayoría de ocasiones sus esposos son asesinados o reclutados por todos los actores armados. Llevan a cuestas, no sólo la experiencia dolorosa de la cual fueron víctimas sino también, llevan la carga de salir de sus tierras, de sus casas y parcelas llevan la pobreza de la cual parece que no fueran a salir jamás, pues cada vez que pueden empezar a cosechar sus siembras, cada vez que ven crecer las gallinas y que sus vacas están dando más crías, cada vez que pueden percibir algo de bonanza, llegan los actores armados obligándolas a marcharse dejando de lado todo lo que, después de años de trabajo, habían logrado conseguir para su sustento.
Las mujeres que representan las diferencias de la raza humana, viven en el conflicto desde sus propias particularidades: las mujeres negras reciben todo el peso del racismo, el mismo que las trajo desde África, no sólo como esclavas de la minería, sino como esclavas sexuales de los europeos y luego de todas las derivaciones raciales. Las mujeres indígenas, quienes en muchísimos casos están muy alejadas de nuestra cultura, de nuestra lengua y de la historia misma del conflicto, son violentadas rompiendo toda la cosmogonía que en su cultura representa su cuerpo como territorio sagrado. Las mujeres lesbianas, bisexuales, transgénero son abusadas con la idea patriarcal de penetrar no tanto sus genitales como su psiquis y demostrar el poder que deben mantener los hombres sobre el cuerpo femenino como un símbolo del machismo y patriarcado en el cual vivimos.
Las mujeres después de todo esto deben seguir adelante, aunque ellas mismas no lo deseen, aunque prefirieran haber sido asesinadas antes que quedar vivas con el dolor de la violencia en su memoria y en su cuerpo. Ellas deben seguir adelante porque quién más que ellas, puede llevar la esperanza sus hijos, quien más que ellas pueden protegerlos, así la única forma de hacerlo sea por medio del desplazamiento, quien más que ellas pueden consolarlos todas las noches cuando se replican todos esos hechos violentos en sus más terribles pesadillas.
Mientras adelantaba una investigación sobre tráfico de armas, desapariciones y homicidios en la cárcel La Modelo y que involucraba a funcionarios la misma y a las Autodefensas Unidas de Colombia, el 25 de mayo de 2000 la periodista Jineth Bedoya fue secuestrada, torturada y violada durante 16 horas por un grupo de paramilitares quienes no la asesinaron, la dejaron viva para mandarle un mensaje claro al periodismo en contra de la libertad de prensa. Hoy, 20 años después, recordamos este día que justamente fue decretado como el día nacional de la dignidad de las mujeres víctimas de violencia sexual en el marco del conflicto armado, como proceso de reparación simbólica de parte del Estado.
Ella, al igual que todas las mujeres que sobreviven a los hechos violentos y a los delitos sexuales en el marco del conflicto armado, son mujeres que merecen mucho más que un día en su memoria, un día que reivindique su dignidad. Esas mujeres que sobreviven, merecen nuestro respeto admiración y más allá de eso, merecen que las acompañemos en sus justas luchas, porque son esas mujeres las que tejen paz en el territorio, las que son capaces de dejar de lado por un momento los recuerdos de la violencia y se organizan para proponer alternativas al conflicto. Las que se asocian buscando iniciativas productivas. Esas son las mujeres que recordamos también hoy; las mujeres que dicen no paremos hijos para la muerte y nuestro cuerpo no es botín.
[1] Informe sobre la violencia sexual en el marco del conflicto armado, titulado: la guerra inscrita en el cuerpo publicado por el Centro Nacional de Memoria Histórica. http://centrodememoriahistorica.gov.co/la-guerra-inscrita-en-el-cuerpo/